Opinión
Del discurso a la práctica (sobre el día de la mujer)
Pasó el Día de la Mujer. Pasó su rimbombante manifestación de alegrías de un día, de felicitaciones momentáneas y discursos de perogrullo. Con este inicio ya los lectores intuirán la antipatía que me genera dicha celebración. No es que no me parezca loable, meritorio y justo celebrar a la mujer en su femineidad, dignidad y trascendencia. Pero en la práctica, lo que me fastidia es la trivial interpretación de lo que, por lo menos en nuestro medio, significa valorar a la mujer.
En definitiva, tengo mis dudas sobre la celebración del Día de la Mujer. Parece más un artificio del sistema patriarcal para hacerles creer que se les reconoce su inherente dignidad. Visto en su real perspectiva, aquello que es inherente a la persona no tiene por qué ser disfrazado de exaltación para ser reconocido. Pero en una sociedad como la nuestra, donde las mujeres han tenido que ganarse espacio casi con beligerancia, pareciera urgente la necesidad de reivindicar los valores femeninos a través de una fecha clásica, a la cual queda reducida una celebración que no pasa del discurso.
Este día vemos entonces repetirse el ritual masculino del cortejo, pero esta vez extraído de su contexto romántico y convertido en un cliché ramplón y ofensivo, porque supone la idea de que el hombre se impone y la mujer se inclina. Dicho de otro modo: se reivindica la superioridad del falo sobre la vagina. Arreglos florales, cajas de chocolates, frases y palabras de cortesía, invitaciones a salir, en fin; todo ello cumple sin saberlo la subrepticia voluntad del sistema, que es machista y vulnera como el que más la dignidad de la mujer, al reducir la grandeza del sexo femenino a simple objeto mercantil de la sociedad de consumo. ¿Acaso para vender cerveza se necesita publicitar la bebida con jovencitas de libidinosa actitud cuya estrategia es hacer pensar que a mayor consumo mayor posibilidad de follar con chicas hermosas?
¿Y la evidencia? En Colombia son vergonzosos los índices de violencia contra la mujer. Violencia física, violencia sicológica, violencia espiritual, violencia moral, violencia publicitaria, violencia de medios. O les parece que no es denigrante la imagen femenina representada en los canales nacionales: mujeres estereotipadas por la cosmética light; mujeres que aparentan denunciar la agresión contra la mujer agrediendo la dignidad misma de la mujer -al estilo “Laura en América”-; mujeres absorbidas por el manierismo de la farándula, como las presentadoras que con la misma sonrisa impostada anuncian un premio o un funeral. No es esa la imagen femenina que debe exaltar la sociedad. No es auténtica.
Pero si la sociedad de consumo ha permitido la subvaloración de la mujer, otro tanto ha puesto de su parte el feminismo mal entendido. Insisto: el feminismo mal entendido. El feminismo como ideología reivindicativa de la dignidad de la mujer en tanto semejante al varón como miembros de la especie humana, ha sido cuna de grandes conquistas para la mujer dentro del ámbito social. Así por ejemplo el derecho al voto o la consecución de garantías civiles y laborales equitativas ante la ley.
Sin embargo, hay una corriente de pensamiento feminista mediada por concepciones particulares surgidas al interior de la mentalidad femenina colectiva afín a nuestro entorno “tropical”. De este modo ha devenido la creencia de que la igualdad entre el varón y la mujer opera también en términos cualitativos y se pregona sin distinción que el hombre y la mujer son iguales. El punto es que esta frase conlleva en sí misma un equívoco pues hombre y mujer son diferentes, y para comprobarlo basta mirarse al espejo. Lo que no se cuestiona es que varón y mujer son iguales en dignidad, y eso sí es inamovible.
Propongo un ejemplo que ilustra el párrafo anterior. De hecho, es una situación que presencié hace poco: Una madre llegó desesperada a una tienda de regalos a comprar un peluche de ciertas características. Dicho peluche era un regalo que su hijo, en cuarto de primaria, debía hacer a una compañerita con ocasión del día de la mujer. La vendedora, un tanto quisquillosa, se escandalizaba un poco de que en los colegios pusieran ese tipo de tareas, a lo cual la madre replicó: “Mija, es que el hombre es que el gasta”. Las mujeres se quejan del machismo, pero ¿pueden imaginar una frase más machista que ésta?
Esa explicación tan caribeña supone que la mujer no debe, de modo equitativo, obsequiar al varón con detalles que en última instancia son expresiones del afecto que hombres y mujeres por igual necesitamos sentir. Lo peor es que esta mentalidad se afianza en los niños desde los años escolares, de tal suerte que los jovencitos crecen convencidos de que deben gastarle a la mujer para complacerla. Y como es típico de nuestra cultura Caribe, la mujer reclama para sí igualdad en todos los aspectos, pero se conforma con seguir siendo objeto de demostraciones adulantes que en el fondo reproducen la dinámica de la imposición (te gasto – te domino).
Lógicamente esto es una generalización y no quiero herir la susceptibilidad de las incontables mujeres que se proponen día tras día liberarse de las dinámicas dominantes del sistema. Pero es algo que ocurre todavía en muchos lugares. Para no ir lejos: ¿Hubo en Valledupar algún evento académico sobre la situación actual -digamos laboral- de la mujer? ¿Hubo alguna exaltación por parte de la Alcaldía Municipal de alguna mujer destacada en el ámbito político, económico, científico, etc.? ¿Alguna vez el Festival de la Leyenda Vallenata ha homenajeado en cuarenta y cinco años a una cultora del folclor -que las hay, y muy valiosas-?
La respuesta es NO. No que yo recuerde. Es más, creo que el esperado funeral del recién fallecido (?) expresidente venezolano acaparó por completo la atención nacional. Pero seguramente hubo arreglos flores en las oficinas, chocolates para las novias (a la mía no le gusta el chocolate, ¡Vea pues!), y saliditas a la disco con las amigas. Ellas felices, claro está. Porque a fin de cuentas, el machismo que tanto denuncian es en realidad una entidad definida y sustentada por las mujeres. No porque lo deseen o se hayan propuesto reproducirlo, sino porque inconscientemente han asimilado una realidad sico-histórica impuesta pero igualmente enquistada en el imaginario social y por ende generacionalmente aceptada.
Armando Arzuaga Murgas
Sobre el autor
Armando Arzuaga Murgas
Golpe de ariete
San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa. Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.
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