Opinión
Editorial: El juglar que nos recordó lo absurdo de la violencia
El pasado 26 de abril, durante la inauguración del Festival Vallenato, un acto de superación significante nos llamó la atención.
Podría haber pasado desapercibido porque, poco tiempo después del discurso del presidente Juan Manuel Santos y las intervenciones de los cantautores Iván Ovalle y Chiche Maestre, la música se había impuesto a todo lo demás.
Sin embargo, la entrada del compositor Edgar Bermúdez “El juglar de La Paz” fue presentada con todos los elementos que permiten entender cuál ha sido su recorrido y, al mismo tiempo, su grado de valentía y de voluntad.
Antes de ser el cantautor que nos hizo bailar y disfrutar con su letra llena de sentimientos, Edgar Bermúdez fue un policía que tuvo que enfrentarse a situaciones extremas de tensión, encarar el terror de grupos armados de Colombia y, en uno de esos encuentros letales, padecer una grave explosión que lo dejó inválido.
Las consecuencias más visibles son una ceguera y unas heridas en el rostro que lo persiguen desde ese día como fantasmas desazonadores, pero más allá, están también los sueños rotos, el cambio de vida, la resignación, la pérdida de amigos, y el dolor.
Edgar es, antes de todo, una víctima del conflicto. Un hombre que ha vivido en primera persona la división de un país, que ha sufrido en la mayor soledad la ambición y la crueldad de todos los bandos.
Durante la noche de inauguración, el juglar demostró que era un ser digno de admiración, no sólo porque había encontrado la fuerza para emprender una nueva vida y cantar con todo el alma, sino porque había logrado reponerse a través de la música, perdonar a quienes le habían causado esa “muerte en vida” y pedir la reconciliación entre todos.
La actuación de Edgar tuvo una acogida espectacular. Sin ser tan conocido del gran público, el cantautor firmó un concierto excepcional que mantuvo la alegría y las expectativas de un público exigente.
Pero quizás el mayor éxito de Edgar Bermúdez sea el habernos hecho pensar en lo absurdo de este conflicto que destruye vidas y familias, y forzarnos a mirarnos en el espejo.
¿Por qué seguir matándose por ideas? ¿Por qué vivir en medio de balas y riñas cuando es posible hacerlo con palabras? ¿Por qué disparar al hermano o al amigo? ¿Por qué sufrir indefinidamente en una vida que es pasajera? ¿Por qué albergar sentimientos de odio cuando es posible intercambiarlos por sonrisas? ¿Por qué seguir malviviendo cuando se puede vivir mejor, es decir en paz? ¿Por qué vivir con el corazón lleno de rencor cuando es posible concebir una vida más sencilla y libre de ataduras cargantes?
Éstas son algunas preguntas que transmitió Edgar Bermúdez con su actuación en vivo. Es una invitación a pensar, a cerrar las heridas, a vivir de otro modo y ver al vecino como otro ser humano. Sin más barreras.
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