Opinión
¿Y de cultura qué?
Diciembre va lejos, sin embargo el año nuevo sigue soplando vientos cuyas brisas ya acariciaban nuestro territorio desde hacía algunos meses: me refiero a la ventolera de la política, o de la politiquería, para señalar en un sentido más amplio el oscuro torbellino de las elecciones parlamentarias. No encuentro otro término para nombrar este espectáculo circense en que se han convertido los procesos electorales en un país cuyo sistema de elecciones es cada vez más cuestionable.
Me pregunto si las carnestolendas tienen algo que ver con la forma como se presentan algunos candidatos a la audiencia de sus potenciales electores: avisos deslumbrantemente coloridos y frases tan descoloridas que parecen escritas por niños de primero elemental: manidas, cojitrancas, sin profundidad ni verdadero discurso. Todos dicen que van a “trabajar por el pueblo”, que son “como nosotros”, que tienen “compromiso ciudadano”; frases tan vagas como demagogas; y la mayoría tan retocados digitalmente que no se distingue si la foto pertenece a una persona de carne y hueso o a un muñeco de goma. No entiende uno si es el disfraz de la política o la política disfrazada.
Para el observador atento, los afiches publicitarios de los políticos deberían ser signo evidente de la personalidad del candidato. ¿Acaso dar una imagen ideal de sí mismo -mediante tanto photoshop, por ejemplo- no es una forma de engaño? “¿Por qué esa sonrisa con blanqueado dental tan ficticio, señor Candidato? -¡Para engañarte mejor y aprovecharme de tus impuestos querido y tonto Votante!…” Dirían algunos.
Pero es preciso admitir que la forma no necesariamente representa el contenido. Es probable que muchos candidatos a Senado y Cámara se reivindiquen a través del discurso. Recientemente quise asistir a un foro organizado por el Círculo de Periodistas de Valledupar, que se desarrolló con candidatos a la Cámara de Representantes. La metodología consistió en dos momentos: en el primero, cada candidato informaba el origen de los fondos de su campaña, y luego debían responder preguntas abiertas por parte de los asistentes.
Curiosamente, de ningún sector, candidatos o periodistas, surgió una pregunta relacionada con el quehacer cultural. Repito: todos los candidatos dicen que van a trabajar por el pueblo; que “en el nombre de Jesús” (?) van a gestionar empleo, salud y educación para los cesarenses; que van a hacer seguimiento a la inversión de las regalías; que hay que pensar a Valledupar como ciudad pujante… Perogrulladas en definitiva, ¿Pero cómo van los egregios candidatos a lograr tales hazañas, dignas de las labores de Hércules? He allí la cuestión.
No he leído todavía el primer volante donde se apunte una iniciativa relacionada con cultura. No he visto ni oído una sola mención al patrimonio cultural, a la memoria histórica, a la creación de museos, a la salvaguarda de la Academia de Historia del Cesar. Ningún candidato cercano ha expresado su intención de procurar aguerridamente el aumento de recursos estatales destinados a la educación pública; a la disminución de los costos semestrales de la Universidad Popular del Cesar, cuyas directivas no se avergüenzan de llamar “popular” a una institución que cobra matrículas superiores a los ochocientos mil pesos.
Y lo peor: cuando va uno a los pueblos, que es donde están los mayores grupos de incautos a merced de los antiguos y nuevos clientelistas de la politiquería regional, queda uno impávido frente a las masas tan mansas -o mensas- que aplauden los alaridos sin gracia de los señores aspirantes al honorable Congreso Nacional. Alaridos más que ideas, y palabrería más que elocuencia. Por mi parte, tengo como criterio personal no votar por ningún candidato que incurra en “íbanos, veníanos, estábanos, hubieron, haiga”, que son muchos lo que se expresan así.
A veces me causa curiosidad porqué en nuestro medio son tan exitosos los realities y otros enlatados. Suelo preguntarme por qué tanta gente ve “Protagonistas de Novela” o, todavía peor, “Laura en América”. Me pregunto si después de ver semejantes bombas cerebrales queda alguna neurona en buen estado para cuestionar de algún modo el entorno, pero la respuesta salta a la vista cuando observo cuántos seguidores conserva aún el propietario del Ubérrimo, ése descarado ejemplar de la política colombiana que ya empieza a ser abucheado en algunos pueblos, menos en el mío.
Mientras lo dicho ocurre por estos y otros lares, un fuerte viento de arte y literatura ha estado barriendo las nubes del cielo cartagenero, de cuyos aires hablaré en las siguientes columnas: el Hay Festival 2014, y la primera edición de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Cartagena de Indias.
Armando Arzuaga Murgas
Sobre el autor
Armando Arzuaga Murgas
Golpe de ariete
San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa. Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.
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