Opinión

Campeones sin perder la cabeza

Diógenes Armando Pino Ávila

04/07/2014 - 11:05

 

Debo confesar que el futbol no es mi deporte favorito, es más, no tengo deporte favorito, pues la naturaleza, si bien es cierto, no me hizo hábil y diestro en estas lides, es cierto también, que no me dotó con el gusto de sudar la gota gorda persiguiendo una pelota, tampoco me dio la afición por practicar deporte alguno.

Confieso que en la infancia, en mi pueblo natal, me escapaba a bañar a escondidas en el río, cazaba con caucheras algunos pájaros (de lo que ahora me arrepiento), pescaba con anzuelos y, casi que obligado, juagaba un pique de futbol con la famosa pelota de letras, y como era tan mal jugador, los compañeros terminaban sacándome del juego antes de terminar el pique, ese es mi escaso palmarés como deportista.

Confieso que nunca he ido a un estadio y que nunca me he visto, en vivo, un partido completo. Pero por etiqueta social y no pecar de despistado me valgo de la televisión para informarme, declaro que no veo los partidos televisados del campeonato nacional. Tengo entendido que lo mejor del futbol y lo que más emoción despierta son los goles, por eso al ver los noticieros en la Tv pongo atención a la sección deportiva, con eso me libro del sufrimiento del hincha que lamenta y gime viendo el partido y sufre por las faltas cometidas por los jugadores, me libro de madrear los árbitros y renegar de los contrarios, pero viendo el noticiero aseguro poder terciar en las charlas con los amigos ya que a todos les gusta este deporte.

Como elemento exógeno del futbol y sus pasiones, confieso que no creo en superioridades heredadas de historias futboleras, confieso que no creo en esa «ósmosis» que pregonan los comentaristas deportivos de que Brasil, Argentina, Inglaterra, Alemania, Italia, y otros «grandes» obtienen su grandeza de la historia y de los galardones ganados en mundiales del pasado. ¡No creo en eso! Pienso que los equipos se diferencian por tener jugadores buenos, excepcionales que pueden dar victorias.  Creo que hay equipos que juegan como eso, como equipo, y que tienen un engranaje de relojería suiza que les hace propicio los triunfos. Creo que hay equipos con «cojones» y que a pesar de ir perdiendo no se entregan y, al final, logran superar a sus rivales. Creo que hay equipos ordenados y tácticos que estudian a su rival y luego siguen al pie de la letra el libreto escrito por el técnico y con eso doblegan al contrario. Creo que hay equipos con una suerte inmensa que a pesar de no tener con qué, el árbitro o la chiripa les da el triunfo. Creo que hay equipos con la fortuna de ser cada uno de los anteriores en los partidos que les toca jugar. Creo, también, que hay equipos con jugadores poco agraciados con el balón y otros que no sudan la camiseta, pues no gozan el partido, sino que demuestran estar haciendo un trabajo, una tarea y el futbol es para gozarlo. Creo que a Dios no le gusta el futbol, pues los jugadores de los dos equipos oran y le piden que les permita ganar y como Dios es imparcial prefiere no verse el partido para no defraudar a ninguno.

En mi caso personal como aficionado, siento que la cosa ha cambiado, o los años me han cambiado, pues en esta copa mundo Brasil, me he visto, casi, todos los partidos, en mi cuarto, rodeado de mis nietos que pasan vacaciones en casa, Disfruto los comentarios infantiles, admiro la capacidad de discernimiento de ellos y me siento niño de nuevo.  Con estas renovadas energías de niño reencontrado, me levanto con energías, levanto los brazos y grito a voz en cuello «Gooooolllll nojoooodaaaa» y aplaudo con mis nietos ante la mirada severa de mi esposa que bravea por las palabrotas que suelto por cada jugada buena de James o Cuadrado y siento la recriminación callada de ella, por la falta de etiqueta al tratar de «hijuetantas» a los contrarios que patean inmisericordes a Cuadrado y a Zuñiga.

Hoy que escribo esta nota, pienso que así comienza la violencia en los estadios y en las calles colombianas al celebrar los triunfos de la selección, somos demasiado emotivos, apasionados a la máxima expresión, y el folclorismo tropical que nos hace alegre y extrovertidos, se desborda con el patrioterismo que brota a manantiales viendo jugar a estos humildes muchachos, dirigidos por Pekermán.

Pienso además, que somos un pueblo grande, y ninguna gloria puede ser inmerecida, por eso superaremos ese impulso primario que nos acerca a la violencia, derrotaremos esa pulsión de hombre primitivo y cavernario y sabremos vestir la casaca tricolor igual que esos jugadores talentosos de Colombia y vibraremos al entonar nuestro himno y palpitarán nuestros corazones aceleradamente al hondear nuestra bandera y cantaremos con tamboras y vallenatos y cumbias y bambucos y joropos y champetas, y rap y los muchos aires folclóricos más de esta Colombia diversa, esos golazos que en cada partido nos regala la selección, y que sin duda alguna nos darán este 13 de julio la profunda alegría de ser los campeones del mundo y festejaremos dichosos y con responsabilidad la gloria de la primera copa mundial para nuestra patria, porque Dios, esta vez va a ver los partidos que faltan y de seguro vestirá nuestra camiseta.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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