Opinión
El eco de la infancia

Había cursado la primaria completa en el glorioso Ateneo El Rosario, ese espacio educativo que le permitió al formidable César Pompeya Mendoza Hinojosa tejer un enjambre de conocimiento como regalo sublime a generaciones que nos encontramos allí como entrados en la ilusión de padres y acudientes que, en numerosos casos, habían perdido la esperanza de enderezar su rumbo.
En lo que a mí corresponde, ingresé desde el inicio, en 1964, antes de cumplir mis primeros 6 años. La tarde memorable en que mi padre noble nos llevó por primera vez fui 'examinado' por las infatigables Rosario y María Antonia, hermanas del fundador y rector, quienes recomendaron matricularme en segundo grado, pero don Julio se mantuvo firme en que, dada mi cortísima edad, lo mejor era que comenzara desde el principio. Así se hizo, durante ese primer año mis examinadoras fueron las guías, más que profesoras, de mi aprendizaje durante ese recorrido 'académico'.
Al año siguiente, cursé el segundo grado, con la hermosa, como competente y directora de grupo, docente Gladys Vega. En 1966, fue el tercer grado y mi director de grupo el 'gigante de los números' Gustavo Peroza. Avanzábamos con pie derecho, ya en 1967 tuvimos al mejor, el inolvidable Lorenzo Padrón, quien nos organizó el equipo de fútbol "Rosario Central", precisamente, ahí publiqué mis primeros escritos en aquella cartelera del curso con fondo azul turquí y, en plateado, el mapa de Suramérica y colaboraciones de los estudiantes de ese 4° B memorable.
Fue una anualidad con resultados maravillosos y la ocurrencia de acontecimientos que dejaron huella en la historia de Valledupar, del Magdalena grande y del Cesar. Primero, la muerte trágica de, "el hombre más grande que el Valle ha tenido", Pedro Castro Monsalvo, el 3 de marzo, en fatídico accidente; la creación del Departamento del Cesar, mediante Ley 25 del 21 de junio; la inauguración del Departamento del Cesar el 21 de diciembre, todo en 1967, como corolario de la gesta iniciada con aquellos versos de Santander Durán Escalona que sonaban por todas partes, unos años antes:
Cantos de Valledupar, cantos de Valledupar
historias del Magdalena
versos de noche serena
que hallan eco en el Cesar,
y en el ecos del Cesar
canta el alma vallenata
la que expresa en forma innata
su música y su cantar.
Cuando suena un acordeón, cuando suena un acordeón
se arremolina la gente
se inspira el compositor
surgen versos de su mente,
en el ecos del Cesar
canta el alma enamorada
cuando le implora a su amada
que un beso se deje dar.
Rumbo a la calle grande
En días de noviembre de 1968 pasé él examén de admisión en el gran Coloperena, ubicado en la calle grande, para lo cual hube de dejar el portentoso Callejón de la Purrututú, que no era cualquier cosa: renunciar al abrigo maternal, mañanita y tarde, de la, solícita y acogedora, señora Pascuala, hermana del caporal mayor, Enrique Borrego, con su rebaño itinerante de mulos, yeguas, novillos y echores, a escasos pasos de la querida Ino, donde era dable esparcir dulce de maduro en las tostadas soberanas de la época, cerca también de los palenqueros con la probanza diaria de la auténtica 'alegría con coco y anís' que ventorrilleaba el gran Pipe Valdés, hermano de Pedro, uno de los mejores delanteros que futbolísticamente tuvo el viejo Valle.
Ya en el Colegio Nacional Loperena llegó el encuentro experiencial con algunos repitentes que compartían los meandros del diciembre anterior sumidos en el dolor y la frustración por el atraso ineludible.
Fue en el Loperena donde la nueva vida del bachillerato regaló la rigurosidad del profesor de Español, Jaime Gómez, el sesudo método de enseñar matemáticas de "Tío Lucho", el profesor Luis Zequeda, la ingeniosa manera de vivir y estudiar de los bien queridos, Nunció Barón Larrazábal y el Chueco ingenioso Santander Araújo, la cremosa y exclusiva avena de Franco, los discursos imantados de Jaimito Araújo Rentería, Carlitos Quintero, Evelio Daza Daza, los pasos de liderazgo de Rafael María Gutiérrez, Leovedis Martínez, en tiempos de la Unec, las bondades histrionicas de William Figueroa, Juancho Bermúdez, Toñito Fernández, la magia futolística de Eutimio Rodriguez, Julio Monsalvo Castilla, el cachaco Echeverry, el pollo Jairo Martinez Palmezano y los retozos gremiales del siempre recordado Luis Eduardo "El Cuchi" Pérez.
La pócima Virginiana
El profesor Ángel Mancilla, llegado de Barranquilla, en medio del sopor de la media tarde me 'echó' de su clase de geografía, "busca tu charco babilla, vete a las piedras, al lado del portón, donde mereces estar". Avergonzado salí, le obedecí al profesor, pudiéndome ir a otro lado, fui "a las piedras, al lado del portón", ahí me derrumbé sobre la que llamábamos 'la batea', sintiéndome derrotado, humillado por mi irresponsable actitud. La dolencia emocional, lacera el alma, mortifica y duele en lo profundo de las entrañas, ese día, pensé en mis padres queridos que sacrificaban, lo mejor que tuvieran, por nuestra educación, pensé en los pencazos y en la disciplina del prodigioso 'Checha' Mendoza y aquella regla 'la meriñaña' que tanto, y a tantos, nos aconductó. Mis lagrimales se bloquearon en aquel momento, pero ríos de pudor acompañaban esa correncia intempestiva.
Cuasi vencido, no me percaté de la silueta femenina acercándose a mí, como autómata logré asir su mano y fuimos directo a la oficina de sus labores. Nada me dijo con palabras, pero su expresión y la tarea temporal que me asignó fue la mejor manera de recordarme mi valía personal, que nada estaba perdido, que podía contar con ella. Le organicé las carpetas en orden alfabético, degusté el vaso de refresco que le llevaron pero ella generosamente prefirió halagarme con el dulzor, opción válida para tranquilizar mi cerebro. El asunto no paró ahí, cada vez fue más amable conmigo, pero jamás se habló de aquel mal momento para mí, gracias a lo cual permanecí agradecido todo el tiempo y disfruté cada encuentro ocasional, como oportunidad inestimable de reiterarle mi gratitud, sin proferir elogios, con historias que la hacían reír y conversábamos con afecto. La ¡Moliniaba!, respetuosamente por el amor integérrimo que los unió siempre, a ella y a su esposo el queridísimo Cusi Molina, el hombre que mantiene de moda la manicartera, con siete hijos cuya decencia es directamente proporcional a la formación de casa. Uno de ellos, el gran Quique Molina, es el esposo de mi prima Vicenta, con un hogar admirable e hijos queridos.
Recientemente despedimos a la muy señorial, Virginia Galvis de Molina, en silencio le reiteré mi cariño y gratitud, a su esposo e hijos, como a la familia Galvis, toda la solidaridad personal y familiar. Fue directo al Cielo por su grandeza humana, por sus obras de caridad, por ser hija, hermana, esposa, madre y abuela, tía, vecina y amiga, con amorosa dedicación.
Martha Mendoza Hinojosa
La menor del hogar bendito de los diligentes, don Juvenal Mendoza y su esposa querida, dejó este mundo que la acogió con amor, paz y bendiciones. Primero partió Franco, el hombre de "viva el mundo y sus alrededores", luego Ángel Vicente, recientemente la queridísima Chayo. Duele el fallecimiento de Martha, cuya belleza y su gestión de vida siempre fueron de la mano. Mientras viaja al Cielo, oramos por Laureano, quien afronta quebrantos de salud.
Alberto Muñoz Peñaloza
Valle del Cacique Upar
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
1 Comentarios
Lo felicito y para usted Alberto Muñoz Peñaloza, todo mi respeto y admiración; maravillosas anécdotas de un Valle y de personas inigualables, que han quedado plasmados en los corazones, los recuerdos, las canciones y las vivencias de todos los que tenemos el alma vallenata, ya seamos oriundos o adoptivos de éste bello terruño. Gracias ????️
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