Opinión

Un adiós silencioso

Keilys Rosellón Guerra

20/03/2025 - 05:35

 

Un adiós silencioso

 

Cuando la historia con Fabricio comenzó, me prometí a mí misma que no me enamoraría. Había sufrido tanto en mis historias de amor que la idea de volver a hacerlo y repetir el mismo dolor me parecía insoportable. No quería entregar todo de nuevo y quedarme sin nada. Además, enamorarme de él era un lujo que no podía permitirme, porque nuestro destino ya estaba marcado desde el inicio con un adiós irreparable.

Sin embargo, mis planes se desmoronaron cuando Fabricio comenzó a tratarme con un amor tan puro que parecía irreal. Hay muchos idiomas en el mundo, pero él eligió hablarme en los cinco lenguajes del amor.

Su contacto físico era maravilloso, una sensación de emociones que me hacían olvidar todo lo demás, sus besos eran fuego y ternura a la vez, sus caricias eran como trazos invisibles sobre mi piel y sus abrazos tenían la magia de reconstruirme. Sus palabras de afirmación y actos de servicio no eran simples gestos; eran como una promesa silenciosa de que estaba ahí para mí, me daban seguridad y alimentaban mi confianza en mí misma. Sus regalos, aunque fueran simples o costosos, nunca se comparaban con lo que más atesoraba: su tiempo.

¿Cómo podría no enamorarme entonces?

Pero cuanto más lo amaba, más temía perderlo. Vivía atrapada en una lucha constante entre lo que mi corazón deseaba y lo que era realmente correcto. Desde el principio, supimos que lo nuestro tenía fecha de caducidad, y quizás por eso nos despedimos tantas veces que despedirse se convirtió en un ritual. Cada vez que lo hacíamos, la realidad se hacía más fuerte, más insoportable.

La primera vez que nos dijimos adiós, sentí cómo el vacío crecía dentro de mí mientras él se alejaba. Nos aferramos el uno al otro con tanta fuerza que, por un instante, nuestras añoranzas parecieron fundirse en un único abrazo que nos dejó sin aliento. ¿Cómo podía explicarle que, en medio de toda mi oscuridad, él era un rayo de luz que no quería perder? Aunque, en el fondo, sabía que desde el inicio ya estaba perdido.

Nuestro adiós no duró mucho. Nuestros cuerpos imploraban cercanía, pero la indecisión seguía ahí, golpeándonos con más fuerza. Mientras nuestro amor crecía, la pregunta se repetía en mi cabeza como un eco implacable: si lo amo, ¿por qué debo dejarlo ir? Pero si lo dejo ir, ¿no es porque me amo a mí misma?

¿Qué se hace cuando el sentimiento te arrastra como una tormenta descontrolada? Cuando sabes que no te conviene, que no hay un futuro, pero aun así tu alma se aferra con desesperación a una historia que solo existe en tu mente. ¿Cómo le explicas a la razón que el corazón no entiende de imposibles? ¿Cómo le ordenas que deje de latir por alguien que no puede quedarse? La adrenalina recorre cada rincón de tu cuerpo como un fuego que quema y, al mismo tiempo, da vida. Cada fibra de tu ser grita su nombre, tu piel anhela su roce, tu risa solo cobra sentido en su compañía. Y, sin embargo, en lo más profundo, sabes que el final es inevitable. Sabes que, por más que luches, esa historia está condenada a desvanecerse como un sueño al amanecer. Pero, ¿cómo se deja ir lo que te hace sentir tan viva?

Tal vez la respuesta llegó antes de que estuviera lista para aceptarla. Porque, sin darme cuenta, algo en él comenzó a cambiar. Al principio fueron detalles sutiles: mensajes respondidos con menos entusiasmo, silencios más largos entre palabra y palabra, miradas que, en lugar de buscarme, parecían perderse en otro lugar. Sus actos de servicio seguían ahí, pero su tiempo se volvió limitado, y sus atenciones, que alguna vez parecieron infinitas, ahora llegaban a cuentagotas.

No necesitaba preguntarle qué ocurría; En el fondo, sabía que él también se hacía las mismas preguntas que me atormentaban a mí. Tal vez, sin decirlo, ambos sabíamos que estábamos alargando algo que ya no tenía el mismo brillo, que nos aferrábamos a la idea de lo que habíamos sido, en lugar de aceptar lo que éramos ahora.

Un día Fabricio solo se fue. No hubo mensajes largos diciendo cuanto me quería, no hubo abrazos desesperados, no hubo lagrimas compartidas, no hubo un adiós. solo quedo un silencio lleno de nostalgia, de recuerdos y muchas preguntas sin respuesta. 

En mi cabeza, imaginé miles de formas en las que podría ser nuestra despedida. Un último abrazo, una última conversación, un último beso… Pero nunca imaginé que la despedida más dolorosa seria aquella que nunca se dijo. Nos habíamos despedido tantas veces, que quizás el verdadero adiós no necesitaba palabras. Tal vez su silencio fue la única señal que me dejó, la prueba irrefutable de que ya no volvería.

A veces me pregunto si, en algún instante, él se pregunta por mí. Si, en medio de sus días, un recuerdo fugaz lo detiene y le devuelve un poco de lo que fuimos. Pero en el fondo sé que esas preguntas solo son sombras de la esperanza, esa esperanza absurda que se niega a morir, aunque sepa que nunca habrá regreso.

Así que hoy, por fin, me despido. Me despido de él, de nosotros, de la mejor historia que he vivido. Lo dejo ir, porque siempre fue nuestro destino. Porque esta historia, desde el inicio, tenía un fin.

Pero no me llevo tristeza. Me llevo cada risa compartida, cada mirada cómplice, cada instante en el que fuimos todo, aunque fuera por un momento. No todas las historias están hechas para durar, pero eso no les quita su valor. Algunas llegan para transformarnos, para enseñarnos lo que somos capaces de sentir, para mostrarnos que aún en la despedida hay belleza. Fabricio fue un capítulo inolvidable en mi vida, pero no era el libro entero. Y está bien. Porque a veces, las personas solo llegan para mostrarnos lo que somos… y luego seguir su camino.

 

Keilys Rosellón Guerra

2 Comentarios


R3 20-03-2025 05:46 PM

La mejor

Alejandra Sanchez 20-03-2025 08:38 PM

Logras con cada escrito, llenar el alma de quien lo lee. No es solo lo que escribes, sino también lo que trasmites, que es maravilloso✨

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