Opinión

¿Por qué escribo sin ser escritor?

Ramiro Elías Álvarez Mercado

17/11/2025 - 05:05

 

¿Por qué escribo sin ser escritor?
Ramiro Elías Álvarez Mercado / Foto: archivo particular del autor

 

La paradoja de la creación: un ser que se expresa a través de la palabra sin haber pasado por los templos académicos de la literatura.

¿Por qué escribo, entonces? ¿Qué fuerza misteriosa me impulsa a dejar que mis pensamientos se derramen sobre el papel, como un río que busca su cauce entre las piedras del silencio?

Quizás sea porque escribir es una forma de liberación, un intento de ordenar el caos interior, de capturar la esencia de lo que escapa, de darle nombre a lo que duele o a lo que brilla fugazmente.

Es un acto de resistencia ante el olvido, es mi manera de darle sentido a la vida, a la muerte, a la alegría y al desconsuelo.

Escribir es, para mí, un modo de respirar cuando el aire escasea.

Nací en Planeta Rica, Córdoba, un municipio del Caribe colombiano que, aunque queda un poco lejos del mar, respira con el espíritu del trópico.

Su gente vive con el corazón abierto con esa manera tan nuestra de enfrentar la vida entre el humor y la esperanza.

Crecí hasta los doce años entre los corregimientos de Campo Bello y Pica Pica, lugares donde el tiempo parece tener otro ritmo y donde cada amanecer tiene el color de la esperanza.

Allí estaba rodeado de ganado y aves de corral, del canto de los pájaros, de cultivos y vegetación abundante.

Los caminos eran de polvo en verano y de barro en invierno, en medio de la brisa cálida de los atardeceres encendidos y rojizos, acompañados por los sonidos mágicos de la naturaleza.

La finca de mis padres fue mi primera escuela: allí aprendí a observar. Fui un niño curioso, capaz de asombrarse ante cualquier fenómeno natural, de encontrar poesía en la forma en que el viento jugaba con los cultivos, o en el rumor del río San Jorge y la quebrada San Jerónimo que me hacían delirar de emoción con sus corrientes cantarinas.

En ese entorno sencillo y vasto, los campesinos fueron mis primeros maestros. De ellos aprendí una sabiduría que no se enseña en los libros: la del silencio, la paciencia, el respeto por la tierra.

Me enseñaron que la palabra tiene peso, que una promesa es ley, y que trabajar con las manos no impide soñar con el alma. Sus conversaciones al atardecer, entre el humo del fogón y el aroma del café, eran lecciones de vida disfrazadas de cuentos.

Cada historia tenía raíces y cada risa era una forma de esperanza. Mis primeras experiencias con la lectura fueron un milagro de la imaginación.

Antes de conocer la literatura formal conocí los mundos del papel barato y las ilustraciones heroicas. Los cómics y revistas vaqueras fueron mi portal al infinito, con ellos descubrí que el hombre podía volverse héroe, que la justicia podía tener un sombrero y una estrella en el pecho, que el valor podía cabalgar entre el polvo del desierto.

Kalimán me enseñó la fuerza del pensamiento; Águila Solitaria, el coraje de la soledad y Arandú, la sabiduría del guerrero que defiende su selva y su gente.

A través de ellos comprendí que la palabra era más poderosa que la espada y que imaginar era una forma de libertad.

Luego, vinieron los autores de las revistas vaqueras: Silver Kane, Marcial Lafuente, Gordon Lumas, Clark Carrados, Keith Luger.

Ellos me enseñaron el arte del suspenso, el ritmo de la acción y la intensidad del diálogo. Sus historias, leídas a la luz temblorosa de las lámparas de petróleo, me formaron el oído narrativo y el gusto por las emociones bien contadas.

Porque la falta de luz eléctrica nunca fue una excusa; por el contrario, las lámparas de petróleo brillaban más: su luz tibia hacía que las sombras cobraran vida, que los héroes de papel se movieran en las paredes, que las palabras se convirtieran en destellos.

Bajo esa penumbra nacieron mis primeros sueños de narrador, allí aprendí que la oscuridad también puede ser una maestra luminosa.

Más tarde llegaron los autores de la literatura universal, y cada uno me dejó una huella distinta. Gabriel García Márquez me enseñó que lo real puede ser tan mágico como un sueño y que el Caribe cabe entero en una frase.

Julio Verne me mostró que la imaginación también es un viaje, y que la ciencia puede ser una forma de poesía. José Eustasio Rivera me reveló que el hombre, como la selva guarda dentro de sí la lucha entre la belleza y la barbarie.

Jorge Isaac me regaló la pureza del amor ideal y el valor de la ternura tan necesaria en un mundo áspero. Ernesto Sábato me hizo descender a mis sombras, a entender que escribir también es mirarse en el abismo.

Miguel de Cervantes me enseñó que la locura puede ser una forma de sabiduría, que los soñadores son los verdaderos cuerdos del mundo. Y Pablo Neruda me mostró que la palabra puede oler a mar, a pan, a vino, que la poesía puede nacer de lo cotidiano y elevarse hasta lo eterno.

Todo eso desarrolló mi imaginación, consolidó mi amor por la lectura y por la investigación, sin ser escritor, pero con la entrega de quien ha descubierto un fuego que no se apaga.

Porque en el fondo, escribo porque soy yo, porque siento y porque no puedo dejar de hacerlo, aunque lo he intentado.

El río San Jorge y la quebrada San Jerónimo eran mis escenarios de asombro: su rumor constante me enseñó que todo fluye, que toda corriente busca su destino. La cercanía con los campesinos me reveló la sabiduría sencilla de quienes viven de la tierra y la honran con el sudor.

En medio del trabajo y las historias junto al fogón nació mi fascinación por los relatos y por las palabras que guardan memoria. Mi padre me inculcó tres pasiones que me acompañan hasta hoy: la lectura, los deportes y la música. Con él aprendí a amar el fútbol y el ciclismo, que me enseñaron el valor del esfuerzo y la disciplina, pero también el arte de disfrutar la vida en movimiento. Y me transmitió, sobre todo, el amor por la música del Caribe colombiano: el vallenato, el porro, la cumbia, el bullerengue.

Él siempre fue admirador de los grandes juglares: Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa, Enrique Díaz, Miguel Emiro Naranjo, Lucy González , "La Niña" Emilia, Juancho Polo, Alfredo Gutiérrez, Emiliano Zuleta, Leandro Díaz, Rafael Escalona, Pablo Flórez y tantos otros que, con su canto, sembraron poesía en el alma del pueblo.

De esa herencia nace también mi impulso por escribir sobre ellos, sobre nuestra música, nuestras raíces, los vinos y sabores porque todo eso hace parte de mi oficio y de mi vida. Mi padre me enseñó que la cultura no es un lujo sino una forma de dignidad. Y que hablar de un buen vallenato, de un vino o de un gol bien hecho, puede ser también una manera de escribir poesía.

En aquellos años la falta de luz eléctrica nos acercaba a otra forma de maravilla: la radio. Frente a ella aprendí a imaginar. “Ver la radio” fue mi primera forma de escribir con los sentidos: creaba imágenes con las voces, rostros con los sonidos, emociones con los silencios.

No tengo formación profesional en literatura ni en escritura. Soy un hombre empírico, un autodidacta de la palabra. No aprendí entre pupitres ni bajo la guía de un profesor de letras, sino en las aulas del mundo, en el vaivén de la vida misma.

He aprendido escuchando el murmullo de la calle, observando la nobleza de lo simple, leyendo sin pretensiones y escribiendo sin miedo. Mis verdaderos maestros han sido el amor, la nostalgia, la música, el silencio y el paso del tiempo.

No escribo desde la técnica, sino desde la intuición; no desde la teoría, sino desde la emoción. Escribo como quien conversa con su sombra o con su propia historia.

A veces las palabras habladas me resultan más pesadas que las escritas. Frente al papel, o frente a una pantalla, encuentro refugio: allí mi voz no tiembla, allí puedo pensar en calma y reconciliarme con mis pensamientos.

He vivido treinta y un años de los cincuenta y uno que tengo en Bogotá, la fría capital que me adoptó sin apagar el fuego costeño que me habita. Allí, entre el ruido y la prisa, fue donde aprendí a escribir con más constancia, quizás para no perder el hilo de mi origen, quizás para que el Caribe siguiera vivo en mi interior.

Porque, aunque vivo lejos del mar, el río y la quebrada, ellos me siguen por dentro: están en mis recuerdos, en mi acento, en la forma en que nombro el mundo. Mi oficina es un lugar poco habitual: el TransMilenio, ese río de metal que atraviesa la ciudad.

Allí, entre el bullicio y la marea humana, encuentro el ritmo perfecto para escribir. Es mi taller en movimiento. Escribo mientras el paisaje cambia y las estaciones se suceden como capítulos de una novela interminable.

El vaivén del bus es mi metrónomo; el murmullo de la gente, mi fuente de inspiración. Y cuando llego a mi sitio de trabajo, el restaurante El Viejo Bandoneón, la escritura no se detiene: se transforma.

Allí, entre aromas y copas, aprendo cada día que atender a un cliente también es un arte. Sugerir un plato o un vino se parece mucho a escribir: en ambos casos uno intenta ofrecer una experiencia, despertar los sentidos, dejar una huella.

Un buen vino, como un buen texto, debe tener cuerpo, ritmo y carácter; debe empezar suave, luego sorprender, y finalmente dejar un recuerdo que perdure.

Aunque no soy músico, me apasiona analizar las letras de las canciones. Las escucho con detenimiento, las desarmo y las vuelvo a armar para entender lo que me transmiten.

Las califico según la hondura que dejan, según la emoción o la verdad que encierran. En cada letra encuentro una historia, una intención, una mirada sobre el mundo que me inspira o me conmueve.

En mi niñez y adolescencia practiqué fútbol, ya no lo hago; sin embargo, sigo leyendo el juego desde mi propia óptica. Observo la táctica como si fuera un texto, la jugada como si fuera una frase bien construida, el gol como una metáfora que estalla en belleza.

Lo mismo me ocurre con otros deportes, como el ciclismo, que admiro por su esfuerzo silencioso, por esa épica del pedal que combina soledad y resistencia. Todo eso, al final, también es literatura en movimiento.

He escrito sobre cultores de la música del Caribe colombiano: algunos ampliamente reconocidos, otros menos conocidos, pero todos valiosos. Mi pluma los busca, los enaltece, los devuelve al lugar que merecen. Es mi forma de rendir tributo a quienes, con su canto, mantienen viva la memoria cultural de nuestra tierra.

Así que escribo, no porque me considere un escritor, sino porque soy un hombre que siente, que observa, que reflexiona y recuerda. Escribo porque la vida me desborda y necesito ponerla en palabras. Porque a veces solo al escribir entiendo lo que vivo.

Y si me preguntan: ¿por qué escribes sin ser escritor?, responderé con calma, con la serenidad de quien ha encontrado su verdad: Escribo porque soy movimiento y pensamiento; porque, como en el fútbol, cada palabra es un pase que busca destino, una jugada que nace del corazón. Porque escribir, al igual que vivir, es no dejar que la pelota del alma se quede quieta.

 

Ramiro Elías Álvarez Mercado

Sobre el autor

Ramiro Elías Álvarez Mercado

Ramiro Elías Álvarez Mercado

Una copa de folclor

Nacido en Planeta Rica, Córdoba, el 14 de octubre de 1974, radicado en Bogotá hace casi tres décadas. Amante de la lectura, los deportes, la escritura, investigador nato de las tradiciones, costumbres, cultura, música, folclor y gastronomía del Caribe colombiano. 

Estudió coctelería, bar, etiqueta y protocolo con dos diplomados en vinos y certificación de sommelier, campo profesional en el que tiene más de 20 años de experiencia. 

Escribe de manera empírica, sobre fútbol y otros deportes, vinos y todo lo relacionado con el tema, así como publicaciones en distintos medios sobre cultores de la música vallenata y de otras expresiones musicales que se dan en el Caribe colombiano. Sus escritos han sido publicados en distintos medios virtuales.

Desde temprana edad le ha gustado escribir, sin embargo, fue en Bogotá, muy lejos de su terruño, que se le despertó ese deseo incesante de recrear las semblanzas de personajes que han hecho un aporte significativo al vallenato y otras expresiones musicales de la Costa Atlántica de Colombia.

@RamiroEAM

6 Comentarios


Jose Fernando Cogollo Castillo 17-11-2025 01:08 PM

Maravilloso, orgullo planetaricense. Planeta Rica tiene Talento. Felicitaciones. Palante Vale la Pena Soñar

Fabio Almanza v 17-11-2025 02:59 PM

Mi hermano que escrito tan diciente,me hizo recordar momentos vividos en las sabados de la tierra de Alejo.fuerte abrazo,Dios siempre te guiará.

Hochi Cantautor Vallenato 17-11-2025 03:56 PM

???????????????????????? Mi Estimado Ramiro Álvarez, usted es un Escritor en toda la extensión de la palabra, Que Aprende Con La Sensibilidad En Cada Experiencia De Vida , Propia o Ajena, y que necesita expresar sus sentires, honrando y exaltando, con humildad y buena letra. Recibe amigo mío, mí respeto y admiración.

Fabio Almanza v 17-11-2025 06:59 PM

Excelente mi hermano,me recuerda las vivencias en las sabanas de el paso,.Un fuerte abrazo Dios lo bendiga siempre.

Franklin Villanueva Martínez 18-11-2025 08:34 AM

Rami, escribir desde el alma es la mejor manera de expresarse un corazón y eso hace del que escribe un escritor natural que no necesita más nada si no la fuerza del amor. Eres un gran escritor y así naciste y eso serás por siempre mientras Dios te acompañe en tu diario vivir donde quiera que estés.

Yenny Pérez 18-11-2025 08:23 PM

Muchas felicidades amigo recordar es vivir, escribes desde el corazón un fuerte abrazo

Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Certificación educativa municipal, una imperiosa necesidad de muchos municipios del Cesar

Certificación educativa municipal, una imperiosa necesidad de muchos municipios del Cesar

  La certificación educativa de un municipio en Colombia es el reconocimiento que se le otorga al ente territorial para que, de mane...

Consejos y gritos

Consejos y gritos

Hace muchos años, 208 creo, leí en la revista Selecciones que los viejos dan buenos consejos porque no pueden dar malos ejemplos. Y ...

Nostalgia Guajira

Nostalgia Guajira

La tarde está gris, como de costumbre. Cae una leve llovizna anunciando el aguacero que se avecina. A mi alrededor hay cuatro paredes ...

¿Perspectivas del movimiento por la universidad publica en Colombia?

¿Perspectivas del movimiento por la universidad publica en Colombia?

Una proporción importante de la sociedad colombiana quiere una Universidad Pública autónoma, financiada y de calidad y a la cual ten...

Punto final a la Raquel

Punto final a la Raquel

  Es inspirador hablar de apuestas sociales lideradas por mujeres valientes como Raquel Sofía quien a lo largo de su vida ha trabaja...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados