Opinión
La supresión del apellido maternal

Un error que se ha generalizado en Colombia, y con el cual se han acostumbrado a convivir casi todos sus habitantes, es la supresión del apellido maternal. En este error tienen la culpa, en gran parte, las secretarias de los colegios y de las otras entidades donde haya necesidad de escribir los nombres de las personas. Y muchas veces, estas funcionarias no se conforman con omitir el apellido maternal, sino que también lo hacen con los segundos nombres de las personas. Y detrás de estas omisiones, hacen fila los errores que se cometen con la escritura de los nombres y los apellidos. Muchas se basan el cuento simploide de que los nombres no tienen ortografía, el cual es un concepto totalmente equivocado. En los registros de nacimientos, encontramos que, las escribientes, muchos nombres y apellidos que son con “S” los escriben con “C” o con “Z”. Otros que son con “V” los escriben con “B” o viceversa, aquéllos que son “G” los escribe con “J” o, al contrario. Y cuando los nombres son calcados de idiomas extranjeros, la escritura resulta peor. En estos errores tienen la culpa, las secretarias que redactan las partidas de bautismo, en las casas curales, y los registros civiles de nacimiento, en las oficinas notariales.
Otra costumbre que tenían, o tienen, las secretarias de los centros docentes es abreviar con una letra mayúscula el segundo nombre o el segundo apellido de las personas. Utilizo el femenino, porque, generalmente, estos cargos son desempeñados por mujeres, muy raras veces, los ocupan hombres. Esto lo hacen por pereza o por ahorrar tiempo al escribir, sobre todo, cuando están alcanzadas con los trabajos que deben culminar en un tiempo determinado. Por ejemplo, una persona, cuyo nombre completo sea Miguel Antonio García Suárez, escriben Miguel A. García S., o simplemente escriben Miguel García, es decir, suprimen el segundo nombre y el segundo apellido. Además, abreviar el nombre o el segundo apellido, genera una confusión tremenda. Porque, al escribir Miguel A. bien puede ser: Miguel Ángel, Miguel Andrés o Miguel Alfonso. Lo mismo sucede cuando se abrevia el apellido materno: García S., puede ser: García Salcedo, García Simanca, García Sarmiento, etc. A todo esto, siguen los errores ortográficos: en los nombres, por ejemplo, escriben: Alisia, Mersedes, Alsides, Hersilia, Cesilia, cuando las formas correctas de estos nombres se escriben con “c”: Alicia, Mercedes, Alcides, Hercilia, Cecilia.
También, escriben: Tiverio, Uvaldo, Vladimiro, Aversio, Gilverto, ignorando que la escritura correcta de estos nombres es con “b”: Tiberio, Ubaldo, Bladimiro, Abersio, Gilberto, y detrás de este último se encuentra la fila de nombres que terminan en –berto: Alberto, Rigoberto, Heriberto, Roberto, Walberto, Angilberto, Eberto, etc. Ahora, miremos lo que sucede con los apellidos: las secretarias desconocen que los apellidos patronímicos, es decir, los que descienden del nombre del padre, se escriben con “ez” al final. Esta terminación significa “hijo de”. Ejemplo: Martínez = hijo de Martín, Rodríguez = hijo de Rodrigo, Pérez = hijo de Pedro, González = hijo de Gonzalo, Álvarez = hijo de Álvaro, Ramírez = hijo de Ramiro, Benítez = hijo de Benito, Jiménez = hijo de Jimeno, Landínez = hijo de Landino, Fernández = hijo de Fernando, etc. Entonces, conociendo la regla, no hay razón para escribir estos apellidos con “s”. Ahora, la terminación “ez”, dio origen a muchos apellidos terminados en “az”, “oz”, “Iz” y “uz”, que también son patronímicos, y por ningún motivo deben escribirse con “s”. Los ejemplos abundan: Díaz, Albaz, Yilmaz, Arcaraz, Riaz, Muñoz, Quiroz, Albornoz, Muñiz, Cáliz, Santiz, Ortiz, Orduz, Pertuz, Ormuz, etc.
Doña Lilia Arteaga Ricaurte, la eterna secretaria del Colegio Pinillos de la Villa de Santa Cruz de Mompós, una señora malgeniada y respondona, tenía la costumbre de escribir incompleto los nombres de los alumnos. En mi caso, por ejemplo, nunca me escribió el José ni el García, durante mi permanencia en este plantel, entre 1966 y 1971. En todas las listas yo figuraba solamente Eddie Daniels. Y como en esos años, aún no existía el computador, todas las listas en los libros de matrículas y calificaciones eran escritas a mano. Recuerdo que, en 1971, para elaborar los diplomas de bachiller, varios días antes de la ceremonia fue llamando uno por uno a los futuros graduandos para preguntarles el segundo apellido. El Ministerio de Educación exigía que cada bachiller debía llevar su identificación completa, incluyendo, si los tenía, los dos nombres y los dos apellidos. Actualmente, esta costumbre ha mejorado bastante, gracias a la tecnología. En este sentido, el uso del computador ha reportado un gran beneficio para los colegios, y los nombres de los estudiantes alcanzan a escribirse completos, sin antes negar, que muchas veces aparecen errores en los nombres, que los escribientes, lógicamente, achacan a los aparatos.
En 1972, cuando ingresé a la Universidad de Tunja, muy renombrada en esos tiempos, me exigieron para la matrícula la partida de bautismo. Como los requisitos para diligenciar esta obligación fueron anunciados días antes por la gran prensa capitalina, me trasladé a Mompós, y en la secretaría de la Iglesia de la Concepción me expidieron la partida de bautismo, donde rezaba que había sido bautizado el 9 de enero de 1962. Viajé a Tunja preparado y no tuve problemas con la matrícula. Sin embargo, mi sorpresa fue grande el primer día de clases. Recuerdo que ese día era lunes, por supuesto, las dos primeras horas correspondían a una cátedra llamada historia del arte. Rápidamente ubiqué el salón y entré, ya estaba casi lleno de puros primíparos. Al rato, llegó el doctor Antonio Martínez Zulaica, de origen español, profesor de la asignatura. Tras el saludo protocolario, abrió un maletín ejecutivo, sacó unos papeles y comenzó a pasar la lista. A los pocos minutos, dijo: “Daniels García Eddie José”. Alcé la mano y dije: “presente”. Me miró fijamente y me preguntó: “Daniels, de dónde eres, de dónde vienes, de dónde es tu apellido”. “Vengo de un pueblo del departamento de Bolívar y mi abuelo era libanés”, le respondí.
Más tarde, este mismo episodio se repitió en las clases siguientes: con el doctor Sady Uricoechea Salamanca, en la clase de inglés, y con Gilberto Ávila Monguí, en la de castellano. Recuerdo que ese día volví a nacer otra vez. Porque, el Eddie Daniels, de doña Lilia Arteaga en el Colegio Pinillos, con que era conocido por toda la comunidad escolar, fue olvidado totalmente, y, a partir de ese día, pasé a llamarme Eddie José Daniels García. Desde entonces, nunca más he vuelto a escribir ni a decir, cuando me lo preguntan, mi nombre incompleto. Y durante las casi cinco décadas que ejercí la docencia en el Simón Araújo y en otras instituciones de la ciudad, cada vez que hacía mi presentación, expresaba mi nombre completo en forma oral y en forma escrita. Además, siempre les pedí a los alumnos que me llamaran por mi nombre completo, y les aconsejé, que cada vez que tuvieran que presentarse, hicieran lo mismo. Y mi sugerencia se tornó en una costumbre inviolable, porque siempre que me encuentro con mis antiguos estudiantes, me saludan con el nombre completo. Muchas veces, que van manejando sus carros o sus motos, apenas oigo cuando dicen: profesor, o doctor, Eddie José Daniels García.
Hoy, también recuerdo, que, cuando aún estaba en el Simón Araújo, durante muchos años, cada vez que se acercaban los grados, Miriam Martínez Arrieta, la bella secretaria del ISA, me pasaba la lista de los graduandos para que revisara y corrigiera las faltas que tenían los nombres y los apellidos, con el objetivo de que éstos aparecieran correctamente en los diplomas. Esta tarea se centraba, más que todo, en marcar los acentos ortográficos, que no aparecían en muchos de ellos. Por ejemplo, los nombres: Eliécer, León, Álvaro, Óscar, Ángel, Julián, Salomón, María, Cándida, Raúl, Mónica, Débora, Lázaro, Rómulo, Teófilo y muchos más, generalmente, aparecían sin tildes. Lo mismo ocurría con muchos apellidos, sobre todo, los terminados en “ez”, que presentan acentuación grave: Sánchez, Ramírez, Hernández, González, Pérez, López, Gutiérrez, Fernández, Martínez, Jiménez, Cortínez, Ordóñez, en los cuales omitían las tildes. Y también la suprimían, en otros apellidos de acentuación esdrújula, como: Álvarez, Céspedes, Dávila, Cárdenas, Arévalo, etc. Y, finalmente, quitaban las tildes en apellidos de acentuación aguda, que terminan en “n” o “s”, por ejemplo: Calderón, Román, Galán, Guillén, Cortés, etc.
En el siglo pasado, se puso de moda en Bogotá, sobre todo, en muchos destacados personajes de la alta política, no utilizar el apellido materno. Se acostumbraron a utilizar, solamente, el paterno, como una manera de facilitarle a la gente una pronunciación corta y rápida. Y esta costumbre conllevaba a que el pueblo desconociera, o, más bien, ignorara, el segundo apellido de muchos presidentes de la República. Por ejemplo, son pocos los colombianos que conocen el segundo apellido de los presidentes: Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina, Carlos E. Restrepo, Eduardo Santos, Laureano Gómez y Guillermo León Valencia. Y lo llamativo de estos personajes es que, en las firmas, tampoco utilizaban el segundo apellido. Esto obligaba a que cada vez que una persona cualquiera necesitaba mencionar al Presidente, no podía hacerlo sólo con el apellido, sino que tenía que mencionarlo con el nombre. Por ejemplo, si decía Núñez, Caro, Suárez, Concha, Santos, Gómez, la expresión resultaba imprecisa, Pero, si le adicionaba las palabras “el presidente”, el mensaje se entendía perfectamente: el presidente Caro, el presidente Santos, el presidente Gómez.
Otros presidentes, utilizaron los apellidos completos, estilo que le daba cierta sonoridad a los nombres. Por ejemplo: Miguel Abadía Méndez, Alfonso López Pumarejo, Mariano Ospina Pérez, Gustavo Rojas Pinilla, Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López Michelsen, Julio Cesar Turbay Ayala y Virgilio Barco Vargas. En este caso, el pueblo se acostumbró a mencionarlos solamente con los apellidos: Abadía Méndez, Lleras Restrepo, López Michelsen, Rojas Pinilla, Turbay Ayala, etc. Los presidentes de las últimas generaciones, tal vez, por la incompetencia con que impulsaron sus gobiernos, tampoco han utilizado, ni el pueblo les menciona, los dos apellidos. La lista la encabeza el corroncho de César Gaviria y continúa con los petardos de Ernesto Samper, Andrés Pastrana e Iván Duque. Nadie dice, por ejemplo: César Gaviria Trujillo o Iván Duque Márquez. Para el pueblo, estos personajes no tienen apellido maternal. Y ellos, conscientes de su mediocridad, jamás se han interesado en utilizarlo. No obstante, algunos políticos prestantes, como: Hugo Escobar Sierra, Horacio Serpa Uribe, Raimundo Emiliani Román, Víctor Mosquera Chaux y Julio Cesar Guerra Tulena, utilizaron sus dos apellidos.
Y dentro de la montonera de politiqueros, como decía el presidente López Michelsen, que profanan el Congreso, y otros que han pelechado en diferentes cargos públicos, y hoy aspiran a la Presidencia, con la excepción de Germán Vargas Lleras y Miguel Uribe Turbay, que utilizan los dos apellidos, los restantes ocultan el apellido maternal. La lista es larga: David Luna, Paola Holguín, Paloma Valencia, Enrique Peñalosa, Gustavo Bolívar, Daniel Quintero, Roy Barreras, Camilo Romero, Mauricio Lizcano, Claudia López, Sergio Fajardo, Alejandro Gaviria, Mauricio Cárdenas, Carolina Corcho, Andrés Guerra, Vicky Dávila y cierra la lista “aparatoso” Abelardo de la Espriella. Y también omiten el segundo apellido, quienes se identifican con sus dos nombres: María Fernanda Cabal, María José Pizarro, Luis Gilberto Murillo y Juan Manuel Galán. Como podemos apreciar, es una lista de 23 aspirantes, sin contar los que faltan y tienen sus aspiraciones amordazadas. Esto significa que la Presidencia de la República es el cargo más apetecido por la politiquería, la burocracia, la oligarquía y la plutocracia colombiana. A estos candidatos hay que aplicarles la fórmula del doctor Darío Echandía, quien dijo en una oportunidad: “Hay que cribar a todos estos aspirantes para ver si resultan uno o dos que sirvan”.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor

Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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