Opinión

Todos saben dónde están los ladrones

Limberto Tarriba Navarro

05/03/2014 - 09:10

 

“Los han visto por ahí, los han visto en los tejados, dando vueltas en Paris, condenando a los juzgados, la nariz empolvada, etc… / Los han visto en los cocteles, repartiendo ministerios, etc, etc……” Shakira. Canción “Dónde esán los ladrones”

Cualquier parecido con la realidad, no es coincidencia. Los mensajes implícitos articulados con la rítmica y vehemente entonación de Shakira en esta canción “¿Dónde están los ladrones?” debería pellizcarnos como colombianos, el flanco izquierdo de nuestra humanidad; deberíamos atender al Pepito grillo que a diario nos sacude el tímpano restregándonos nuestra indiferencia social.

Todos sabemos dónde están, quiénes son, pero lejos de repudiarlos, los acogemos con fervor histérico y hasta son admiradas y mitificadas sus osadías y arrojos.

Otras épocas eran aquellas en que Catalina Alcocer ordenó pasar por las brasas crepitantes las perversas y reincidentes manos del nieto de nueve años que en un presunto acto de inocencia infantil pudo poner en escarnio público el buen nombre de la familia, al sustraer del bolsillo del tío Arturo una moneda de dos centavos. La honradez no tenía sesgos, matices ni variantes, era una sola, y su trasgresión se pagaba caro.

Por lo tanto, este granuja y vergonzante monstruo estaba poniendo en riesgo toda una tradición familiar de transparencia y rectitud, valores sagrados que seguramente no ponía manjares en la mesa pero con qué tranquilidad se le aportaban los mendrugos al cuerpo y al alma siempre que allí estaban, sabidos de la frente honrada que los sudaba.

Era por lo tanto inminente e inaplazable un ejemplar e inolvidable castigo. El fogón acababa de soltar el sancocho del mediodía y las brasas crujían ansiosas por besar carne fresca; el tío “inquisidor”, sujetó al culpable y mano en mano, fueron solo dos pasones por encima y no se sabe cuantos berridos como de res cuando le sientan el hierro candente, después vino la ñapa, una tunda de acompasados y métricos cuerazos  que dieron cuenta al resto del cuerpo, para escarmiento de las generaciones presentes y futuras, sin estimar probables traumas ni devaneos en divanes de sicólogos alcahuetes. No habían valido recomendaciones amables ni advertencias sentenciosas.

Por lo tanto, la ocasión era de colmo y precisa, además. Fue solo esta vez y quedó muy claro que las cosas ajenas tienen dueño, que aún encontrándose abandonadas en la calle, debían ser devueltas a quien por involuntario descuido debió dejarlas allí. Esto dejaba despejado por extensión que había que devolver lo prestado, y también que las monedas sobrantes de cualquier mandado debían llegar completas con las cuentas claras a las manos de nuestros mayores.

Intentaban así con estos métodos nada ortodoxos ir conduciendo por mejores caminos la conducta de los bribones de la época y por ende, las virtudes que acrisolaron su distinguida estirpe eran transferidas con celoso, irrenunciable y vigilante empeño.

Hay que aclarar, para tranquilidad de los furibundos defensores de derechos humanos, que aunque la víctima sintió el sarnoso olor a churrasco soasado, en esta ocasión más fue el susto que el chamuscón, ni siquiera las brasas tocaron la piel, por lo tanto  no hubo lesiones, pudo ser entonces solo una advertencia sin adornos maternales.

Así que cualquier torcedura fácilmente colgaba sentencia inapelable e intransferible, sin anuencias de consejeros ni burócratas defensores de fueros familiares. Si hoy aplicáramos esta terrible y aleccionante sanción a quienes meten mano en cuanto pecunio existe, Colombia sería mañana el país de las manos vendadas y seguramente veríamos en las calles y en cualquier espacio público o privado, a legiones enteras de manos chamuscadas saludándose con airoso cinismo y quizá en la semana siguiente hasta llegaría a  imponerse como moda de estación la última venda del diseñador más cotizado de la TV, probablemente hasta se diseñaría un ingenioso dispositivo con estruendosa y festiva campaña de lanzamiento,  para sostener el vaso de las bebidas en los cocteles sociales en los cuales se reparten con algebraica precisión los botines del asalto. Por que eso sí, folclóricos y cínicos, hasta la médula.

Da la impresión, así como están las cosas en mi país, que para ser hombre de bien aquí, hay que tener más que una hoja de vida, un copioso expediente cuando menos, por que lo ideal en esta realidad, es que la vida pública y privada de un hombre promedio debe estar sustentada y amparada por un ejemplar prontuario que intimide y abra filas de honor en sociedad, condición que en corto plazo seguramente, será imperativa a la hora de asegurar un empleo.

Cuanto mas ladrón se sea, mayor será el prestigio y el puntaje que califica estatus entre el rebaño y, por supuesto, mayores serán los méritos indispensables para ocupar los altos cargos del Estado.

“Siquiera se murieron los abuelos, sin sospechar el vergonzoso eclipse../ Siquiera se murieron los abuelos sin ver cómo se mellan los perfiles” ,  decía el poeta de Antioquia Jorge Robledo Ortiz.

Parodiándolo diríamos: siquiera se murieron los abuelos sin ver cómo pulula tanto traqueto fungiendo de honorable. Hay que revisar el histórico diario de nuestro país y no es glorioso el esfuerzo que permite descubrir la manera en que está armado el ajedrez nacional; cortes enteras de alfiles crapularios formados en las mejores guarniciones del saber, en abierto y descarado contubernio con torvos peones de todos los estratos, saquean despiadadamente y sin ningún pudor ni arrepentimiento generacional todas las arcas del estado, y lo peor, se sirven de las mismas oraciones y conjuros constitucionales que salvaguardan la integridad patrimonial de la nación, invocando hasta el sacro nombre de Dios para sus fechorías.

Si alguien osado levanta voz en alerta, hay que ver cómo el sujeto encrespa la cresta e increpa con viril intríngulis poniendo a salvo su presunta integridad moral e intimidando con lujo de cátedra gramatical a sus presuntos detractores. Después de esto, sigue el chantaje solapado y sus vertientes criminales que han teñido de sangre toda nuestra geografía y hasta nuestras insignias patrias.

Ante estos criollos, de refinadas mañas, aquellos cuarenta ladrones que aparecieron en la vida de Alí Babá, solo eran unos sórdidos asaltacaminos de bajo perfil. Cómo hizo falta a esos niños, una Catalina Alcocer, quien pese a su lineal austeridad siempre fue respetada, venerada y sostenida en alta estima por toda su descendencia.

Parecería un pésimo apunte, pero a todos estos cafres que hoy asuelan el país con su densa humareda de ladronería y corrupción, les hizo falta una oportuna tunda de zurrazos cuando fueron niños; al parecer, fueron levantados en ese océano de mermelada sagrada del que habla Estanislao Zuleta o más bien en un reino de continuas e indiscriminadas complacencias, entre mimos amanerados y pataletas bravuconas que manipulaban y asustaban la autoridad hogareña. No hubo frenos que detuvieran sus siniestros desmanes. Para bien o para peor, y como complemento de la nimia soberanía paterna o materna, el hogar comenzó a ser considerado materia de modernización e iniciaron su entrada al escenario, desconocidos chamanes consejeros con sus renovadores aires de reingeniería familiar, con un fogoso discurso matizado de barnices científicos, que proponía un ambiente de dialogo, comprensión y sana convivencia, lo cual es plausible y se hacía necesario, por que en muchísimas ocasiones los castigos tenían su ciego sobrepeso tanto en la flagelación como en la saña con que se practicaban, pero también queda la sensación de que el remedio alivió un mal y generó otro que hoy estamos pagando muy caro.

El respeto a Dios que se proclamaba en el Catecismo del padre Astete y todo el glamour de la urbanidad de Carreño se mandó a la basura luego de considerarla ridícula y obsoleta, pues,  la presunta libertad y los derechos individuales dieron al traste con tanta letra alcanforada.

Nadie en absoluto, está de acuerdo con el maltrato infantil, esto es doloroso y condenable, tampoco con esa autoridad infalible, vertical y totalitaria que anula toda posibilidad de conciliación y de desarrollo humano, pero creo que mas de uno coincide en que es necesaria una disciplina sostenida y la aplicación de sanos correctivos cuando las conductas se tuercen, que en todo ser humano es la tendencia normal en su primigenio e instintivo aprendizaje del mundo.

Uno ve a veces con estupor, cómo padres inescrupulosos compelen a sus propios retoños infantes e imberbes a delinquir sin asco, cuando celebran con festiva permisividad cuanta monería se le ocurre al pequeño gracioso en público o en privado. No se puede evitar, mirando esto, proyectar lo que será esta criatura dentro de unos años en sociedad, y se vislumbra tan o más señor que sus antecesores, haciendo honor al pedigrí de su árbol genealógico.

Preocupante es más aún, que estos cogollos malcriados, alcancen en prematura edad posiciones por heredad dentro del Estado, escaños que sus predecesores enquistados en las miasmas del poder, han sabido sostener con lujosas pericias promoviendo y construyendo telarañas jurídicas en complicidad con inescrupulosos funcionarios de las instituciones que supuestamente han de velar por el orden y la justicia de la nación. Han sabido intervenir con preclara audacia las finas grietas de nuestra mismísima Constitución Política.

Así hemos vivido largas épocas de nuestra historia paladeando sonoros y desafinados apellidos de rancias castas  que nos seducen y distraen con sus barítonos discursos mientras sus secuaces horadan sin estupor las vísceras de la democracia. Aquí es válido preguntarse que pasó con la oportunidad de reivindicación que la educación ofrece a los seres humanos para acicalar y mejorar lo rústico que se trae de origen. Esto, por supuesto, es materia para otras reflexiones, pero sostengámonos en el principio de que la primera “formación” para el ser humano se propicia en el  seno del hogar y si desde aquí se fomentan y fermentan toda serie de recreaciones con insensato folclorismo, que desbordan los espacios que a cada cual corresponde, entonces no se está dimensionando límites entre los derechos y los deberes necesarios para una sana convivencia en sociedad.

Abundan copiosos estudios acerca de nuestra naturaleza como  colombianos, como si fuésemos  una cultura exótica o una especie con estructura biológica y genética diferente, y eso cunde fuera de las fronteras patrias cual abominable estigma, pero a la vez para algunos, es como orgullo patrio. Probablemente para algunos habitantes de otras latitudes seamos una extraña curiosidad antropológica.

Y así, sin escrúpulos visibles, hemos irresponsablemente llevado el ejercicio de la libertad más allá del orden que se propone en nuestro escudo o insignia nacional, hoy asaz cuestionado por su carga de símbolos fuera de la actual realidad nacional. De esta manera lejos de construir una nación gobernada por una distinguida clase de patriotas venerables y dignos, hemos permitido que una caterva de cafres malcriados de todas las pelambres ejerzan con cínica libertad un desordenado poder en temible complot con oscuras organizaciones criminales para mantener a raya y silenciar cualquier voz de alerta.

Probablemente fueron estos los chicos que  en ocasiones, obedeciendo instrucciones de sus propios mayores cobraron venganzas y aseguraron ventajas tramposas sobre los demás niños de su época logrando por supuesto, ser temidos “respetados” y admirados. Cómo les hizo falta la guía de una mano como la de Catalina Alcocer, quien posándola en la cabellera de sus nietos los peinaba de ternura sin igual, pero que también no se reservaba el oportuno correctivo cuando era menester; en ella se cumplía una mezcla equitativa de autoridad y amor, paradigma que los chamanes de la armonía familiar comenzaron a sugerir en los hogares, retirando de la balanza el peso de la autoridad para implantar un amor de alcahuetes ciegos que solo ven en sus pequeños unos inocentes angelitos,  quienes por muy terribles que sean sus pilatunas solo reciben besitos y halagos ponderados como premio.

Esos mismos son los que mas tarde “reparten ministerios en los cocteles”, según reza la canción de Shakira, y son los que han   promovido toda la debacle social que estamos viviendo en nuestro adolorido país.

Cuando respondamos con entereza y sin vacilaciones con nuestra rectitud moral, cuando no negociemos la decencia, cuando tengamos la templanza y el carácter de sancionar ejemplarmente a todos estos tràcatas, empezaremos a vivir con dignidad y el progreso social será una realidad, lejos de la  utopía promisoria y corrupta de los cínicos que nos gobiernan hoy.

 

Limberto Tarriba Navarro

ltarriba@hotmail.com

1 Comentarios


Carlos Rodriguez 27-03-2019 07:31 PM

MUY INTERESANTE

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