Opinión

Afrodita, Atenea y Antígona en el juicio del año

Diógenes Armando Pino Ávila

01/08/2025 - 06:15

 

Afrodita, Atenea y Antígona en el juicio del año
Representación gráfica de las diosas griegas Afrodita, Atenea y Antígona / Créditos a sus autores

 

La justicia colombiana, politizada, desprestigiada por múltiples escándalos, ha perdido la credibilidad por parte de los ciudadanos, en boca de todos corre la crítica por la politización de la misma en favor de los poderosos, políticos y acaudalados. Se volvió comidilla el negocio montado en despachos, tribunales y cortes donde, presuntamente, rueda el dinero, el tráfico de influencias, se habla de puerta giratoria, de “yo te nombro y tú me nombras”, del nepotismo en los cargos, en fin de un sub mundo de trapisondas, malandros y malandrines.

Con el panorama descrito anteriormente se puede decir que, la justicia colombiana tenía la cara sucia, una cara tiznada por la corrupción, la que la había infiltrado por los poros de la política, la codicia, y ese sistema de elegir las Cortes. Esa especie de zarro de la política que cubría la cara de la justicia, ameritaba una lavada profunda, el negro hollín que desdibujaba su faz era necesario removerlo y la pátina oprobiosa que la cubría y aun cubre su cuerpo hay que removerla de raíz. Nadie se atrevía a tanto, había un temor reverente ante los poderosos y las mafias que desde siempre han mandado en este país, el miedo hacía inviable que alguien osara, siquiera, intentar enjuagarle el rostro a la justicia. Esta semana, alguien, mejor aún, dos mujeres hicieron el gesto que encierra una fuerza moral y ética incalculable, la de lavarle el rostro a la Temis colombiana, tan vapuleada, manoseada y vilipendiada.

Recordé un pasaje de La Ilíada:

“Y Afrodita, hija de Zeus, mantuvo el cuerpo de Héctor intacto, ungiéndolo con ambrosía divina para que no se corrompiera, y con un velo lo cubrió. Apolo, por su parte, lo protegía con una nube dorada para que el sol no lo desfigurara en la llanura.”

Afrodita se acerca al cadáver de Héctor, el gran guerrero troyano, y lo unge con ambrosía para que su cuerpo no se corrompa. La diosa del amor le cubre el rostro, lo protege del sol y de la descomposición. Es un gesto íntimo, pero también profundamente simbólico: aunque vencido, Héctor no será olvidado. No será reducido a carroña. Eso hicieron esas dos mujeres con la justicia.

En otro pasaje esta vez de La Odisea:

“Entonces Atenea tocó al héroe con su varita, le dio más talle, hermosura y juventud, hizo más espeso su cabello, que era semejante a la flor del jacinto, y lo dejó con el cuerpo más bello que antes. Luego lo vistió con un manto limpio, y él volvió a parecer un rey.”

Cuando Odiseo, después de su exilio, regresa harapiento y sucio, Atenea otra diosa —no del amor, sino de la inteligencia política— se ocupa de devolverle su rostro real, antes de que recupere su trono. Atenea le dio más talla, hermosura y juventud, hizo más espeso su cabello y lo dejó con el cuerpo más bello que antes. Lo vistió con un manto limpio, y él volvió a parecer un rey. Atenea no lo hace por vanidad, lo hace porque sabe que él no puede aparecer ante su pueblo degradado, sino restaurado, y con su rostro limpio.

También es bueno recordar la famosísima tragedia escrita por Sófocles:

“No fue Zeus quien proclamó tal decreto. Ni la Justicia, que mora entre los dioses, dictó jamás leyes como éstas. [...] Yo sabía que debía rendir a mi hermano los ritos que purifican al muerto, aunque lo prohibieras tú. Porque no era a ti a quien temía, sino a las leyes no escritas de los dioses.”

 Ese gesto con tremenda carga simbólica que hace Antígona, la joven tebana desafiando poder del rey Creonte que ha decretado que el cuerpo de Polinices quede sin sepultura, como escarmiento. Antígona desobedece: cubre su cuerpo de polvo sagrado, pronuncia su nombre, honra lo que el Estado quiere borrar. La joven tebana desafía al poder para rendir honores fúnebres a su hermano condenado al olvido, no solo realiza un rito: lo devuelve al mundo, le limpia el rostro de la traición, lo nombra humano otra vez. “No fue Zeus quien proclamó tal decreto”, dice ella. No obedecerá una ley que ofende la justicia eterna”.

Este simbolismo salta desde la antigüedad, para recordarnos la carga simbólica que encierra el desafío al poder, el lavar la cara de algo que encierra la majestad  de la justicia, que no merece estar cagado de palomas, que requiere que alguien con valor le restaure su imagen, que alguien con dignidad le grite al mundo con su gesto «la justicia debe brillar», «Nadie está por encima de la justicia» y que no solo lo diga, sino, que actúe en consecuencia de su dicho y sin miedo esgrima la Ley y el derecho para que brille Temis en su esplendor.

En nuestro caso colombiano, en los sucesos de esta semana, el juicio al ex presidente Álvaro Uribe, podemos decir que dos mujeres valientes, inteligentes y dignas:  Las doctoras Marlene Orjuela Rodríguez, fiscal encargada de acusar al imputado y la doctora Sandra Heredia, la jueza encargada de fallar en dicho juicio. Encarnan el espíritu simbólico de Afrodita, Atenea y Antígona limpiando el rostro de la justicia de nuestro país.

Ellas, dos mujeres, pusieron la plana, esperemos a ver si, por dignidad, o por vergüenza, el resto de fiscales, jueces y magistrados siguen la senda de la dignidad y la majestuosidad de la justicia y terminen de lavar el cuerpo y las togas, pues la cara ya la lavaron estas dos heroínas.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

@AvilaDiogenes

1 Comentarios


Luis Enrique Rodríguez 01-08-2025 08:38 AM

Así como Aquiles desafió el destino en las llanuras de Troya, empuñando su lanza contra la injusticia de los hombres y la voluntad de los dioses, así también Sandra Heredia se alza, firme y decidida, en los tribunales donde no hay escudos de bronce, sino leyes que tiemblan ante el poder. La jueza no viste una armadura forjada por Hefesto, pero su toga representa la fortaleza de un compromiso inquebrantable con la verdad. Donde los héroes homéricos luchaban por honor y gloria, ella combate por justicia y dignidad, enfrentando no espadas, sino amenazas, presiones y el rugido invisible de un sistema que a veces protege a los poderosos. Así como Héctor no retrocedió frente a Aquiles sabiendo su destino, Sandra Heredia no titubea frente a los intereses oscuros, sabiendo que su palabra puede cambiar el curso de un país. En La Ilíada, el valor se mide en el campo de batalla; en Sandra Heredia, el valor se mide en su voz firme, en la sentencia que no cede al miedo, y en su soledad, tan parecida a la de los grandes héroes: necesaria, dolorosa, pero digna. Si Aquiles fue el más valiente entre los aqueos, Sandra Heredia es símbolo de una valentía civil que no mata, sino que protege; que no destruye ciudades, sino que las defiende desde los cimientos del derecho.

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