Opinión
Editorial: Esa violencia que discrimina y mata a las mujeres

La muerte de Silvana Maestre, anunciada el pasado 28 de mayo, generó en Valledupar un dolor y una incomprensión enormes que tardarán mucho tiempo en digerirse. La partida de esta mujer joven, madre de hogar, nos remite tristemente a sucesos anteriores –como el de Rosa Elvira Cely–, que generan indignación y que, muy tristemente, se diluyen en medio de las actividades y las preocupaciones diarias.
Ante este nuevo suceso triste, es necesario que allegados, comunicadores, autoridades, pero también la comunidad en general se pregunten: ¿Qué circunstancias permiten que esto ocurra? ¿Qué fue lo que impidió a la víctima exponer su situación, acudir a las autoridades o, simplemente, tomar las decisiones necesarias para evitar la tragedia? ¿Qué leyes amparan a una mujer víctima de un trato doméstico violento? Y ¿Qué puede hacerse para que la víctima se concientice acerca de sus derechos?
La violencia contra la mujer es algo que afecta a todos los estratos sociales, sin discriminaciones étnicas o de edad, y se cultiva en la intimidad del hogar, mezclándose u ocultándose a menudo dentro de los hábitos agresivos de una pareja.
La violencia no sólo se materializa en los golpes. También se expresa a través de la palabra, los gritos, la intimidación, la humillación, el silencio, la privación de simples derechos como salir, hablar o mirar a alguien. Es algo que puede estar presente pero que a menudo se subestima o ignora y, sin embargo, lo constatamos una vez más: el maltrato a la mujer causa muerte y destruye familias.
Pensemos en la víctima y en todas las mujeres que no debieron irse así. Pero también en sus hijos o hijas que quedan huérfanos y solos. El dolor es compartido y el destino de quienes se ven privados de una madre, de una hija o de una hermana, también se resiente.
No se puede resumir la muerte de una mujer por causas domésticas como un simple accidente, el infortunio de una “mala hora”, o el resultado de una espiral incontrolable, y mucho menos responsabilizar a una mujer por no haber acudido a las autoridades o tomar decisiones drásticas. No juzguemos el miedo de una mujer. Sólo ella sabe lo que vive.
Ante un hecho como éste, todos somos culpables, toda la sociedad, por tolerar el dolor, por ignorar el calvario de un vecino o de un familiar, por no acudir a su ayuda, por no orientar y prevenir, por no sentir compasión y por desinteresarse de las acciones organizadas en su memoria.
Recordemos que existe una ley (la ley 1257 de 2008 para prevenir los abusos y las amenazas) y emulemos el ejemplo de mujeres como Jineth Bedoya o plataformas como “Párala ya” quienes han decidido salir y enfrentar ese grave problema social.
PanoramaCultural.com.co
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