Opinión
De la plaza a las redes

Desde siempre, en estos pueblos de Dios, la palabra se ha encargado de congregar amigos, familias, vecinos, paisanos puesto que ella es el vínculo no material que permite el tejido social y hermandad en nuestras comunidades. La palabra es parte de esos códigos que marcan la pertenencia o no a una comunidad a un pueblo, ya que a través de ella se identifican otros códigos no físicos, estos si espirituales con que se transmite la oralidad característica del territorio.
La palabra en nuestros pueblos junto al abrazo, la sonrisa y el cariño festeja los logros y triunfos de los miembros de la colectividad. No hay nada más gratificante que hacerle ver a un amigo, a un familiar, a un vecino que nos alegra su triunfo y que lo sentimos como propio y, por supuesto esa misma alegría la siente el amigo, el familiar o el vecino al ver que nos regocijamos sinceramente con su triunfo. Hay momentos en que la palabra duele, en esos momentos de luto, de dolor, los amigos, vecinos y familiares se acercan a expresarnos su solidaridad y a darnos un abrazo de condolencia que permita pasar el duelo y que devuelva la normalidad familiar.
La palabra en nuestros pueblos se recreaba en la cocina, en torno al fuego, donde las mujeres del hogar, charlaban y las ancianas aconsejaban, contaban historias; otro lugar predilecto era la plaza, el parque, donde se reunían los amigos a charlar, a intercambiar información, a compartir alegrías, chistes y chismes de pueblo. Hace algún tiempo, en mi libro “Tamalameque historia y leyenda”, publique un texto donde hablaba de los comentaderos públicos, en mi pueblo eran muy reconocidos el mercado en la madrugada cuando se iba a comprar la carne, el del “maiztostao” en la entrada del Hospital y el que quedaba en el parque Central en la esquina de la alcaldía.
La palabra, o mejor la oralidad, se encargaba de conservar la cultura popular vernácula, los abuelos, con profundo respeto a ella la practicaban en sus fiestas de guardar y fiestas paganas. Andando el tiempo con el embate de culturas foráneas la encubrieron para no perderla y la practicaban en los barrios de pescadores y artesanos, pues ellos eran los guardianes de la misma, tiempo después pasaron a practicarla en los patios de algunas familias portadores de la tradición.
Por allá, en los años 70, cuando ya estaba a punto de fenecer, esta cultura tuvo un nuevo aire, en Tamalameque se les ocurre a tres jóvenes de esa época, reunirse y escuchar las indagaciones sobre La Tambora que yo había realizado empíricamente en ese momento. A partir de ahí nos reuníamos en cada vacaciones y en parrandas donde la palabra recurrente era la cultura de Tamalameque, analizábamos el proceso cultural y el peligro de extinción que se cernía sobre ella. Terminado los estudios, en 1.976 tuvimos más tiempo y dedicación para tratar el tema y ya entrado el año 1.978 tomamos la decisión de realizar el primer Festival de Tamboras. Tuvimos un largo receso de casi ocho años, para que con terquedad incursionáramos de nuevo y en 1.986 realizamos el segundo Festival y de ahí en adelante con algunas interrupciones se ha venido realizando y permanece vivo.
Quiere decir, en este caso, que la palabra mantuvo viva a una cultura que estaba relegada a un sector de ancianos que se negaban a abandonarla y que a propósito del Festival Nacional de la Tambora y la guacherna cobro vida y se mantiene. A partir de este festival se retoma la modalidad de festivales de Tambora en casi toda la Depresión Momposina, San Martín de Loba, Barranco de Loba, Hatillo de Loba, Altos del Rosario, Chimí, El Peñon, Ríoviejo, Santa Rosa de Arenal y otros municipios del sur del departamento de Bolívar lo realizan. En el departamento del Cesar varios municipios lo realizan: Tamalameque, Gamarra, La Gloria, Chimichagua, El Paso, San Bernardo (Pelaya), Boquerón (La Jagua), Las Palmitas (La Jagua) y otros.
No obstante, el triunfo de la palabra y la oralidad en el pasado, se debe tener en cuenta que los tiempos han cambiado y que las tecnologías de la comunicación han permeado los territorios. Antes lugares netamente llenos de oralidad ahora se mueven en un entorno tecnológico de TV por cable, Netflix, internet, el video, el podcast, las redes sociales, los canales de videos YouTube, TikTok y otros que han venido desplazando hacia el olvido las formas primarias de oralidad y la palabra en nuestros territorios.
Nuestra juventud ha caído inmersa en esta novedad tecnológica y son presa fácil de modas foráneas cambiantes, modas efímeras movidas por el comercio y el capital que las aviva para vender sus productos y que poco tiempo después sofoca para abrirle espacio a nuevos productos que son consumidos vorazmente por la sociedad de consumo en que nos han sumergido.
Nuestros grupos de Tambora, nuestros sabedores, hacedores, no han tomado conciencia de este nuevo estadio de la comunicación y la tecnología, por ello la consumen sin filtro alguno, es decir consumen cultura foránea sin proponer la suya propia, no suben a la red sus cantos, sus bailes, sus tradiciones, su oralidad. No han sido capaces de vencer la timidez y asumir identitariamente su cultura, con valentía y dignidad. Yo acostumbro tomar todo el mes de diciembre para realizar esta labor con la Tambora el “baile cantao” insignia cultural de los pueblos de la Depresión Momposina y de la ciénaga de la Zapatosa.
Cada video que subo recibe 2.000 y más visualizaciones de diferentes partes de Colombia y el mundo, visibilizando nuestra cultura y de donde menos visualización, comentarios o “me gusta” reciben, es precisamente de la tierra de las tamboras. Es hora de que actuemos masivamente en las redes con un movimiento masivo de publicaciones sobre nuestra cultura, es hora de que viralicemos la tambora que la hagamos tendencia para decirle al mundo ¡existimos! y ¡lo nuestro también vale!
Llevemos la palabra y la oralidad a estas nuevas formas de comunicación, sin perder de vista la palabra, la oralidad propia.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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