Opinión
La muerte en la escena política

La política colombiana ha estado signada, en forma recurrente, por la memoria de la muerte y la tragedia familiar. El discurso político toma como insumo principal la muerte de algunos personajes para erigirlos como mártires y de paso ungir a sus familiares con el sacro derecho a la heredad política.
Los grupos políticos tradicionales, sus caciques, “patrones” al estilo “Cosa Nostra” que conocen los instintos de la masa y mueven sus bajas pasiones en favor a sus intereses económicos y políticos, apelan a la muerte para mover duelo, rabia, compasión, nostalgia y, sobre todo, la necesidad de identificarse con un partido político. Para ello, generan odios infundados contra los de la orilla contraria, aprovechan la distorsión maniquea, las noticias falaces, el dicho mendaz, la calumniosa inquina contra los movimientos y lideres que promueven ideas de progreso y defensa del pueblo raso.
Se ha vuelto costumbre poner un cadáver como plataforma electoral, montan un show mediático, de noticias, videos, cámaras y desfiles de candidatos (cuál se muestre más compungido ante el cadáver) en un repugnante espectáculo de necrofilia, donde esos políticos practican en público la sarcofagia en la más asquerosa forma de cinismo, peor aún, los familiares del muerto se prestan como piezas de utilería para adornar la escena político-luctuosa de la tragicomedia que el pueblo dividido observa, tomando partido, ya como critico unos y otros como la grey que crédulamente sigue al lobo que aprovecha al muerto para engañar a los vivos.
En Colombia, se venía practicando esta estrategia, donde la muerte se convierte en un recurso que desplaza lo político en el plano racional y critico hacia el borde de lo instintivo e irracional (Gaitán, Galán) y ahora está de vuelta. ¿Dónde está el peligro de dicha práctica? en que el ciudadano abandona el voto crítico, pensado, donde se sospesa un programa y pasa a convertirse en un patrón psico-sociológico que lleva a franjas populares a votar por “un muerto ilustre”. El votante se siente incapaz de votar en contrario pues ello significaría ser desleal y un traidor (es lo que Pierre Bourdieu llamaría un mecanismo de capital simbólico, donde el valor político no está en los argumentos, sino en el aura del sacrificio).
La muerte como razón política tiene un condimento especial, cual es, que el “muerto ilustre”, convertido en “héroe” y “mártir”, a través del marketing político, conlleva a que sus familiares, hijos, padres, jefes o caciques se abroguen la legitimidad para heredar sus ideas (si no las tenía, la inventan) y en esa heredad engloban la posible cauda electoral. En esa tragicomedia al mejor estilo de la mafia siciliana se aplica “la omertá” poniendo en juego, oscuros y secretos intereses que ocultan verdades del pasado con las que cobran la deuda política que los posiciona y legitima como herederos.
Naturalmente, hay una depuración que poco a poco va eliminando al nutrido abanico de los carroñeros que desfilaban a diario haciendo pucheros, muy condolidos o simulando dolor por el finado. Los buitres que circunvolaban la muerte, mientras lloraban a moco tendido, señalando y acusando a sus contrarios de ser los verdugos o determinadores del atentado, empiezan a notar que el libreto no funciona, pues el pueblo ha despertado y detecta la impostación, entonces, también con pasos medidos, comienzan aminorar sus apariciones, a borrarse de la escena como los actores que fueron al casting del dramatizado, pero que no fueron escogidos como protagonistas, desaparecen sin pena ni gloria y peor aún, sin vergüenza alguna.
La muerte no puede seguir siendo el ingrediente fuerte de la política colombiana, pues ella, la muerte abre heridas, perpetúa rencores, despierta odios y abona el terreno para la venganza, lo que a su vez sierve de insumo a los corruptos y asesinos de siempre para seguir gobernando, usurpando, despojando, asesinando y narco traficando, sumiendo a nuestra patria en la vorágine violenta de guerra, sangre, ruina y destrucción. ¡La vida debe prevalecer en la política!
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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