Opinión
Un acordeón europeo se ganó mi corazón
"Una pena y otra pena, son dos penas para mí, ayer lloraba por verte y hoy lloro porque te ví,
Cállate corazón, cállate, cállate corazón, no digas nada….”
Así comenzaban los versos de un canto cargado de nostalgia, no exento de tristeza, pero muy lleno de emoción, de ese hombre que deambulaba por caminos y veredas, expresando de una manera muy bella, todo lo que su alma llevaba, y lo cual él manifestaba, a través de su canto nativo, acompañado de un acordeón.
Corrían los años 50, en mi temprana edad, cuando atravesando las polvorientas calles de un pueblo caluroso al sur del Magdalena, en plenas festividades decembrinas, a lo largo de la Plaza Central, un sinnúmero de ventorrillos, ofrecían toda suerte de comidas y bebidas, sin que faltase, en cada uno de ellos, estridentes canciones que alegraban a los pobladores en general. Sonaban por doquier, orquestas y conjuntos, en piezas alegres y bulliciosas, con ritmos de porros, cumbias, merecumbés, gaitas, paseos, etc, como las de los maestros Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Pedro Laza, Rufo Garrido, pero de igual manera que el gran Alejo Durán y de Abel Antonio Villa.
Para mí, todo ello era una novedad. Pero, algo ese día estremeció mi corazón: era el sonido de un acordeón ejecutado con profundo sentimiento y amor, por un hombre parido, en la entraña popular: El “negro” Alejandro Durán.
Esos versos, descritos al comienzo, invadieron con fuerza mi mente, y no cesaba de repetirlos, como si recitase un rosario, al lado de mi abuela, pero con alegría cantando, como si fuese el protagonista, de esa historia exquisita, narrada en “tecnicolor”. Ese aparato musical, con que estaban acompañados los versos de un “despechado”, originaron en mi vida un profundo respeto y una grande admiración por los juglares de muy humilde condición, a quienes luego conocí y traté personalmente. Nació a partir de ese momento, una atracción sin igual, por todas aquellas canciones, que, a la par con los instrumentos de viento, brotaban como un manantial, produciendo hermosas melodías, y letras que describían toda esa agradable cotidianidad, en la región Caribe colombiana, y a las cuales se identificaba en ese entonces, como música provinciana, o como aires del Magdalena.
A comienzos de los años 60, cuando aún no existían como departamentos, ni el Cesar, ni la Guajira, no fallaba en las noches, sintonizando el programa musical, transmitido desde Santa Marta, a través de Ondas del Caribe, denominado: “Así canta el Magdalena”. Fue allí donde me familiaricé con los nombres de los maestros del acordeón para la época: Luis Enrique Martínez, Alejandro Durán, Abel Antonio Villa, Nicolás “Colacho” Mendoza, Julio De la Ossa, Andrés Landero, César Castro, etc. Algo hacía que al escucharlos, de inmediato los identificara: su estilo propio, su forma de ejecutar el acordeón e igualmente de cantar, con ese dejo característico, de la región donde provenían: el Magdalena (Hoy en día Magdalena, Guajira y Cesar) o la Sabana (Bolívar, Sucre, Córdoba).
La creación del Departamento del Cesar, con capital Valledupar, trajo consigo un cambio, para la música de acordeón. La brillante idea surgida de un grupo de contertulios cercanos, amigos y defensores a ultranza de la música regional, tales como Gabriel García Márquez, Rafael Escalona, Consuelo Araujo-Noguera, (Orlando Velásquez también, bacteriólogo barranquillero injustamente olvidado), y otros más, llegó providencialmente, pues a partir de la creación del Festival de la Leyenda Vallenata (1968), gran revuelo se originó: el acordeón se sacudió, del marco estrecho y regional, para comenzar a calar, en el gusto nacional.
La denominación de música vallenata, de cuatro aires musicales (el Son, el Merengue, el Paseo y la Puya), tomó fuerza cada día, y la música conocida como “Aires del Magdalena”, vivió una transformación, y como algo divino, tuvo mucha aceptación por medio de un nuevo nombre que, luego, se generalizó: Vallenato.
No obstante es preciso, hacer esta claridad: Los músicos de la Sabana del Caribe colombiano (Bolívar, Sucre y Córdoba) han interpretado a su manera, y con estilo muy propio, estos cuatro aires vallenatos, anexándole la Cumbia y el Porro, con un delicioso sabor, que los hace singulares. Por ello, no se les debe llamar a los músicos de esa región, como Vallenatos-Sabaneros, sino simplemente respetarlos porque ellos, son fuente de inspiración, de muchos aires hermosos, no solo con acordeón, sino también con Instrumentos de viento, con Gaitas, Flautas y demás.
Es preciso entonces hacer claridad, respecto a las tergiversaciones, que la industria fonográfica, y la radio comercial han causado en la gente, cuando les dice “Vallenatos”, a todo lo que suena en Acordeón. ¡Craso error! A pesar de toda la literatura que se ha difundido hasta el día de hoy, prevalecen las confusiones, en casi toda la radiodifusión sonora, especialmente hacia el interior del país.
La Leyenda Vallenata muchas puertas abrió, y por varias décadas, un auge muy brillante ocurrió: figuras notables en el arte musical surgieron, grandes compositores y acordeoneros empezaron a figurar con su acento nativo, su destreza para tocar y cantar, impactaron en Colombia y trascendieron más allá, haciendo que el Vallenato tomase una fuerza sin igual, como nunca antes había sucedido, con anterioridad al Festival.
Es indudable que el Festival de la Leyenda Vallenata ha representado, y representa aún, el rescate más valioso, de la cultura popular en la Región Caribe colombiana. Desconocerlo es como querer “tapar el sol con las manos”, o al estilo del avestruz, meter la cabeza en un hueco y no querer ver el gran impulso que desde allí se ha dado, no solo al Cesar, o al Magdalena, sino a Colombia entera, reconocida a nivel internacional, por multitudes enteras, que valoran la riqueza de este bello arte folclórico–musical.
Desde la bella, cálida y hospitalaria capital del Departamento del Cesar, la amorosa Valledupar, ha surgido todo un movimiento en pro de la defensa de ese tesoro inmenso, como lo es el Vallenato puro y sabroso, cuya esencia degustan, al calor de la parranda, en un jolgorio infinito, todos aquellos hijos (los propios y los adoptivos), y que, como si se tratase de un rito, se abrazan y confunden, sin distingos de ninguna índole, oyendo los acordeones, que legaron sus abuelos, para, extasiados, brindar como si llegasen al cielo.
Todo aquel que conoce esa esencia popular no se deja engañar, ni meter “gato por liebre”, y para que les pase la fiebre de notas muy destempladas, que quieren pasar agachadas de contrabando no fino; por ello debo advertir que el que conoce este folclor, siempre prefiere escuchar ese sabor melodioso de juglares muy queridos que han sabido conservar esa métrica sin igual, con su acento definido, y no los malos quejidos, o correlones en juerga que vuelan con sus acordeones, y olvidan que están en fiesta.
Que viva el Vallenato clásico y puro que se toca en el Festival, que nunca se dejará arrastrar, por corrientes ajenas, que propugnan por hacer, de esta música solo un negocio, en lugar de contener esa oleada fantasiosa, que sueña con “formar estrellas”, remedando o caricaturizando, con canciones pasajeras que poco o nada tienen que ver con las raíces establecidas desde Francisco “El Hombre”.
Es cierto que todo en la vida evoluciona, pero nunca sin perder los estribos, pues al hacer cosas “bonitas”, basadas en el acordeón, ello no significa ahora, que las debemos aceptar, como folclor del Cesar, sino más bien darles el mote, de “Melodías en Acordeón”, dirigidas al corazón (?), por unos hombres soñadores que se tomaron nuestro folclor. “Una cosa es una cosa, y otra cosa, es otra cosa”, decía el filósofo de La Paz, Iván Zuleta.
Nadie se opone a que se interpreten canciones, diversas al Vallenato con los mismos instrumentos con los cuales se ejecuta éste, pero no para sustituirlo. Que sean sinceros en su proceder, pero que no llamen Vallenato a lo que no es. Alguien muy honesto en este sentido ha sido el 3 veces Rey del Festival Vallenato, el sabanero Alfredo Gutiérrez (quien ha aportado mucho al folclor), cuando manifiesta que él toca Vallenato cuando quiere, y lo hace saber, pero diferencia sus ritmos y a nadie engaña, diciendo lo que no es.
Asimismo, es importante resaltar, como últimamente, muchos jovencitos parecen apostar carreras, y se la pasan corriendo al tocar y al cantar, como si esto fuese, una maratón musical. No señoritos, esto no es así. Por favor, tómense el tiempo, y escuchen con detenimiento, el legado precioso, de quienes formaron y sentaron las bases de esa herencia inmensa como lo es el folclor Vallenato. Por eso, en muy buena hora nació, y se ha sostenido con esfuerzo y tesón, el Festival de la Leyenda Vallenata, para bien de Colombia, de todos aquellos que amamos y deseamos preservar, al Rey de la alegría y del derroche amoroso como lo es el acordeón, que el blanco europeo nos concedió, para que con los instrumentos hermanos, la caja del negro y la guacharaca indígena, diésemos alivio a las almas, cuando requieren aliento y vitalidad en un mundo sumido, infortunadamente, en medio de tanta maldad.
Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi
alejandro.gdep@gmail.com
Sobre el autor
Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi
Reflector
Gestor cultural y comunicador, Alejandro Gutierrez De Piñeres y Grimaldi expone en su columna “Reflector” anécdotas y sentimientos valiosos acerca de la Cultura Vallenata y el mundo de hoy. Un espacio idóneo para la reflexión y la memoria.
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