Opinión
Editorial: La Semana Santa y el futuro del Cesar
Se ha hablado mucho en los últimos días de la importancia y versatilidad de las fiestas de Semana Santa en el departamento del Cesar, de las fastuosas procesiones de Valencia de Jesús y San Diego, o bien del poder de convocatoria del patrono de Valledupar, el Santo Ecce Homo.
La religiosidad y el recogimiento son dos claves de una semana tradicionalmente familiar, que bebe de la tradición y del fuerte sentimiento de pertenencia, y, sin embargo, no son pocos los comentarios que expresan una viva preocupación en cuanto al futuro de estas celebraciones.
Por un lado, periódicos regionales como El Pilón, han revelado datos que evidencian una bajada en el flujo de viajeros de orden del 20%. Esto podría denotar una pérdida de arraigo entre los asistentes habituales y un distanciamiento posible de las juventudes del departamento quienes ven en estas fiestas algo de “otros tiempos”.
Estas mismas impresiones fueron compartidas por el director de la Casa de la Cultura de Valledupar, Alberto Muñoz, quien, felicitando a todos los organizadores por unas fiestas de grandísimo impacto y admirable estructuración, reconoció también el descenso paulatino de la asistencia.
“El Palo de Mango de la Plaza Alfonso López siempre ha sido un barómetro para evaluar la asistencia del público en las manifestaciones de Valledupar –expresó el director–, y en esta ocasión el público llegó difícilmente a su altura”.
Pero no se equivoquen, la lluvia no fue el causante de ese descenso notable de interés. Los factores son mucho más profundos y tienen que ver con el cambio generacional y estructural que experimenta la ciudad de Valledupar.
Como anticipábamos previamente, las juventudes han expuesto en los últimos años claras muestras de distanciamiento o reticencia hacia las fiestas tradicionales. Esto en sociología tiene diversas explicaciones: la creciente individualización de la sociedad, la pérdida de peso de la familia como instancia central y un cambio de valores que incitan a una mayor “rebeldía” o “contra-cultura”.
Además de esto, no hay que ignorar la consolidación en el panorama regional y nacional de otras creencias cristianas enfrentadas al modus operandi de la Iglesia Católica y abiertamente opuestas a las fiestas populares.
Ante esta ineluctable transformación de la sociedad cesarense (que no sólo se refleja en su religiosidad sino también en otras expresiones artísticas o musicales), es importante reconocer la relevancia de la Semana Santa como factor de identidad y de unión, o como un momento de diálogo y reencuentro para toda la sociedad cesarense.
Más allá de las creencias, la Semana Santa es un pilar de la vida social y cultural, además de una necesidad económica y turística que trasciende los credos y las rencillas políticas. Una Semana Santa fuerte, apoyada de manera unánime, favorece a todos los estratos de la región y mejora la proyección de la ciudad a nivel nacional.
Por eso, transmitimos con este Editorial nuestro deseo de que la Semana Santa sea el foco de atención continuo y sincero de gobernantes y gestores, sin que las diferencias políticas o religiosas intervengan en ese proceso. La Semana Santa requiere el apoyo de todos.
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