Opinión
El pedante y los demás
Siempre he pensado que el ministro de defensa es un pedante. No me gusta el tono como habla. La prepotencia mal contenida de sus juicios. El menosprecio que muestra por los que piensan distinto. La actitud bravucona con que se le atraviesa al proceso de paz. La forma como endilga ligera e irresponsable a la Farc la autoría de cualquier atentado u asesinato, sin que todavía se disipe el olor a pólvora (no desconozco que las acciones demenciales de la Farc la han hecho merecedora de este estigma).
El señor Ministro de Defensa Nacional, como un animal en celo defendiendo a sus crías, sale a hablar de los héroes de la Patria, sus soldados y policías. Siempre sale a quejarse de que tal o cual medida “le baja la moral a la tropa” (nunca he entendido por qué se le baja y como la suben). Siempre está defendiendo a sus soldados, exigiendo fuero militar. Pidiendo que el Estado asuma los costos de la defensa técnica de sus hombres por actos cometidos en servicio. El señor Ministro de Defensa habla en el senado de la república (habla duro a los senadores, parece que los regañara) y exige recursos y garantías para sus hombres. Es un ministro dedicado a su ministerio, entregado en cuerpo y alma a la defensa de la institución y los hombres a su cargo. Dije que veía críticamente esta posición, pues sí, pero de una semana para acá, empiezo a pensar de otro modo. Creo que esa debe ser la posición de un ministro y la aplaudo.
Contrario al ministro de defensa, que asume el rol de líder del gremio de soldados y policías, encontramos a los demás ministros. Estos atacan y persiguen a sus supuestos prohijados: la ministra de educación culpa y persigue a los educadores. El de salud persigue y culpa a médicos y enfermeras y desprecia a los pacientes y al pueblo que pide acceso a ese servicio. El de trabajo pasivamente observa como los empresarios en forma miserable proponen un aumento vergonzoso al salario mínimo. El de justicia no sabe qué hacer con el caso de Petro. Parece que fueran enemigos, y lo son, de los que supuestamente deberían proteger y defender.
Hace varias noches, cerré los ojos y dejé que el niño soñador, el poeta que llevo por dentro, echara a volar la imaginación sobre la patria que sueño para mis nietos, y tuve esta visión de país: Vi al ministro de salud, defendiendo a sus médicos y enfermeras, pidiendo que el Estado asuma los costos de la defensa técnica para los casos que se den en el servicio de su profesión. Reclamando aumentos salariales, primas y reconocimiento de bonificaciones para todos los empleados hospitalarios. Pedía con vehemencia aumento de los presupuestos. Una verdadera reforma en la salud y la extinción de las EPS que desangran el erario y ocasionan más muertes que la guerrilla y las bacrim juntas.
Vi a la ministra de Educación, defendiendo a los educadores. Requiriendo aumentos salariales, exigiéndole al senado un régimen unificado para que todos los docentes puedan obtener la doble pensión. Reclamaba que la nación debe asumir los costos de los post grados (especializaciones, maestrías y doctorados) que se le exige al maestro para ascender en el escalafón. Exigía que el escalafón fuera abierto y que los profesores ascendieran hasta el grado que sus estudios, costeados por la nación, les permitiera. Demandaba la construcción y reconstrucción de escuelas y colegios para dotar a los colombianos de ambientes de aprendizajes dignos y acordes a la educación del siglo XXI.
Vi al ministro del trabajo diciendo en el senado que hay que acabar con la pantomima de las discusiones del aumento salarial entre empresarios y trabajadores, que el aumento se haría por decreto por encima del veinte por ciento. Le escuché en su alocución decir que, para el 2014, la cuota que paga el trabajador en salud, pensión y parafiscales sería asumida por el patrón y la nación, para que así el salario pudiera alcanzarle a las familias de los trabajadores. Dijo que los trabajadores y sus cónyuges, al igual que sus hijos tenían derecho a estudios universitarios costeados por el Estado.
El desfile de ministros continuaba, pero desafortunadamente sonó la alarma de mi despertador y tuve que abrir los ojos a una realidad cruda, distante de mi sueño, encendí el televisor y las noticias que pasaban eran de atentados de la guerrillas, de muertes selectivas ocasionadas por bacrim, atracos callejeros, falsos positivos, maltrato y asesinatos a mujeres y niños; pacientes muriendo por falta de medicamento y atención médica negada por las EPS; niños que no pueden acceder a la educación básica, jóvenes que no pueden entrar a la universidad, y mil aberraciones más. Este país está enfermo, requiere con urgencia la paz y el compromiso serio de su dirigencia para que se dé un cambio estructural, y que los ministros cumplan de verdad con lo que las leyes le encomiendan.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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