Opinión
Vamos todos por la paz
Pocos creen en un final feliz de las conversaciones de La Habana. El anuncio del presidente Santos de la firma de los primeros acuerdos no ha sido suficiente para neutralizar la creencia de que nada positivo va a salir de allí porque, piensan, todo se reduce a un nuevo artificio de la guerrilla.
Quizá, seducida por la campaña mediática de los enemigos de la paz, gran parte de la opinión pública asume que la guerrilla está derrotada y, en esas circunstancias, dialogar con ella no tendría sentido alguno cuando se supone que estamos en el “fin del fin”.
Por supuesto que las Farc han sido vencidas estratégicamente, en el sentido de eliminar sus posibilidades reales de toma del poder, pero su capacidad táctica para golpear a las fuerzas armadas y dañar la infraestructura económica del país sigue intacta.
Su retorno a la guerra de guerrillas clásica, la famosa “guerra de la pulga”, de pequeños pero constantes golpes, está afectando la moral de las tropas y produciendo bajas en niveles similares a los del 2002. Es claro que no triunfarán, tampoco serán derrotadas pero, entre tanto, causarán daños severos con un alto costo en vidas y recursos.
La paz negociada es, entonces, una alternativa gana-gana y así parecen entenderlo las dos partes. Esta guerra anacrónica y atroz de más de cincuenta años tiene que terminar ya. Cualquier sacrificio que nos toque asumir será pequeño frente a la perspectiva de medio siglo más de confrontación.
Si pudimos superar masacres, cortes de franela y otras infamias de la violencia liberal-conservadora, firmar la paz y conformar un frente nacional entre los que momentos antes se estaban matando en una verdadera guerra civil, ¿Por qué no podemos reconciliarnos ahora?
La experiencia histórica indica que el cese de estos conflictos ocurre cuando logran alinearse los intereses de, por lo menos, un sector del establecimiento con los de la insurgencia. La modernización del campo puede ser el escenario de coincidencias entre las Farc y el sector financiero y empresarial porque la prosperidad campesina, resultado de una profunda transformación económica del sector rural, incrementará el mercado interno y dinamizará la economía nacional.
Si ya hay acuerdo en materia agraria, sólo resta encontrar salidas legales para garantizar la participación política de los guerrilleros y su simultánea desaparición como fuerza militar. Un hecho trascendental que fortalecerá la democracia política, económica y social de Colombia.
La región Caribe debe aprovechar el modelo de desarrollo agrario que surgirá con los acuerdos de paz para superar el latifundio improductivo y dar paso al trabajo coordinado de pequeños, medianos y grandes empresarios agrícolas que garantice la seguridad alimentaria y produzca excedentes para la exportación.
Apoyemos la audaz política de paz del presidente Santos. Si se firma un acuerdo y cesa la guerra, entraremos en un ciclo de crecimiento económico relevante que debe ser incluyente, equitativo y sostenible. No desaparecerá la violencia delincuencial pero construiremos las bases para superar las causas estructurales que la alimentan.
Soplan vientos de reconciliación en Colombia y en el mundo. La Iglesia tiene un nuevo pastor, humilde y sencillo, que quiere ser hombre de paz y defensor de los pobres, a imagen y semejanza del hermano Francisco.
Los acuerdos habrá que refrendarlos popularmente y cumplirlos sin trampas, para que una vez apaciguado el lobo no tenga motivos para regresar al monte, como si los tuvo el que asoló a Asís, según el bello poema de Rubén Darío que debemos leer todos los colombianos.
(http://www.poemas-del-alma.com/los-motivos-del-lobo.htm)
Rodolfo Quintero Romero
@rodoquinteromer
Sobre el autor
Rodolfo Quintero Romero
Causa común
Rodolfo Quintero Romero. Agrónomo. Máster en Economía, especialista en Derecho del Medio Ambiente y Profesor Universitario. Su columna nos invita a conectar con la actualidad cesarense y entender los retos a enfrentar para lograr un crecimiento sostenible y duradero en el departamento.
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