Opinión
Mañana vienes por sal

Esa magia del Caribe colombiano que enamora y apasiona no deja de sorprenderme, pues cada día me cuentan historias, anécdotas o veo imágenes, paisajes hechos, actos, costumbres y tradiciones que desfilan ante mi mirada, haciendo cada día algo especial para festejar y aprender. En el mes de diciembre una amiga en grata conversación, donde intercambiábamos historias del pueblo, me confesó una anécdota muy curiosa y al mismo tiempo graciosa, de esas que solo se dan en el Caribe Colombiano y, específicamente, en las orillas del Río Grande de la Magdalena, en la mágica región de La Depresión momposina.
La contó en forma confidencial con el compromiso de mi parte de no mencionar los nombres propios de los personajes involucrados en la misma, por ello, guardando la confidencialidad y honrando la palabra empeñada, usaré nombres diferentes para llamar a esas personas.
Manuel se los Santos y los demás muchachos del barrio, a mediados del mes de diciembre, salieron de paseo a las afueras del pueblo, según, a disfrutar el paisaje de los playones que bordean al poblado. Muy en secreto llevaban la intención de cortar uvas de corozo, en el pueblo la llamamos “uvita de lata”, la que se reproduce en una especie de cañabrava de abundantes espinas y que da sus frutos en racimos, son algo acida. Los muchachos del pueblo tienen la tradición de salir a mediados de diciembre a cortar dichos racimos, los que embotellan en garrafones con agua y abundante corozo y la entierran por ocho días y el 24 de diciembre desentierran los botellones donde se han fermentado los corozos y extraen un vino natural con un exquisito aroma.
El vino extraído es consumido en secreto por los adolescentes, lo hacen con mucha precaución para que los padres y mayores no se percaten del desliz, sin embargo, algunos jóvenes pierden la medida y se embriagan y son detectados por sus parientes, exponiéndose a “muenda” como llamamos en el pueblo al castigo con el cinturón. Manuel de los Santos fue uno de los que, ese 24, no tuvo la medida en el consumo y se emborrachó, de tal manera que, en su embriaguez, que les contó a sus amigos su secreto: estaba enamorado de la joven Concepción del Carmen.
Acompañado de sus amigos, llegó a la casa de su amada y, tartamudeando con un hipo que no le permitía hablar con claridad, le confesó su amor ante la presencia de las amigas de ella. Concepción del Carmen, turbada por la pena y la emoción, le pidió que se fuera a acostar y que al otro día en el parque Central junto a la iglesia hablarían de ese asunto.
En efecto, la noche siguiente, cada uno acompañado, el de sus amigos y ella de sus amigas, llegaron al atrio de la iglesia, se saludaron turbados por la emoción. Los amigos y amigas, discretamente se apartaron, ellos al sentirse solos, caminaron por el parque buscando un escaño algo alejado y, en penumbra donde tomaron asiento, se confesaron mutuamente el amor que con tanto celo habían mantenido en secreto. Una de las amigas hizo pública la relación de la pareja y, a partir de ahí, comenzaron las dificultades para ese amor, ya que Agustina Regina, la madre de la novia, inició una rotunda oposición al noviazgo, imponiendo restricciones y prohibiciones a su hija para imposibilitar que se viera con el joven Manuel de los Santos.
Ocho años de noviazgo accidentado, la mayor parte de esas relaciones se hicieron epistolarmente a través de papelitos razoneros que furtivamente pasaban de mano en mano entre amigos y amigas en una cofradía para ayudar a ese amor prohibido.
Una tarde de agosto en que los niños elevaban sus cometas al cielo ayudadas por las brisas de la sabana, con la excusa de ver el colorido de las cometas, Concepción del Carmen salió de casa acompañada de tres amigas, nunca llegó al campo de futbol donde los niños elevaban los barriletes, tres cuadras antes Manuel de los Santos la esperaba en su moto y se la llevó con rumbo desconocido. Al día siguiente, el rumor creció como espuma, en boca de comadres se decía que Concepción del Carmen se había volado con Manuel de los Santos, eso traducido al lenguaje popular significaba que se habían fugado para hacer vida marital en otra parte.
Agustina Regina la madre de Concepción del Carmen, inició la búsqueda, resultó infructuosa ya que la pareja había partido para una finca, playón adentro, donde el joven se empleó de cuidandero y ordeñador de las vacas de un familiar lejano que le sirvió de cómplice en su aventura. Ocho meses después volvieron al pueblo y arrendaron un rancho de bahareque con techo de palma amarga de propiedad de la anciana Isidra María que por su edad se la llevaron a vivir con ellos sus nietos en una casa a media cuadra de su rancho.
Manuel de los Santos salía de casa temprano, camino a la ciénaga donde practicaba la pesca con atarraya en compañía de su hermano mayor. Los primeros días no tuvieron dificultades, solo los ácidos reclamos de la suegra ofendida, a la que le hablaban con mucha paciencia y toleraban tratando de apaciguarla. Aparentemente, lograron su propósito, ya que poco a poco Agustina Regina fue bajando la intensidad de los ataques y parecía que las relaciones suegra-yerno se habían normalizado.
Después de dos meses, la pareja comenzó a sentir, a media noche, en el caballete del rancho donde vivían, como si un pájaro grande y pesado, se posara y caminara en el techo lanzando sonoras carcajadas de burla. Todas las noches, a la misma hora 12 y 30 minutos llegaba el pájaro y comenzaban las carcajadas burlonas. El miedo no dejaba dormir a la pareja. Guardaron el secreto por dos semanas, hasta que Manuel de los Santos salió con su mujer y visitaron a Isidra María la anciana dueña del rancho, a la que le comentaron lo que estaba pasando. La anciana los escuchó con una sonrisa bondadosa en sus labios y, con la sabiduría que da la edad, les dijo: “Esa es una bruja, no tengan miedo”, hizo una pausa larga y continuó: “Esta noche, cuando llegue, le dices en voz alta: ¡Mañana vienes por sal!”.
Manuel de los Santos, ante el silencio de la anciana le preguntó: “Le digo eso y ¿qué pasa después?”. La anciana, sonriendo, le contestó: “No te preocupes, mañana bien temprano, la bruja tocará tu puerta y te pedirá sal”.
Esa noche, como todas las noches, el enorme pájaro se posó en el caballete del rancho y comenzó a emitir sus burlonas carcajadas, entonces Manuel de los Santos, siguiendo los consejos de la anciana, dijo con voz fuerte y clara: “¡Mañana vienes por sal!”. Los pasos y carcajadas sobre el techo se silenciaron en seco, y se sintió el estropicio sobre las palmas del caballete cuando la bruja tomó impulso para volar.
La pareja no durmió en toda la noche, conversaban entre sí intercambiando nombre de vecinas y conocidas sobre las cuales sospechaban. Les cogió el día en ese intercambio y a punto de quedarse dormidos sintieron el toc toc en la puerta, Manuel de los Santos le dijo a su mujer: “Llegó la hora de conocer la bruja”. Ambos se levantaron y se dirigieron a la pequeña sala, Concepción del Carmen descorrió la aldaba, quito la tranca y abrió la puerta. Parada bajo el dintel estaba agustina Regina, su madre: “¿buenos días mami, de que anda tan temprano?”.
—Hija fue que anoche no tuve tiempo de ir a la tienda a comprar y hoy amanecí sin sal, vengo para que me des un poquito. Concepción del Carmen volteó la cara y sin poder contener la risa y soltó una sonora carcajada.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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