Opinión

Cerebrito Cabral

Amador Ovalle

30/07/2025 - 06:20

 

Cerebrito Cabral

 

La figura del dictador ha sido un tema central y recurrente en la narrativa latinoamericana del siglo XX, sobre todo a partir del llamado “Boom latinoamericano”. Se trata de un fenómeno literario tan importante que incluso se ha hablado del subgénero de la “novela del dictador”.

Algunos de los ejemplos más célebres de este subgénero en América Latina son los siguientes: El Señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias (Guatemala), inspirada en la dictadura de Manuel Estrada Cabrera; El recurso del método (1974), de Alejo Carpentier (Cuba), una crítica refinada al despotismo ilustrado; Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos (Paraguay), centrada en la figura del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia; El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez (Colombia), que retrata una figura dictatorial sin nombre, construida a partir de múltiples tiranos latinoamericanos; y La fiesta del Chivo (2000), de Mario Vargas Llosa (Perú), una poderosa narración sobre la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana.

La razón por la que tantos escritores latinoamericanos han abordado el tema del dictador es clara: en numerosos países de la región han existido regímenes autoritarios —militares, caudillistas o populistas—, y la literatura ha servido como un medio privilegiado para entender, criticar o satirizar el poder absoluto y sus consecuencias. Estas obras no solo permiten explorar las raíces del autoritarismo, sino que también ofrecen claves para comprender el presente.

Pero en este artículo no me propongo analizar al personaje central —el dictador—, sino a los áulicos: cortesanos, aduladores y funcionarios cercanos al poder, cuya presencia es clave tanto en las dictaduras reales como en su representación literaria. Lejos de ser figuras secundarias, estos personajes suelen ser retratados como patéticos, grotescos o incluso trágicos, y encarnan muchas veces los engranajes invisibles que permiten al tirano sostenerse.

Los áulicos son los verdaderos sostenes del poder, aunque a menudo aparenten ser simples satélites orbitando alrededor del dictador. Cumplen múltiples funciones: adulan sin tregua y rinden culto a la personalidad, alimentando el ego del tirano; justifican ideológicamente el régimen, ya sea como intelectuales orgánicos, religiosos o juristas; actúan como intermediarios corruptos, filtrando el contacto entre el dictador y el pueblo, y lucrándose del sistema; reproducen el miedo, fomentando la paranoia, la delación y la represión en nombre del líder; y, en no pocos casos, ejercen una complicidad silenciosa, pues aunque no participen directamente en la violencia, permiten que el engranaje autoritario continúe funcionando.

Cerebrito Cabral es un personaje ficticio de La fiesta del Chivo, a quien Mario Vargas Llosa le atribuye las principales características de un áulico. En su momento de gloria, llega incluso a declararle públicamente su amor al dictador Trujillo (“Presidente, yo a usted lo amo”), y se regocija con la caída en desgracia de otros cortesanos del régimen. No se le pasa por la cabeza que él mismo podría correr la misma suerte. Vive entusiasmado, alimentado por su cercanía al poder, hasta que finalmente le llega su turno. La novela comienza precisamente con su caída, lo cual no es casual: se trata de uno de los mecanismos predilectos de los dictadores para mantener el control, infundiendo miedo y recordando a todos que el favor del tirano es efímero.

Cualquier parecido con la realidad es, por supuesto, pura coincidencia. Sin embargo, no estaría de más que los áulicos de este gobierno, que en ocasiones exhibe rasgos dictatoriales, lo tuvieran presente, especialmente a la hora de aclamar su reelección. Porque así como hoy gozan del favor presidencial, mañana podrían convertirse —por un gesto equivocado o por simple conveniencia del poder— en enemigos declarados del mismo, condenados al ostracismo durante cuatro años o más. Recuerden: el presidente puede relegirse, los áulicos no.

 

Amador Ovalle

Sobre el autor

Amador Ovalle

Amador Ovalle

Líneas de fuga

Nacido en San Diego, Cesar (1963), es médico y escritor. Ejerce la medicina en Bogotá, mientras cultiva la literatura. Ganador del concurso de cuento de ciencia ficción “Isaac Asimov” (1996). En 2024, publicó Entre fronteras, finalista en el Primer Premio Internacional de Novela Inédita Palabra Herida. 

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Soy hermano de Omar Geles

Soy hermano de Omar Geles

  No nací en Mahates, Bolívar, tampoco en Valledupar, y sé que en estos lugares fue donde nacieron los hijos biológicos de la car...

Una charla ante el espejo

Una charla ante el espejo

  —Silva, abordemos el tema desde la génesis. Según la Constitución Política de 1991: ¿Cuál es el modelo de estado de Colom...

Famiempresas políticas y corrupción electoral

Famiempresas políticas y corrupción electoral

En varias ocasiones he señalado que la corrupción se pasea hoy en día, con una naturalidad, que hasta de ello se ufanan sus actore...

¿Dónde estuve en mi depresión?

¿Dónde estuve en mi depresión?

  “Para mí la depresión es un cúmulo de emociones densas que no necesitan medicamentos, sólo necesitan sentirlas”. (Angie Sc...

Happy birthday

Happy birthday

  El Honorable Concejo Municipal de nuestro pueblo ha tenido la costumbre de dar los tres debates reglamentarios a las sesiones donde...

Lo más leído

La historia de la pizza

Verónica Salas | Gastronomía

Los secretos de la caja vallenata

Redacción | Música y folclor

La fiesta de Halloween y su significado

Redacción | Ocio y sociedad

Vallenato: un lenguaje musical en constante evolución

Héctor Manuel González Cabrera | Música y folclor

Edilberto Daza Gutiérrez: el orgulloso patillalero de La conquista

Eddie José Dániels García | Música y folclor

Pepe Castro, el cronista de la Plaza Mayor

José Atuesta Mindiola | Patrimonio

Barranquilla y la Farándula

José Antonio Nieto Ibáñez | Literatura

Petrona Martínez, las penas que nunca fueron tristes

Guillermo Valencia Hernández | Música y folclor

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados