Opinión
Cuando la muerte se celebra: el lastre del wokismo

El asesinato de Charlie Kirk en una universidad estadounidense no solo arrebató la vida de un dirigente político, sino que encendió todas las alarmas sobre el estado moral de nuestra sociedad. Lo verdaderamente perturbador no fue el disparo en sí, sino lo que vino después: miles de mensajes celebrando su muerte, algunos provenientes incluso de académicos y figuras públicas. El crimen se convirtió en espectáculo, la tragedia en motivo de júbilo.
Kirk fue atacado en el lugar donde deberían florecer las ideas: la universidad. Pero ese espacio, antaño dedicado al debate, se ha vuelto un campo minado por la intolerancia. En nombre de la inclusión y la justicia social, la cultura woke ha instaurado un clima donde disentir equivale a delinquir. Bajo sus reglas, quien no comparte ciertos dogmas deja de ser interlocutor y pasa a ser enemigo moral.
En la lógica woke, el mundo se divide entre opresores y oprimidos. Los primeros son etiquetados como fascistas, racistas o transfóbicos, y cualquier etiqueta sirve para despojarlos de dignidad. Así ocurrió con Kirk: para muchos, no era un adversario con quien discutir, sino un “nazi”. Y en este caso la muerte ya no indigna, se celebra.
La elasticidad del lenguaje ha sido clave en este proceso. Bajo consignas como “el silencio es violencia”, se ha llegado a equiparar palabras con agresiones físicas. Si hablar es violencia, responder con violencia parece legítimo.
La democracia liberal descansa en una premisa sencilla pero poderosa: hay personas decentes que piensan distinto. Cuando esa premisa se rompe, la política se convierte en guerra tribal. La cultura woke ha socavado esa base al considerar que quien no comparte su visión no merece voz ni espacio público. Cancelar al adversario es el primer paso; justificar su castigo físico, el último.
La muerte de Charlie Kirk, y las celebraciones que provocó, muestran hasta dónde hemos llegado. No se trata de un choque normal entre izquierda y derecha, sino de algo más profundo: la incapacidad de reconocernos como parte de una misma comunidad moral. El adversario político ya no es un ciudadano con derechos, sino un enemigo que debe ser eliminado.
Es posible que la derecha convierta a Kirk en un mártir, tal como la izquierda convirtió a George Floyd en un símbolo. Pero más allá de esa simetría, hay un hecho innegable: hemos cruzado un umbral peligroso. Cuando la política se deshumaniza al punto de justificar el asesinato del opositor, lo que se erosiona no es solo la convivencia democrática, sino la idea misma de humanidad compartida.
La muerte de Kirk nos obliga a un examen incómodo: el wokismo no es una simple moda cultural, sino una ideología que trivializa la violencia y erosiona los fundamentos de la democracia liberal. Si no recuperamos la convicción de que la palabra debe responderse con palabra —y nunca con un tiro—, el futuro que nos espera será aún más oscuro.
Julio Franco Orozco
@Jafrancoz1
Sobre el autor

Julio A. Franco Orozco
Cleóbulo
Docente Universitario, que le gusta la política cuando se vuelve historia, y que busca a través de las ideas de la libertad recrear en la columna, conceptos políticos y económicos que nos ayuden a entender la realidad actual.
2 Comentarios
Extraordinario y sereno análisis.!!!! Muy recomendado.
Excelente análisis comprendiendo la política y la historia felicidades Dr Franco.
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