Opinión

De los gozos al Santo Ecce Homo (II)

Armando Arzuaga Murgas

27/03/2013 - 12:20

 

Procesión del Santo Ecce Homo, 25 de marzo 2013 / Foto: A. Arzuaga MurgasLa devoción, pero sobre todo la fiesta del Santo Ecce Homo de Valledupar constituye un fenómeno sociológico en mora de estudio. Compete a la sociología, a la antropología si hubiera su pregrado en alguna de las universidades locales, abordar el aspecto semiótico de este evento de masas que cada año supera en expectativas al anterior. De hecho, hace falta precisar el origen de la imagen, velado todavía por la leyenda.

Se sabe, sin embargo, que a mediados del siglo XVIII ya se le veneraba en la Ciudad y sus alrededores. El alférez José Nicolás De la Rosa, cuya “Floresta” terminó de escribir en 1739, nos informa: “Con tierna devoción se venera también en aquella parroquia la soberana imagen de Nuestro Señor amarrado en la columna, que allí comúnmente llaman el Santo Ecce Homo”, y precisa además: “Tiene esta Sagrada Efigie mucha fama de milagrosa en todo aquel vecindario, sin duda porque así lo experimentarán en sus necesidades[1]”.

Ahora bien, volvamos al tema central de este artículo y fijémonos nuevamente en el himno que durante estos días ha resonado en las naves de la colonial Iglesia de la Inmaculada Concepción, hogar antiquísimo del Ecce Homo; de esta manera hemos de contemplar la figura de la Madre, entrañablemente unida a Jesús en su ministerio y su pasión. Al pie de la cruz estaba su Madre, nos dice la Escritura (Jn. 19, 25), y en virtud de esa fidelidad podemos comprender el sentido de las líneas que siguen:

 

En las pruebas de este destierro

descubridnos a Nuestro Jesús.

¡Oh María! Haced que lloremos

los pecados que claváronle en cruz.

 

Procesión del Santo Ecce Homo / Foto: A. Arzuaga Murgas¿Acaso puede alguien imaginar mayor tormento que el de una madre presenciando el martirio de su hijo? Los artistas del Renacimiento exageraron la representación de María en los cuadros de la crucifixión, mostrándola desmayada y sin fuerzas. Nada más distante. La Virgen, asociada de un modo particular a la redención del Hijo, más que consciente, estaba convencida de la obra salvífica que Él realizaba por la humanidad, sabiendo por lo mismo que en ella se cumplía plenamente la profecía anunciada por el anciano Simeón: “¡Y a ti misma, una espada te atravesará el alma!” (Lc. 2, 35), palabras que señalan su camino: el de la “Hija de Sión”, que cumple en su propia vida el destino doloroso de su Hijo, figura por antonomasia del pueblo judío.

Esta estrofa nos invita entonces a descubrir a Jesús desde la perspectiva de María, teniéndolo por compañero y modelo a imitar en “las pruebas de este destierro”; uniendo esas mismas pruebas y sufrimientos a su pasión, con la certeza de que el sufrimiento aceptado humildemente y ofrecido como sacrificio por nuestros hermanos es redentor para muchas personas que necesitan de esa redención, y también para nuestros propios pecados, “que claváronle en cruz”.

La voz interior de los gozos invoca a María, y pone en los labios de quienes unen sus voces al inspirado autor de este himno la petición de seguir con María las huellas de Jesús, teniendo siempre presente que son nuestros pecados los que Él asume, para darle un sentido vigoroso y trascendental a nuestra existencia:

 

Por tu Madre, amante y llorosa,

alcanzadnos tus huellas seguir,

y por ellas, tras de tus tormentos,

ir al cielo a gozarte sin fin.

 

Ciertamente la cruz no es el final. El destino último del cristiano es una realidad que supera con creces la más audaz de las esperanzas. Por eso, el contexto lírico de los gozos determina un dinamismo ascendente que va desde la asimilación de nuestra realidad personal -frágil y por tanto pecadora-, pasando por la conciencia del pecado -el individual y el social-, hasta vislumbrar un nuevo camino, que recorrido con la Virgen Madre, y de su mano, nos pone frente al insondable misterio del amor de Dios -el Cielo-, en el cual nos hacemos partícipes de su grandeza. De aquí se desprende la urgencia de su Reino, y por eso la aspiración que resuena al final de los gozos es como una entronización, una aclamación triunfal:

 

Reina siempre en la Patria querida;

reina siempre en el pueblo piadoso;

reina siempre como Padre amoroso

y haz que triunfen la fe y el amor.

 

El triunfo de la fe es la caridad. Una caridad que al obrar en la verdad no se queda en altruismo sino en verdadera donación al otro, que es nuestro prójimo, tal como lo ha hecho Jesucristo. Diríase que las formas asumidas por la caridad, cuando está ausente la conciencia de la verdad, son meramente sentimentales. No así el Siervo sufriente: Atado en desnudez ignominiosa, contado entre infames, Él ha tomado sobre sí nuestras culpas. Varón de dolores y sabedor de dolencias: Es el Santísimo Ecce Homo. Hiel y vinagre para sus labios, perdón para el pueblo que lo hiere.

 

Armando Arzuaga Murgas

 


[1] DE LA ROSA, José Nicolás. Floresta de la Santa Iglesia Catedral de la Ciudad y Provincia de Santa Marta. Barranquilla: Biblioteca Departamental del Atlántico, 1945. P. 212.

Sobre el autor

Armando Arzuaga Murgas

Armando Arzuaga Murgas

Golpe de ariete

San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa.  Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.

@arzuagamurgas3

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