Opinión

El Vallenato por esencia es salvaje

Wladimir Pino Sanjur

12/02/2014 - 08:00

 

Los viajes del Viento (película de Ciro Guerra) La tradición oral, ésa que navega de generación en generación y que es infinita y que perdura en el tiempo, nos da cuenta de una música melodiosa, que se acunó en los caseríos del Magdalena Grande y se extiende al viejo Bolívar, música que brotaba de la imaginación del campesino más humilde, cantada sin métrica y sin acorde, música donde la letra es la protagonista sobre el instrumental.

El vallenato es el género musical del hombre del campo, del rural que se inspira en la naturaleza, en el bullicio de los pájaros, en el olor a ganado, en el monte que lo rodea, en la montaña donde se oculta el sol. Es un sentimiento romántico, que cuenta una vivencia de amor, una historia de amigos, es un poema que recrea unas anécdotas. Es la voz que se levanta en la montaña desafiando la luna. Ese poema de amor cantado es acompañado por una caja, una guacharaca y un acordeón, acompañantes de primer nivel, pero que se den el espacio principal a la melodía y letra convertida en mensaje.

Es tan solo en la puya, cuando el instrumental sale abante ante la esencia del poema llamado vallenato. El acordeón, reina y señora de este género musical, durante años fue ejecutada por el cantante, quien indiscutiblemente era más intérprete, músico, que trovador, en su mayoría compositores todos. De este cuadro viene la remembranza del Gran Alejo Duran, Calixto Ochoa y Alfredo Gutiérrez entre muchos  acordeoneros (Acordeonistas), vocalistas que hicieron historia en nuestro folclor.

Luego, con la generación de Jorge Oñate, Poncho Zuleta y otros, el vallenato desprende la figura del acordeonero del cantante y toman formas las parejas musicales; famosas como la del Binomio de Oro (Rafael Orozco e Israel Romero), Diomedes Díaz y Colacho Mendoza o Juancho Rois, Farid Ortiz y Emilio Oviedo, Poncho y Emiliano Zuleta, entre muchas parejas exitosas, lográndose una nueva mística entre el estilo del acordeonero y el cantante.

Pero siempre la letra fue la joya de todo este tesoro musical llamado vallenato. Hoy podemos escuchar tararear a niños melodías de más de 30 y 40 años de  haberse grabado, porque la música vallenata original, ésa que sabe a monte y huele a finca, es así, salvaje y su salvajismo que no admite técnica, ni pentagrama, brota sencilla, y su sencillez la hace trascender en el tiempo, con la vigencia de siempre.

Composiciones como Matilde Lina, La vieja Sara, El cantor de Fonseca, El Compae Chipuco y muchas más, estarán siempre en el repertorio musical de las generaciones vigentes. Lo que hoy nos preocupa es el vallenato urbano que promocionan los que monopolizan la música, ese vallenato que sale y revienta bafles, más motivado por la publicidad que por lo agradable al oído del escucha, perdiéndose voces magistrales como la de Silvestre Dangond y Martin Elías, grandes intérpretes que perderán la oportunidad de trascender en la historia, por la música  desechable que graban a petición de los grandes magnates del emporio musical.

Hoy con preocupación los románticos y bohemios miramos con tristeza nuestra realidad caótica, el instrumental desafiante desplaza el poema inmerso en la canción, por ello hoy es más popular el pase del Mónaco o de Jacobito, que la esencia y el mensaje mismo de la joya musical. La música vallenata llegó al tope del modernismo y debe regresar a sus orígenes para no terminar siendo un rock criollo y disonante. Como extraño las melodías de Alejo Duran “La mujer y la primavera son dos cosas que se parecen, la mujer huele cuando esta nueva y la primavera cuando florece”, o los poemas de Leandro Díaz quien dibujaba el paisaje sin haberlo visto jamás.

Propongo que gravemos una USB con tecnología de punta, y la embarquemos en una gabarra, para que trascienda en los océanos del tiempo y que la humanidad en 10.000 años conozca de la esencia misma de nuestro folclor salvaje.

 

Wladimir Pino Sanjur


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