Opinión
La dimensión caribe de Colombia

El gobernador del Atlántico, Eduardo Verano De la Rosa, ha planteado la realización de un plebiscito el 26 de marzo de 2026 con el objetivo de transformar la Región Administrativa y de Planeación (RAP) en una Región como Entidad Territorial (RET). Esta propuesta busca no solo otorgar mayor autonomía a la región, sino también fortalecer la integración del Caribe colombiano, marcando un hito histórico para la región. Además, representa una oportunidad única para que la intelectualidad costeña reflexione y redefina su visión del Caribe colombiano. Este artículo se inscribe en esa dirección.
La propuesta del gobernador refleja dos cuestiones fundamentales: la insatisfacción con el modelo centralista del país y la ausencia de una integración regional efectiva. Aunque estas inquietudes puedan parecer propias de una visión moderna, en realidad tienen raíces históricas profundas. Por ello, resulta esencial analizar el origen de la configuración regional y entender cómo ha evolucionado su relación con Bogotá a lo largo del tiempo.
Las narrativas wokistas han reinterpretado la historia, presentando la llegada de los europeos como una invasión a Colombia. Sin embargo, este país, al igual que el resto de las naciones hispanoamericanas, no existía y fue construido desde cero por el Imperio Español. Dicho esto, el siguiente paso es aclarar que España no estableció un "Estado" en el sentido moderno del término, ya que dicho concepto es propio de la modernidad. En su lugar, España creó estructuras políticas que podrían describirse como «reinos» o, más específicamente, «virreinatos». La diferencia clave entre estos modelos radica en que el Estado moderno es una unidad de dominación monocrática, caracterizada por la centralización del poder, mientras que los reinos hispánicos funcionaban bajo un modelo de distribución del poder conocido como poliarquía. En este sistema, el poder y las funciones se repartían entre diversas entidades, como la Iglesia, la Corona, los terratenientes, los militares y otros grupos privilegiados (Heller, 1992, pág. 142).
En este contexto, las ciudades desempeñaban un papel central como núcleos de poder: eran los equivalentes a pequeños reinos. Cada una podía considerarse una ciudad-estado o, más propiamente, una ciudad-reino, con un alto grado de autonomía. Estas ciudades eran soberanas en sus funciones locales y en su relación con la Corona. Más adelante, durante el periodo de la dinastía borbónica, se promovieron ciertos avances hacia una confederación de ciudades autónomas. Sin embargo, este modelo nunca alcanzó a consolidarse como una unidad política equivalente a una nación. El historiador mexicano Pablo Pérez Vejo lo describe así: “No era una comunidad política unitaria y sometida al poder despótico de un monarca, sino múltiples repúblicas urbanas” (2018).
En la región Caribe, las principales ciudades-reinos fueron Santa Marta, Cartagena, Riohacha, Mompox y Valledupar. Durante este período, las ciudades de la costa Caribe, especialmente Cartagena, experimentaron un desarrollo considerablemente mayor que las del interior. Cartagena se convirtió en un centro estratégico y dinámico, disputándose constantemente con Bogotá la sede virreinal. Sin embargo, estas ciudades no lograron avanzar hacia una confederación debido a la naturaleza autónoma mencionada y a las numerosas rivalidades que las dividían. Las tensiones tenían raíces económicas, relacionadas con el comercio y el acceso a recursos estratégicos; administrativas, por la competencia por el favor de la Corona; y simbólicas, alimentadas por el orgullo regional y las percepciones de jerarquía en el sistema virreinal. Como lo han documentado varios historiadores, estas rivalidades regionales persistieron después de la independencia y aunque disminuyeron con el tiempo, dejaron una impronta duradera en las dinámicas sociales y políticas de la región, marcando el carácter de la costa Caribe incluso en períodos posteriores.
La integración y subordinación de la región Caribe a Bogotá no fue un proceso inevitable, sino una de varias posibilidades históricas. De hecho, la primera opción era seguir un camino independiente, como quedó expresado en las declaraciones de independencia de Mompox y Cartagena. Más tarde, en el contexto de la disolución de la Gran Colombia, la región Caribe también tuvo la oportunidad de seguir un camino propio, como lo destaca la historiadora suiza Aline Helg:
Después de 1819, el Caribe colombiano, escasamente conectado con el resto del país, podría haberse convertido en una región fuerte y unida —quizá incluso en una nación separada—, con una economía, una composición racial y una cultura propias. Sin embargo, no fe así (2011, pág. 45).
Otra alternativa fue unirse a Venezuela, un camino que parecía más natural debido a los profundos lazos raciales, culturales y sociales compartidos. Durante la primera década posterior a la independencia, la influencia venezolana en la región fue notable, ya que muchos de sus líderes procedían de ese país. Sin embargo, la región terminó integrándose a la Nueva Granada, aunque esto ocurrió por la fuerza y sin que emergiera un sentido genuino de nación. Cabe recordar que, durante los tres siglos del virreinato, el Caribe solo estuvo vinculado a la Nueva Granada en los últimos setenta años, una relación caracterizada por la lejanía y las constantes tensiones, debido a la resistencia caribeña a la autoridad central de los Andes. Además, la región ingresó a esta unión de manera fragmentada, sin capitalizar la unidad social y cultural que compartían los territorios caribeños, en contraste con lo ocurrido en Antioquia. Esta fragmentación se atribuye a la falta de una élite cohesionada y a las históricas rivalidades entre las ciudades de la región, que obstaculizaron la posibilidad de construir un proyecto común para el Caribe.
El trato que ha recibido nuestra región en este maridaje no ha sido favorable. La región andina ha mantenido una actitud de superioridad hacia el Caribe, que en el mejor de los casos se ha manifestado como condescendencia. Esta percepción, como bien sostiene Alfonso Múnera, se forjó desde los días del virreinato. Intelectuales como Francisco José de Caldas y Pedro Fermín de Vargas describieron al Caribe como una región culturalmente distinta, habitada por negros y mulatos, a quienes consideraban salvajes, indisciplinados e incapaces de alcanzar el progreso. Tal visión estaba sustentada en una suerte de determinismo geográfico, según el cual la “inferioridad natural” de los costeños era atribuida al clima cálido. En el Estado andino, este prejuicio se consolidó en un discurso nacional que construyó una imagen negativa de lo caribe (1997).
De esta manera, la dimensión Caribe de la Nueva Granada fue prácticamente borrada. En las primeras décadas del siglo XIX, esta marginación se hizo más evidente, pues la élite santafereña impulsó políticas de blanqueamiento de la población caribe mediante la promoción de inmigración europea. El resto del siglo XIX no trajo mejoras, ya que la región sufrió un deterioro económico progresivo, culminando con la separación de Panamá, que había sido una pieza clave en el entramado económico del Caribe colombiano. En el ámbito político, Panamá también había estado históricamente alineado con las provincias de Cartagena y Santa Marta, lo que hacía aún más dolorosa su pérdida.
En general, el siglo XIX estuvo marcado por la disputa entre el modelo centralista y federalista, lo que ocasionó más de mil conflictos armados, nueve de ellos con impacto a nivel nacional. Dichos conflictos estuvieron marcados por dos debates fundamentales: la elección entre un modelo centralista y uno federalista, y la pugna entre conservar la antigua estructura virreinal defendida por los conservadores o avanzar hacia una república promovida por los liberales. Estas disputas quedaron plasmadas en las diferentes constituciones: las de 1811, 1858 y 1863 optaron por un modelo federal y republicano, mientras que las de 1843 y 1886 adoptaron un enfoque centralista y conservador. Esta última, la Constitución de 1886, rigió el país durante más de un siglo, hasta que en 1991 fue reemplazada por la carta política vigente.
El siglo XX tampoco trajo prosperidad para la Región Caribe, una realidad que queda ilustrada en el título del libro de Adolfo Meisel Roca, ¿Por qué perdió la Costa Caribe el siglo XX? (2009). En esta obra, Meisel identifica las razones que perpetuaron el rezago de la región, destacando las políticas públicas centralistas y el declive del sector exportador costeño. Durante este siglo, aunque el discurso nacional adoptó un tono más neutral por razones de corrección política, la imagen negativa de lo caribe persistió. Este prejuicio se manifestó en un proceso de invisibilización, término empleado por algunos autores para describir el silenciamiento sistemático de la cultura y la identidad caribeñas. Una de las tareas emprendidas por Helg ha sido justamente revelar los orígenes históricos de este silenciamiento (2011, pág. 34). Este proceso de invisibilización se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XX: “De hecho, la Colombia caribeña, con su población afrodescendiente, poco se conocía fuera del país hasta la publicación en 1967 de la novela Cien años de soledad, del Premio Nobel Gabriel García Márquez” (2011, pág. 41).
Dos siglos después de este destino compartido, el balance sigue siendo desfavorable para la región Caribe. Su Índice de Desarrollo Humano (IDH) es notablemente inferior al de la región Andina. Informes recientes del PNUD y otros análisis muestran que la mayoría de los departamentos caribeños se ubican en niveles de desarrollo humano medios o bajos, mientras que los de la región Andina, especialmente Bogotá, Antioquia y Cundinamarca, destacan con un IDH alto. Esta disparidad refleja desafíos estructurales en el Caribe, como la limitada capacidad institucional, profundas desigualdades económicas y dificultades en el acceso a servicios básicos. En contraste, la región Andina ha logrado avances sostenidos gracias a mayores inversiones en infraestructura, educación y servicios públicos.
El panorama futuro resulta aún más preocupante, ya que a la pobreza y el atraso del Caribe se suman las amenazas derivadas del cambio climático. Según proyecciones científicas, el calentamiento global tendrá impactos severos en varias regiones del mundo, y el Caribe figura entre las más vulnerables. Si no se adoptan medidas significativas para frenar el cambio climático, algunas áreas podrían volverse inhabitables debido al calor extremo. Esta situación coloca al Caribe en una posición crítica, comparable a la de otras regiones altamente vulnerables, como Oriente Medio, el Golfo Pérsico, el sur de Asia y el África subsahariana.
La única manera de romper el ciclo de pobreza y subdesarrollo en la región Caribe es que esta asuma plenamente la responsabilidad de su propio destino y emprenda un camino decidido hacia el desarrollo sostenible. Esto implica la formulación y ejecución de un plan audaz y estratégico que transforme al Caribe en una región de altos ingresos y calidad de vida. La propuesta del gobernador Verano De la Rosa resulta acertada, ya que plantea que el progreso del Caribe depende de una mayor autonomía y una integración más sólida dentro de la región. Sin embargo, aunque valiosa, su visión podría considerarse un tanto tímida frente a la magnitud de los retos que enfrenta el Caribe.
Amador Ovalle
Médico y escritor nacido en San Diego (Cesar). Uno de los fundadores del grupo Café Literario Vargas Vila, en dicha municipalidad. Autor del libro Latinofobia y de la novela Entre fronteras, finalista en el Premio Internacional de Novela Palabra herida (2024).
Bibliografía
Helg, A. (2011). Libertad e igualdad en el Caribe colombiano 1770-1835. Medellín: EAFIT.
Heller, H. (1992). Teoría del Estado. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Múnera, A. (1997). El Caribe Colombiano en la República Andina. Revista Ecuatoriana de Historia, 63-82.
Pérez Vejo, T. (2018). Repúblicas urbanas en una monarquía imperial. Bogotá: Planeta Colombiana S.A.
Sobre el autor

Amador Ovalle
Líneas de fuga
Nacido en San Diego, Cesar (1963), es médico y escritor. Ejerce la medicina en Bogotá, mientras cultiva la literatura. Ganador del concurso de cuento de ciencia ficción “Isaac Asimov” (1996). En 2024, publicó Entre fronteras, finalista en el Primer Premio Internacional de Novela Inédita Palabra Herida.
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