Opinión
Gabo: una obra como símbolo patrimonial
Dos hechos llamaron mi atención en días anteriores, en el marco de la celebración de la Semana Santa: la muerte del escritor más importante que ha parido Colombia y el desvanecimiento de las tradiciones y costumbres que definen nuestra identidad. Hablo de estas dos situaciones, de manera conjunta, considerando que, en cierta manera, ambas se relacionan circunstancialmente, pues el primero basó su narrativa en la reflexión, reflejo y descripción de los nodales de la segunda.
En la lejanía del viajero, recibí la noticia del fallecimiento de Gabriel García Márquez con una impotencia insondable y, a pesar de la compañía del recuerdo, la imposibilidad de estar triste junto a los compatriotas hizo mella en mi corazón. Sin embargo, el hecho de que hace poco más de un mes haya dedicado solemnemente unos días a la lectura de sus textos y a la escritura de una serie de crónicas, publicadas en estas páginas, hicieron que la nostalgia se transformara en un sentimiento de alegría engalanado por el homenaje que había hecho a su grandeza.
En aquellos escritos, marcados por la opinión íntima y personal, expresé mi posición en cuanto al universo único que la literatura de García Márquez abarca, reuniendo, paradójicamente, la realidad con la imaginación, y develando aspectos globales y regionales que se aúnan para darle explicación a preguntas actuales sobre identidad y reconocimiento mutuo.
La creatividad, la sabiduría popular y la imaginación hacen parte de la cultura y el estilo de vida del Caribe colombiano que Gabo, con su realismo mágico y sus mundos fantásticos, logró captar en sus novelas como el espejo del alma latinoamericana y caribeña.
Esa particularización de los rasgos del Caribe, que García Márquez expone ampliamente en su obra, se define en las tradiciones ancestrales que emergen en los rincones colombianos. Precisamente, las efemérides por la Semana Mayor, que tiene una repercusión importante en un país católico como Colombia, se convierte en la manifestación de muchas costumbres, no solo religiosas, sino también culturales.
Traigo a colación este elemento sobre expresiones populares pues en mi mente vaga, constantemente, el recuerdo de que en las poblaciones costeñas, especialmente las del Cesar, en donde están ancladas mis raíces, era imperante la preparación de dulces típicos durante los días santos de las festividades de Pascua. Esta tradición, hoy añeja, era la oportunidad para que las familias -de esas numerosas, de las que ya casi no existen- se reunieran en torno a la tradición culinaria de la región.
Aún evoco el patio de la casa de mi abuela, adornado con tres arboles de mango inmensos, que daban sombra a esas mujeres diligentes que revolvían con fuerza las ollas llenas de dulces de papa, maduro, leche o piña con coco, los cuales eran devorados insaciablemente por todos los integrantes de la familia horas más tarde. Eso sin contar los que se cocinaban lentamente en la estufa, a punta de cucharones de palo, y que expedían un olor que enloquecía los sentidos de todos los asistentes. Por supuesto, era inevitable el bullicio de los niños corriendo por los pasillos, inventando decenas de juegos para pasar el tiempo.
Esas memorias llegan a mí llenas de melancolía, pues actualmente es casi imposible hacer parte de esos encuentros. Este tipo de tradiciones se han vuelto apersonales y no existe la necesidad apremiante de hacer alquimia en una olla ajada, a base de ingredientes cosechados en tierras fértiles.
Son este tipo de costumbres propias de un Caribe desaforado, que se desborda por los límites de la realidad y al cual es imposible encerrar en conceptos, al que me refiero cuando afirmo que la obra de Gabo encierra una realidad mística de situaciones inverosímiles, pero que tienen fundamento en lo tangible de la vida cotidiana.
La mitología y los arquetipos de la región Caribe cobran sentido a través de la poesía y narrativa garciamarquiana. Esa sublime yuxtaposición de lo fantástico del mito con las actividades ordinarias sirven para entender la realidad -nuestra realidad- a través de las costumbres populares. Aproximarnos a una América mas nuestra, olvidándonos de los patrones y esquemas preestablecidos, es una forma de comprendernos mejor. En ese sentido, el descubrimiento de una voz propia, perteneciente a una América Latina antes relegada y desconocida, nació con Gabo.
Comprendernos como pueblo significa, en estos momentos, adentrarse en lecturas profundas sobre lo que nos hace un colectivo con puntos que nos entrelazan los unos con los otros. Y qué mejor manera de hacerlo que con los libros de un genio de las letras que, a pesar de haber sido criticado y exiliado por sus visiones políticas, formaba parte de la cultura del Magdalena grande, no solamente por el trasfondo de su obra, sino desde su herencia misma.
Se hace necesario entonces propagar el virus de la lectura y el interés por la prosa mágica de García Márquez, con el fin de mantener la presencia permanente de su obra y su legado, no solo en la efervescencia del momento de su partida, sino para siempre en nuestros corazones. Su extensa obra se traduce en un llamado a la reconstrucción y reparación de las costumbres y un necesario retorno a una literatura que ancla ese patrimonio cultural e histórico a la realidad inmediata.
Milagros Oliveros
@milakop
Sobre el autor
Milagros Oliveros
Ágora
Milagros Oliveros Cordoba. Vallenata. Comunicadora Social interesada en la divulgación de la cultura y las artes colombianas, y en la investigación de la compleja relación entre comunicación, cultura y tecnología.
Con el objetivo de ampliar mis conocimientos y descubrirme como comunicadora social y periodista, he trabajado en distintos medios masivos a lo largo de mi carrera, participado en procesos de comunicación para el desarrollo y en proyectos de investigación sobre comunicación y cultura. Este viaje por los diferentes campos de la comunicación me ha servido para confirmar mi pasión por la escritura y la investigación. Veo el periodismo como un género literario y siento que, a través de crónicas, reportajes e historias de vida, muestro el reflejo del mundo a los lectores que, en última instancia, son los que pueden identificarse con mis textos. Eso es lo que me mueve como periodista.
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