Opinión
Del virus al verbo: entre dogmas médicos y liturgias científicas

En un rincón polvoriento del calendario litúrgico, el Domingo de Resurrección emergió —como siempre— rodeado de incienso, cánticos y certezas milenarias. Pero esta vez, el aire tenía otra densidad: una memoria húmeda que fue pasada por alcohol glicerinado, mascarillas usadas y vacunas que prometieron salvarnos… del otro virus: el miedo.
Sí, volvimos de la muerte. No tres días después, sino tres años más tarde, resucitados por decreto, boletín epidemiológico y curva descendente. El mundo, que había sido sepultado bajo capas de confinamiento, apareció de nuevo entre los vivos, con la misma arrogancia de siempre. ¿Y qué encontramos al salir? ¿Fe renovada? ¿Comunión social? No. Una sociedad más dividida, más virtual, más sola.
Mientras los altares clamaban por el cuerpo glorioso del Redentor, los laboratorios de Wuhan y Oxford hacían su propia transubstanciación: ARN mensajero convertido en milagro. La fe se desplazó del sagrario al refrigerador de biotecnología. Y la sotana blanca del papa compartió protagonismo con la bata blanca del virólogo.
Hubo quienes se vacunaron como quien se confiesa: con temor reverente y esperanza. Otros lo hicieron obligados, como quien asiste a misa por costumbre o por evitar la herejía social. Y no faltaron, por supuesto, los apóstoles del negacionismo, aquellos Tomases modernos que exigían meter el dedo en la llaga… aunque fuera una llaga estadística.
La ciencia, en su altar secular, proclamó su propio dogma: el virus existe, muta, y se combate con evidencia. Pero no contaba con los profetas de WhatsApp, ni con las vírgenes que lloran dióxido de cloro. El conflicto no fue entre el bien y el mal, sino entre la duda razonable y la fe sin pruebas, entre el método y el mito.
En medio de todo, resucitamos. Pero no como Lázaro: agradecidos, humildes, alertas. Volvimos más cínicos, más paranoicos, con miedo a respirar y ganas de gritar. Resucitamos, sí, pero a una nueva normalidad que es tan absurda como lo era la anterior.
Quizás sea hora de aceptar que no hay un solo tipo de resurrección. Algunas ocurren en cuerpos celestes, otras en cuerpos vacunados. Y todas, en el fondo, requieren un acto de fe. En Dios, en Pfizer o en la estadística.
Porque al final, toda resurrección es política.Y todo virus, un pequeño dios que exige sacrificios.
Alfonso Suárez Arias
Sobre el autor
Alfonso Suárez Arias
Aguijón social
Alfonso Suárez Arias (Charalá, 1956). Abogado en formación (Fundación Universitaria del Área Andina en Valledupar). Suscrito a la investigación y análisis de problemas sociológicos y jurídicos. Sus escritos pretenden generar crítica y análisis en el lector sobre temas muy habituales relacionados con la dinámica social, el entendimiento del Derecho y la participación del individuo en la Política como condicionamiento para el desarrollo integral.
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