Opinión
La indiscutible grandeza del “Caballero del lápiz”

Considero que no necesito mencionar el nombre para que mis lectores devotos y, en general, todas las personas que lean el título de este escrito sepan a quien me refiero. Tampoco necesito dar pistas, referentes a algún detalle en particular, para que el personaje bautizado con este calificativo sea identificado. Estoy seguro de que, con una ligera luz de la memoria, todo el mundo adivinará de quien se trata. “El caballero del lápiz” es el atributo, sonoro y llamativo, que vengo utilizando desde hace más de dos años cada vez que necesito referirme al personaje que conquistó la Presidencia de Colombia, el domingo 19 de junio de 2022, gracias al voluminoso respaldo que le brindaron 11.291.986 colombianos, constituyendo este caudal la cifra más alta en todas las elecciones de la historia nacional. Fue una victoria que estuvo guiada por la esperanza del sentimiento popular y que logró rebajar en un determinado porcentaje el índice de abstencionismo que viene siendo visible en todas las jornadas electorales, celebradas en las últimas décadas. Una gruesa masa popular que concurrió a las urnas, vencida por el desespero y el inconformismo, que han sembrado en el corazón de los colombianos, los gobiernos oligárquicos.
A todas luces, el triunfo presidencial del “Caballero del lápiz” fue un duro golpe, más bien, una bofetada para la malsana oligarquía bogotana, y también para las “oligarquías trepadoras y emergentes” de otras ciudades que se han enquistado en la Capital del país. Una oligarquía corrupta, identificada con ciertos apellidos, que vienen turnándose la Presidencia desde los lejanos tiempos en que intentaron asesinar al Libertador Simón Bolívar, el 25 de septiembre de 1828. Una oligarquía desprestigiada que fue duramente combatida por el caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán a mediados del siglo pasado y, posteriormente, por otros líderes de ideas progresistas como Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro Leongómez, Bernardo Jaramillo Ossa y Gustavo Petro Urrego. Una oligarquía hambrienta que, desde la derrota que sufrió en las urnas, no ha hecho más que perseguir y sabotear los proyectos y acciones que viene impulsando el “Gobierno del Cambio” desde el 7 de agosto de 2022. Pero, jamás pensaron estos ‘oligarcas de pacotilla’, como siempre los calificó Gabito, que, al perder el poder, les tocaría enfrentarse a un “hueso duro de roer”, que, difícilmente, lograrían acorralar, amedrentar y amilanar para sacarlo del poder.
No obstante, el “Caballero del lápiz”, como un buen torero, adiestrado y sagaz, ha sabido capotear a punta de verónicas los diferentes lances malsanos y venenosos arremetidos por la ‘tal oposición’. Una oposición frívola y temerosa, que está enraizada en el Congreso, en muchos funcionarios de gobiernos anteriores y en el “Club de los muebles viejos”, como calificó Alfonso López Michelsen a los expresidentes. Pero, “el poder lo tiene el Pueblo, no el gobernante de Turno”, ha reiterado el “Caballero del lápiz” en muchísimas ocasiones. Y es, precisamente, el apoyo que lo respaldó en las urnas, el que le da valentía y fortaleza para seguir dirigiendo y administrando las riendas del País. Unas virtudes que conocen ampliamente todos los colombianos desde finales del siglo pasado, cuando ocupó una curul, dos veces en la Cámara de Representantes y después, también dos veces, en el Senado de la República, en lo que va corrido de este siglo. Esos dos recintos fueron testigos de los encendidos debates que adelantó contra la oligarquía, el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción administrativa. A ello se suman más de doscientos discursos pronunciados en sus tres aspiraciones presidenciales: 2010, 2018 y 2022.
Son infinitas las personas que permanecen atentas o vienen siguiendo fielmente los discursos, los diálogos, las entrevistas y las diversas intervenciones expositivas del “Caballero del lápiz”, y observan con mucha atención todos los movimientos que el mencionado caballero realiza con este infaltable útil escolar, así como los hiciera cualquier estudiante de primaria. Y a raíz del ‘lápiz’, el tradicional MONGOL, por supuesto, en el universo popular han surgido diversos comentarios y apreciaciones. Algunos positivos y otros negativos que, desde luego, no pueden faltar. “El lápiz es fuente de energía y le da seguridad al Presidente”, han confesado algunos, “El lápiz le sirve para recrear la imaginación y coordinar las ideas”, es el concepto de otros. Y algunos ilusos afirman torpemente: “Sin el lápiz no es capaz de hilvanar las ideas, el lápiz le sirve solo para engañar y decir mentiras”. No obstante, el grueso de sus admiradores sabemos de sobra que ‘el lápiz’ no es más que un signo simbólico que utiliza el primer Mandatario para destacar su academicismo y la fortaleza enciclopédica que lo asisten. Porque, como dijo don Miguel de Unamuno, “Nada le da más seguridad a un académico o a un escritor que hablar con un lápiz en la mano”.
Por otra parte, los más enconados defensores del “Caballero del lápiz” no vacilan en afirmar que ‘el lápiz’ es la égida que utiliza el mandatario para protegerse y defenderse de los diarios ataques provenientes de la llamada oposición, representada por un antipetrismo ciego e infundado que viene alimentando, a punta de injurias, el sectarismo uribista desde el inicio del “gobierno del cambio”. Al lápiz llegan, se estrellan y desbaratan todos los insultos, los oprobios y las calumnias cositeras que lanzan los enemigos del Presidente, en particular, los cinco emergentes, apadrinados por el expresidente Uribe, y otros precandidatos alebrestados, que sueñan con alcanzar la jefatura del Estado. Solo son personajes encopetados, que desde el año pasado vienen construyendo sus seudocampañas sobre críticas infundadas, ligeras e insustanciales que buscan enlodar y desconocer los grandes logros que se han generado en el recorrido del actual Gobierno. Personajes, cuyo único objetivo es obtener la confianza popular a base de mentiras y promesas engañosas, que, a la vista de la historia nacional, están permeadas con la tradición clientelista, politiquera, corrupta y oligárquica que identifican el origen de estos pobres aspirantes.
Se necesita estar ciego, o más bien sordo, para no ver y escuchar la cáfila de pamplinadas con que los afiebrados aspirantes presidenciales alimentan sus sueños de ser el próximo inquilino de la Casa de Nariño. A grandes rasgos dejan ver la pobreza expresiva, la falta de visión nacional y la indigencia intelectual que los rodea, sin excepción. La mayoría se tornan repetitivos e inconsistentes en sus planes y propuestas. Manejan un discurso pobre y prefabricado, sobre los planteamientos de su “jefe mayor”, quien es el encargado de darles el visto bueno en sus intervenciones. En otras palabras, “a ninguno le cabe el país en la cabeza” como se dice en el medio ciudadano para calificar a los aspirantes. Y transitan sobre una ideología equivocada que va en contravía con los ideales del sentimiento popular. Una ideología que se aparta totalmente del contexto de inconformidad que viven actualmente millones de colombianos. Asimismo, se muestran indiferentes e intentan desconocer las condiciones esenciales que deben iluminar al Presidente de la República, dentro de las cuales sobresalen: el humanismo, el liderazgo, el talante, la solidez intelectual, la facundia expresiva, la organización y, sobre todo, la capacidad administrativa.
Y, concretamente, refiriéndome a las condiciones mencionadas, que deben brillar en la aureola de un Presidente, me respalda la certeza al afirmar que el “Caballero del lápiz” está sobrado en aptitudes. Está sobrado en las cualidades esenciales y en muchísimas virtudes más, que lo ubican, no solo como el mejor Presidente que ha tenido Colombia, sino como uno de los mejores mandatarios del mundo. “A nuestro Presidente si le cabe el País en la cabeza” es uno de los comentarios que han cobrado fuerza desde que inició su gobierno del cambio. “No sólo le cabe el país, sino que le cabe el mundo entero”, afirman otros con mayor satisfacción. Y así es: nadie puede negar las grandes cualidades intelectuales que rodean al Presidente. En este sentido, sus detractores más acerados se conforman con afirmar: “Es un tipo preparado, pero fue guerrillero, asesino y terrorista”. Otros, más ignorantes, afirman: “Incendió el Palacio de Justicia y asesinó a los magistrados”. Todas estas afirmaciones y calificativos son cogidos al azar, y no presentan ningún sustento histórico. Sobre todo, porque el “Caballero del lápiz” no participó en la toma del Palacio, nunca participó en tomas guerrilleras y mucho menos en masacres colectivas.
Ahora bien, el mejor escenario, donde los colombianos pueden apreciar el talento, la solvencia intelectual y la capacidad organizativa del “Caballero del lápiz” es durante el desarrollo del Consejo de Ministros. Y su determinación de trasmitir estos eventos por los diversos canales televisivos desde el mes de febrero, ha contado con la absoluta aprobación popular. Tan solo algunos politiqueros desubicados y corruptos criticaron esta determinación y manifestaron sus desacuerdos. Apreciando el desarrollo de los consejos ministeriales, el pueblo tiene conocimientos de cómo marcha el Gobierno en todos sus aspectos. “Lo mejor que ha hecho el Presidente es televisar los Consejos de Ministros”, fueron las reacciones populares que se escucharon desde que se iniciaron las transmisiones, las cuales fueron una sorpresa para la ciudadanía. “Eso no lo había hecho ningún Presidente en la historia de Colombia”, “El pueblo nunca sabía qué era lo que se trataba en estos consejos”, “De esta manera se sabe cuál es el Ministro que está cumpliendo cabalmente con los proyectos del Gobierno y cuál es el que no sirve”, fueron otras de las afirmaciones que surgieron a manera de respaldo a la determinación presidencial.
En efecto, durante el transcurso de los Consejos, que en veces superan las cuatro horas, el “Caballero del lápiz” se torna incansable e inagotable. “Actúa como un superministro”, han comentado algunos. Es fácil apreciar la solidez y la seguridad que tiene para pasearse, con una facilidad impresionante, por la esencia, los proyectos, las necesidades, los atrasos y las deficiencias de las veintidós carteras existentes. Habla con propiedad, cita cifras, maneja detalles, expresa antecedentes, aclara dudas, orienta procedimientos y exhorta a todos los ministros a cumplir las metas propuestas en su plan de gobierno. Y cuando algún ministro interviene, el “Caballero del lápiz” lo interrumpe, según la necesidad de la exposición, para aclarar, ampliar o justificar algún concepto equivocado. Y no le falta coraje para hacer alguna objeción sobre cualquier error o descuido cometido por alguno de sus subalternos. Y, precisamente, los últimos cambios que realizó en varias carteras, obedecieron a los pocos resultados que habían alcanzado los distintos ministros salientes, los cuales pecaron por negligencia, por incapacidad profesional o por falta de gestión administrativa. Son personajes que llegan en representación de algún partido, y “no tienen idea de lo uno ni de lo otro”, como decía García Márquez.
También, en el desarrollo de las sesiones, los ministros de Hacienda, Educación, Defensa, Interior, Relaciones Exteriores, Minas, Agricultura y Trabajo, que son los más enfocados por las cámaras, atentos y pensativos, observan al “Caballero del lápiz”, reconociendo y valorando en su intimidad, por supuesto, la grandeza intelectual y la erudición cosmopolita que lo caracterizan, mientras sienta cátedra y hace sus intervenciones magistrales. El resto de ministros, “ministricos” y demás altos funcionarios, que son convocados por orden del jefe mayor para que asistan a los Consejos, rara vez intervienen y solo se limitan a escucharlo. Y mientras transcurren los minutos y las horas, observamos, a través de las tomas fugaces, que muchos de estos “funcionarios improvisados”, permanecen sorprendidos y dejan ver con sus miradas absortas, que desconocen totalmente el tema que está exponiendo el “Caballero del lápiz”. Por su parte, éste, a su vez, ha tenido tiempo para estudiar, sopesar y evaluar el talento y la capacidad de gestión de cada uno de sus colaboradores. Entonces, mientras continúa escuchando las exposiciones individuales, de acuerdo con la agenda establecida, permanece ampliando y aclarando conceptos y detalles. Y, desde luego, jugando con el lápiz que le ilumina su grandeza intelectual.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor
Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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