Opinión
Ojalá no se repita la frase: “El que diga Uribe”

El 26 de febrero de 2010, cuando la Corte Constitucional declaró inexequible el referendo que buscaba la trielección del presidente Álvaro Uribe Vélez, quien, gracias al inmenso favoritismo popular que lo respaldaba desde el 2002, aspiraba a permanecer cuatro años más en la Casa de Nariño, la totalidad del sentimiento nacional aprobó la decisión de la Corte, y llena de tranquilidad pudo respirar libremente, demostrando con ello que no era partidaria de soportar otro cuatrienio del político antioqueño en la jefatura del Estado. En el 2002, Uribe, quien había llegado del exterior a respaldar la campaña serpista, decidió apartarse del liberalismo y lanzarse a la contienda por el movimiento Primero Colombia, y con una campaña relámpago, armada en dos meses largos, había derrotado a Horacio Serpa Uribe, candidato del Partido Liberal, en la primera vuelta, y en el 2006, gracias a la “reforma de un articulito” de la Constitución, como dijo en esa época Fabio Echeverry Correa, se había aprobado la reelección, y, nuevamente, había vencido a Serpa, otra vez, en la primera vuelta. Con estos dos triunfos, Uribe pasó a convertirse en el político más prestigioso de Colombia y en el mayor elector presidencial de los últimos tiempos.
Con la caída del referendo “trielectoral”, 7 votos contra 2, la Corte Constitucional consideró que “una segunda reelección uribista” lesionaba algunos principios básicos de la Constitución del 91, y afirmó que el documento estaba plagado con vicios de fondo y de forma. Entonces, con esta determinación desató el nudo que, en ese momento, tenía frenado el arranque de la campaña presidencial del 2010. En su sentencia, la Sala Constitucional argumentó que “el Congreso no tenía facultades para cambiar preceptos básicos de la Carta Política, incluso, tratándose de iniciativas ciudadanas”. Y de manera categórica, los 7 magistrados que rechazaron el proyecto, concluyeron que una segunda reelección violaba principios, como “la separación de poderes”, “la igualdad”, “la alternancia democrática” y “el sistema de pesos y contrapesos”, establecido por la constitución Gavirista. Finalmente, el magistrado Mauricio González, quien en ese momento era el presidente de la Corte, y se había apartado de la elección del referéndum por ser uribista, se refirió a la sentencia con estas palabras: “La sentencia recoge el precedente del 2005, en el sentido de que la reelección fue encontrada constitucional por la Corte por una sola vez”.
El abanderado de “la del referendo” fue el magistrado cartagenero Humberto Sierra Porto, quien fue el elegido por el resto de togados, tras hacer el estudio del documento enviado por el Congreso, para realizar el análisis profundo del contenido y redactar el fallo. En su informe detallado, Sierra Porto hizo énfasis en la pésima redacción de la pregunta clave del referendo, en la cual se interrogaba a los colombianos si estaban de acuerdo con otra reelección del presidente Uribe. Según el analista, el tiempo verbal “mal empleado” en la pregunta, dio al traste con la misma. La pregunta decía: ¿Quién haya ejercido la Presidencia de la República en dos periodos consecutivos, puede aspirar a un tercer período?”. La utilización del tiempo verbal “haya ejercido”, llamado por la RAE “pretérito perfecto simple”, expresa que la acción es perfecta pues ya se desarrolló o terminó. Al considerar que el presidente Uribe no había terminado de ejercer y estaba aún en el cargo, la pregunta resultaba improcedente. En su defecto, anotó el constitucionalista, la pregunta debió formularse de la siguiente manera: ¿Quién esté ejerciendo la Presidencia de la República en un segundo período, puede aspirar a ejercerla en un tercer período?”
El presidente Uribe, y, por supuesto, su escuadrón de manzanillos, como decía López Michelsen, quien había mantenido un silencio absoluto durante los casi cinco meses que demoró el estudio del referendo en la Corte Constitucional, pero que, seguramente, en la intimidad de su almohada, hacía sus cuentas alegres y soñaba con permanecer cuatro años más en la fastuosa Casa de Nariño, no le quedó más recurso que conformarse con la sentencia y aceptar el fallo. Ese mismo día, bastante nostálgico y con una conformidad fingida, en un discurso que pronunció en Curramba “la bella”, con voz quebrada, expreso: “Como colombiano, acato el fallo de la Corte, porque hay que respetar la Constitución y la ley”. Y agregó: “Bienvenida siempre la participación, con acatamiento a la Constitución, a las normas legales y con sometimiento a las instituciones de derecho, competentes para hacer respetar la ley”. Finalmente afirmó: “Espero que nuestra democracia mejore el rumbo, pero que no abandone el rumbo”. Con estas palabras, el mandatario despejó el camino para que el abanico de candidatos, que se mantenían a la expectativa y temerosos de la posible aprobación del referendo, dieran rienda suelta a sus aspiraciones.
“El que debe estar feliz con la caída del referéndum es Juan Manuel Santos”, afirmó Gustavo Petro, con el tono antioligárquico que lo caracteriza, quien en ese momento le daba luz brillante a su primera aspiración presidencial. Lo afirmó con sobrada razón y, como pudimos apreciar, no se equivocó el líder izquierdista. Porque Juan Manuel Santos, considerado “el presidenciable” de la Casa Santos, quien, desde años atrás, tal vez, desde niño, alimentaba su aspiración presidencial, consciente de que “la trielección” no pasaría, le venía haciendo arrumacos al presidente Uribe, mucho antes de que éste consiguiera la primera relección en el 2006. Sabía de sobra, que descartada la “trielección”, el presidente Uribe tenía el poder en la mano, y sólo sería presidente a quien éste le hiciera el guiño o le diera su bendición. Como dato curioso, Juan Manuel se había paseado por los últimos gobiernos, desempeñando altos cargos, y jamás había ocupado un puesto de elección popular. En esa época era llamado “El maromero de la oligarquía”. Fue designado presidencial y ministro de Comercio Exterior en el gobierno de Cesar Gaviria, ministro de Hacienda de Andrés Pastrana y ministro de Defensa en el segundo cuatrienio de Uribe.
Descartado el obstáculo del referendo, los aspirantes se destaparon y tiraron sus cartas. El Partido Liberal se definió con la dupleta formada por Rafael Pardo Rueda y Aníbal Gaviria Correa, Cambio Radical se proclamó con el binomio integrado por Germán Vargas Lleras y Elsa Noguera de la Espriella, el conservatismo se lanzó con Nohemí Sanín Posada, quien espiraba por tercera vez, y Luis Ernesto Mejía, el Partido Verde presentó la formula Antanas Mockus y Sergio Fajardo Valderrama, El Polo Democrático Alternativo aspiró con la dupleta de Gustavo Petro y Clara López Obregón. En el sector oficial, Juan Manuel Santos, quien, desde el 2004, había abandonado el liberalismo, y había fundado, junto con otros uribistas, el “Partido Social de Unidad Nacional” para defender el gobierno de Uribe, cuyo nombre se sintetizó en “Partido de la U”, donde la “U” significaba Uribe, obtuvo, como era de esperarse, el apoyo del mandatario y se convirtió, junto con Argelino Garzón, en el candidato oficial del Gobierno. Sin embargo, Santos no ganó en la primera vuelta. Se enfrentó en la segunda con la fórmula Antanas Mockus, y la derrotó al superar los 9 millones de votos. Esa elección dio origen a la expresión “El que diga Uribe”.
Aunque ya, muchos años antes, en las décadas del setenta y ochenta, había nacido una expresión similar: “El que diga Alberto Lleras”. La cito, porque recuerdo que, en una ocasión, en medio de una charla habitual, don Remberto Montes Hernández, politólogo de corazón, le preguntó al doctor Benjamín Calle Carrascal, reconocido analista político: “Doctor Calle, para usted, ¿quién será el candidato de liberalismo en las próximas elecciones?”. Casi sin pensarlo, el doctor Calle le respondió: “El que diga Alberto Lleras”. Ese año, se trataba de escoger el candidato liberal para las elecciones de 1986, cuando ganó Virgilio Barco Vargas, a quien Lleras Camargo había nominado. Años antes, el doctor Lleras también le había hecho el guiño a Alfonso López Michelsen y Julio Cesar Turbay Ayala. Y me es oportuno recordar que, en 1982, Carlos Lleras Restrepo le hizo el guiño a Luis Carlos Galán, y tanto éste como López Michelsen, quien aspiró a la reelección, fueron derrotados por Belisario Betancur. Esto significa que, no todas las veces, los guiños presidenciales resultan favorables. Un ejemplo clásico lo tipifica Alfonso López Michelsen: le hizo el guiño a Horacio Serpa tres veces: 1988, 2002 y 2006, y éste fue derrotado.
La “luna de miel” entre Santos y Uribe fue efímera y duró menos de una semana. Apenas Santos se apoltronó en el sillón presidencial se entrevistó con Hugo Chávez, el mandatario venezolano, enemigo acérrimo de Uribe. Organizó el encuentro en la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta, y ese mismo día acuñó la frase: “Mi nuevo mejor amigo” para referirse a Chávez. Esto molestó visiblemente al expresidente Uribe, quien no vaciló en afirmar que “con este encuentro Santos lo había traicionado”. Y para sacarse el clavo, se declaró enemigo de su pupilo y enseguida enarboló la bandera de la oposición al gobierno santista. Y detrás de este episodio vinieron otros, como los diálogos secretos con los terroristas de las Farc en la Habana, que encabritaron al exmandatario. Temeroso de que Santos buscara la relección, la cual estaba vigente, y deseoso de impedírsela, a comienzos del 2013, Uribe mandó para el carajo al “Partido de la U” y creó su propio partido, “Centro Democrático”, al cual confluyeron muchos de sus amigos y simpatizantes, y desde entonces es su jefe natural. Era su propósito, analizar el talento de sus integrantes para conseguir un candidato de peso que derrotara la reelección santista en el 2014.
Y así sucedió: Santos, como era de suponerse, montó su tinglado para aspirar a la relección y Uribe sacó el as que tenía bajó la manga: apoyó la candidatura de Oscar Iván Zuluaga Escobar, quien había sido su ministro de Hacienda en su segundo cuatrienio, y era considerado uno de sus más fieles y leales seguidores. En la contienda electoral participaron, además del Presidente Santos, candidato por el PSUN, y el candidato de la oposición, Oscar Iván Zuluaga por el CD, también aspiraron: Enrique Peñalosa por el Partido Verde, Marta Lucía Ramírez por el conservatismo y Clara López Obregón por el Polo Democrático. Con el firme propósito de derrotar al candidato reeleccionista, el expresidente Uribe recorrió al país con su pupilo, casi demostrando que el candidato era él. Sin embargo, muy pronto, el pueblo se dio cuenta de que Zuluaga no tenía el bagaje para ser Presidente, pues, le faltaba dinamismo y expresión popular. Sin embargo, gracias al apoyo uribista, sacó la mayor votación y ganó la Presidencia, pero no alcanzó el 50 %. Y perdió en la segunda vuelta, frente a Juan Manuel Santos, el Presidente candidato. Entonces, la consigna: “El que diga Uribe”, ganó en la primera vuelta, pero perdió en la segunda.
En el 2018, el Presidente eterno, como lo califican algunos, volvió a triunfar. Y con este triunfo, la sentencia “El que diga Uribe” alcanzó su mayor dimensión. Hizo una escogencia entre cinco precandidatos del CD, quienes, íntimamente, cada uno, soñaba con el guiño del mandatario. El favorecido fue Iván Duque Márquez, un personaje sin tradición ni carrera política, que había llegado al Senado, por primera vez, en el 2014. Uribe lo respaldó y lo llevó a la Presidencia, tras derrotar a Gustavo Petro en la segunda vuelta electoral. Actualmente, el partidor presidencial para las elecciones del 2026 se torna similar: el presidente Uribe está rodeado de cinco “precandidatos” del CD, tres mujeres y dos hombres, quienes aspiran a ser uncidos con su bendición: María Fernanda Cabal, Paloma Valencia Laserna, Paola Holguín Moreno, Miguel Uribe Turbay y Andrés Guerra Hoyos, todos ellos, típicos especímenes de la ultraderecha colombiana. Pero, ¿Cuál de ellos es el peor?” se comenta burlonamente en el ambiente popular. En el fondo, el exmandatario sabe que ninguno de sus áulicos da la talla: ninguno tiene el porte, la imagen ni, mucho menos, el talento para ser Presidente. Sin embargo, llegada la hora final de la escogencia, el “ex” tendrá que decidirse por alguno de los cinco. Y frente a su decisión, el sentimiento popular, repleto de tranquilidad y seguridad, espera que no se repita la frase: “El que diga Uribe”.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor

Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
1 Comentarios
Colombia ha tenido muy pocos estadistas en la historia convulsa de este país de espanto; y Juan Manuel Santos, a quien no apoyé nunca antes de ser presidente, forma parte de esos pocos verdaderos estadistas. Los otros son Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancourt. Jamás voté por Uribe. Incluso en el 2022, antes de las elecciones presidenciales, dije varias veces que si llegaba a ser elegido nos iba a pasar lo mismo que a la Argentina con Menem y al Perú con Fujimori. Es decir, que iba a perpetuarse en el poder. Nadie me creyó; y ya sabemos que sólo una semana más tarde su investidura como "presidente" comenzó a hacer circular el cuento del "artículo" que lo llevó al poder durante dos períodos seguidos. JM Santos necesitaba de esos dos períodos para llevar a acabo el proceso de paz con las FARC. Lastimosamente convocó al plebiscito sin estar obligado a hacerlo. Y como ciudadana que soy supe desde el primer instante que no sólo era un riesgo enorme sino que iba a tirar todo por la borda. Y llegó Duque, una marioneta estulta de ese posible genocida que es Uribe. Y llegó Petro. Dejé de respetarlo y de creer en él el día que votó por Ordoñez; y ni qué hablar de la bolsa de basura con 20 millones adentro que le entregó un arquitecto que hizo fortuna construyendo casas para los mafiosos y paramilitares. No voté por él. Nunca voto. Soy abstencionista. Siempre sostuve que si Petro llegaba a ser presidente lo más seguro es que su período iba a ser un desastre; ntre otras por su arrogancia y su ambición sin límites por llegar a La Casa de Nari. No creo ni en los fascistas ni en los que se dicen de extrema izquierda; todos son peligrosos, extremadamente peligrosos.
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