Opinión
Tradiciones que se resisten a desaparecer porque siguen en nuestros recuerdos

Ya se ha vuelto costumbre escuchar recurrentemente decir que los tiempos cambiaron, que no son los mismos. Tal vez tengan razón quienes lo afirmen, debido a que muchas tradiciones con las que nos levantamos en nuestras épocas han desaparecido, pero que se niegan a hacer sepultadas en el olvido, ya que aún están intactas en nuestros recuerdos.
En los pueblos del Caribe colombiano, debido a la situación económica que históricamente golpea a los hogares, era natural pedir prestado un pocillo de azúcar, o una cucharada de sal a nuestro familiar o vecino, intercambiar el bastimento o vitualla, por la liga, con estos términos nos referimos a los tubérculos, verduras y las proteínas (liga).
Es por ello que quizás, a pesar de la escasez, la solidaridad florecía ante la necesidad. En los campos del Caribe, la fraternidad era la regla como única garantía para la supervivencia, y, como no se contaba con servicios de salud, y que había una carencia de escuelas, había quienes desempeñaban esas labores sin exigir contraprestación alguna.
Las mujeres veteranas, o comadronas, eran quienes desempeñaban su rol de parteras, y nuestros vecinos, que conocían un poco de letras y de números, fueron nuestros maestros. Todos lo hacían con tanto amor y entusiasmos, y solo recordar el pasado nos devuelve un poco de felicidad arrebatada por el tiempo.
Las épocas de festividades eran alegres y no estaban marcadas por la moda ni los estilos, solo era asistir con un rostro repleto de sonrisas, lo que vaticinaba la apertura del baile, amenizado por una radiograbadora de baterías, a la que también conocíamos por “pilas”, casets de cintas, las que, en muchas ocasiones, se enredaban. En fin, lo importante era pasar un rato de agrado entre familiares y amigos.
Navidad y Semana santa eran esperadas con mucha alegría. Las fiestas decembrinas se caracterizaban por el cielo lleno de estrellas. Los mechones de querosén nos brindaban la luz necesaria a nuestro entorno, sin perturbar a los espíritus nocturnos que creíamos que vivián en el monte. La Semana mayor era una fecha a la que se le guardaba mucho respeto desde el comienzo de la cuaresma, ya que, según la tradición, el diablo se liberaba, y asustaba a quienes profanaban la más sagradas de las semanas. Pero no todo era miedo en la Semana mayor, era también la época de los dulces; con los que deleitábamos nuestros paladares de manera gratuita, solo teníamos que colocar “el sillón sobre el burro”, o ensillar al caballo, y se iba de casa en casa, donde atendían brindando una variedad de dulces con los mejores productos de la región (guandul, ñame, papaya, coco, leche). La lecha la regalaban en las fincas de ordeño ya que era pecado venderla en semana santa. Los juegos de cucurubá solo eran permitidos durante el día.
Hoy nada de esto queda. Los trompos, las carrumbas, la bola de trapo, el juego de la lleva, y la libertad, se fueron junto a nuestros antepasados. Los cuentos de miedo que se contaban por la noche, al lado de un fogón con tizones ardientes, donde asábamos la mazorca, y la yuca. Nuestros viejos arrecostaban su taburete al estante del rancho, y los niños nos sentábamos en las piernas de nuestros padres, como buscando la protección ante los espíritus de la noche. Se hablaba de linderos y cosechas, del verano y el invierno, de los caminos de San juan en el firmamento. Teníamos una cosmovisión campesina, no existía el IDEAM, pero no podía faltar un almanaque Bristol en nuestro rancho, una botella de contra por si nos picaba una culebra.
Que nostalgia la de aquella época en la que los sueños se vivían en la realidad, y donde la magia era vivir la vida en plenitud. Ay, viejas tradiciones, aunque ya se hayan ido, quedan en el pensamiento de quienes vivimos en sus regazos.
Nerio Luis Mejía
Sobre el autor

Nerio Luis Mejía
Pensamientos y Letras
Nerio Luis Mejía es un líder comunal, defensor de los Derechos Humanos, quien ha realizado de manera empírica un trabajo de investigación acerca de las causas que han propiciado -y siguen alimentando- el conflicto armado y social colombiano. Mediante sus escritos, contextualiza las realidades territoriales.
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