Opinión
Recordando a Garzón: el poema 13 de Agosto de 1999
Hay ciertos momentos en la vida, de la historia, que uno siempre los recuerda y recuerda, incluso, dónde estaba, qué hacía, con quien o quienes estaba y, en algunas ocasiones, que ropa llevaba puesta, algún olor en el ambiente que, más bien por capricho de la impresión que por su importancia circunstancial, se quedan en el recuerdo y otra serie de detalles que, en otras circunstancias, pasarían desapercibidos incluso al más detallista de los observadores.
Estos momentos pueden haber sido atravesados por circunstancias significativas de la vida privada de cada uno de nosotros en la mayoría de las ocasiones pero, de cuando en cuando, por acontecimientos de dominio público que tocan y a veces trastocan la existencia no sólo de una persona o una familia, sino de pueblos, ciudades y países enteros, sin que lleguen a faltar los que, de una u otra forma, incumben al mundo entero.
¿Quién no recuerda las bengalas que surcaban las noches del Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto o el ascenso milagroso de cada uno de los treinta y tres mineros de la mina San José en la cápsula Fénix desde las entrañas a la superficie del desierto de Atacama, los golpes frenéticos al vergonzoso muro berlinés aquél nueve de noviembre y la soga al cuello de la prepotente estatua de Hussein en la Plaza Firdos de Bagdad o el desplome apocalíptico de la torre sur del World Trade Center?
En Colombia, un país que se ha terminado acostumbrando a la barbarie y con poca o ninguna capacidad de sobresalto ha habido, claro, muchos acontecimientos que, para bien o para mal, nos han golpeado y nos sacan temporalmente del amodorramiento antes de volver a caer en el mismo letargo estéril y cómodo o aún peor que antes del guanabanazo que nos zarandeara la existencia. Lastimosamente, la mayoría de esos hechos, hilvanándolos como una sarta de huevos de iguana, constituyen la poco honrosa Historia Nacional de la Infamia que, desafortunadamente no parece tener fin, como no parecen tenerlo las desigualdades económicas y sociales que desde hace tanto nos asfixian y desangran en las diferentes fases y formas que ha tenido la guerra estúpida en la que permanecemos desde la época de la supuesta independencia.
Han pasado ya quince años, la mitad de mi existencia desde aquél 13 de Agosto de 1999 en el cual, poco antes de las seis de la mañana fue asesinado de cinco tiros Jaime Hernando Garzón Forero y, con él, una gran porción de nuestra esperanza, nuestra inocencia y nuestra tranquilidad. Recuerdo bien el momento en que la noticia de su muerte llegó a mis oídos, sólo una hora después, caminando frente a la sala de profesores del colegio donde cursé mi bachillerato. Lloré. Fue como una bofetada o como un escupitajo en el ojo. Una vaina inesperada. No creo que llorara por el genio creativo y el valiente politólogo que hoy día lo considero, sino por el espontáneo, cariñoso y alocado ser humano que era capaz de las más grandes irreverencias de la manera más sencilla y desprevenida posible y que vivió, solamente, para demostrarnos que debemos estar bien informados, que debemos tomar partido y que debemos hacer lo que nos apasiona, sin importar sus riesgos o posibles consecuencias, pudiendo así darle sentido a nuestra existencia, así otros le pongan un plazo caprichoso por mera conveniencia o intolerancia.
Para este día en los medios volverán a escucharse los nombres que han girado en torno a las investigaciones infructuosas y las desviaciones descaradas que estas han sufrido desde el mismo día de su asesinato sin que el estado se haya tomado en serio el papel oscuro que jugó el DAS y sus allegados tenebrosos, dentro y fuera del gobierno, en este y otros tantos hechos de la historia reciente del país. Por si no se recuerda, la muerte de Garzón, la de Galán y la toma del Palacio de Justicia son unos de los más grandes y raros misterios de nuestra historia reciente. Precisamente ese manto oscuro que se ha cernido sobre nuestras vidas públicas y privadas desde la irrupción del narcotráfico ha sido, con sus atrocidades conexas, el causante de que esta y otras de nuestras tragedias vivan en el limbo gelatinoso del medaunculísmo y dejamestá en los que somos especialistas los colombianos.
Como siempre, como por cualquier güevonada, las redes sociales se plagarán de sus fotos y sus frases, obedeciendo a una de esas ondas pasajeras con las cuales se pretende poner al día la consciencia naturalmente adormecida de los ciudadanos zombis que, en su mayoría, conforman esta sociedad poco interesada en sus temas colectivos y fundamentales y que luego pretenden, irresponsablemente, dejar en manos de unos administradores incompetentes e inconscientes la poco respetable, más bien dudosa, gestión de los fondos públicos, sin tener un verdadero compromiso frente al destino del país y de las propias vidas.
Hace quince años nos quitaron una de esas vidas singulares, uno de esos pocos paisanos que vivieron para mostrarnos el disparate de la vida pública del país, la desinformación de los medios, la ineficacia del estado, la importancia de unir esfuerzos y conciencias para asumir las riendas del país, su dirección y el diseño e implementación de políticas efectivas para dar solución a los múltiples problemas que lo aquejan, principalmente la corrupción.
Sólo quiero invitar a tomar conciencia, a tomar partido, a hacer algo para evitar que nuestro bienestar siga siendo distribuido y administrado por los tipos que unos pocos nos imponen y así hacer un verdadero homenaje a la memoria de Jaime. A que reaccionemos, propongamos, hagamos uso del voto, que es la vía constitucional que tenemos para soltarnos de brazos, de manera decente y coherente, procurando el bien común y colectivo, sin mirar por encima del hombro al otro, ni tenerlo por encima de corazón, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente…
Para finalizar, les comparto un poema de la colección CONFIDENCIA, precisamente sobre el día del asesinato de Garzón.
13 de agosto de 1999
Quiero morirme de manera singular
César Mora
¿A dónde fui ese día?
¿Qué hice? No lo sé.
¿Encontré ese día
algo perdido antes?
¿Perdí, acaso, ese día
algo encontrado después?
En tus dientes y en tus ojos, saltones,
hace mucho, entendíamos la purulencia,
el degenero que carcome nuestra grandeza.
Alguien… abrió. Cerró una ventana.
Crujió una puerta en sus goznes.
Asaltó de nuevo la angustia
todas las ventanas y zaguanes.
Un individuo aislado
se esfumó, se perdió, dispersó.
Uno a uno, palmo a palmo,
el ruido y la furia usurpan
el lugar tibio del amanecer.
Ha terminado, de nuevo,
la ceremonia que pone una voz
en la cacha brillante del revólver.
En adelante, ¿qué será de nosotros?
¿Quién mostrará el reptar de las lombrices,
tarareará el croar de los renacuajos infectos,
pintará los gusanos hirviendo en la boñiga fresca?
Luis Carlos Ramírez Lascarro
Sobre el autor

Luis Carlos Ramirez Lascarro
A tres tabacos
Luis Carlos Ramírez Lascarro (Guamal, Magdalena, Colombia, 1984). Historiador y gestor patrimonial, egresado de la Universidad del Magdalena y Maestrante en Escrituras audiovisuales en la misma universidad.
Autor de los libros: Confidencia: Cantos de dolor y de muerte (2025); Evolución y tensiones de las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión Momposina: Guamal y Mompox (en coautoría con Xavier Ávila, 2024), La cumbia en Guamal, Magdalena (en coautoría con David Ramírez, 2023), El acordeón de Juancho (2020) y Semana Santa de Guamal, Magdalena, una reseña histórica (en coautoría con Alberto Ávila Bagarozza, 2020).
Ha escrito las obras teatrales Flores de María (2020), montada por el colectivo Maderos Teatro de Valledupar, y Cruselfa (2020), monólogo coescrito con Luis Mario Jiménez, quien también lo representa. Su trabajo poético ha sido incluido en antologías como: Quemarlo todo (2021), Contagio poesía (2020), Antología Nacional de Relata (2013), Tocando el viento (2012), Con otra voz y Poemas inolvidables (2011), Polen para fecundar manantiales (2008) y Poesía social sin banderas (2005), y en narrativa, figura en Elipsis internacional y Diez años no son tanto (2021).
Como articulista y editor ha colaborado con las revistas Hojalata, María mulata (2020), Heterotopías (2022) y Atarraya cultural (2023), y ha participado en todos los números de la revista La gota fría (No. 1, 2018; No. 2, 2020; No. 3, 2021; No. 4, 2022; No. 5, 2023; No. 6, 2024 y No.7, 2025).
Entre los eventos en los que ha sido conferencista invitado se destacan: Ciclo de conferencias “Hablando del Magdalena” de Cajamag (2024), con el conversatorio Conversando nuestra historia guamalera; Conversatorio Aproximaciones históricas a las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión Momposina: Guamal y Mompox (2024); Primer Congreso de Historia y Patrimonio Universidad del Magdalena (2023), con la ponencia: La instrumentalización de las fuentes históricas en la construcción del discurso hegemónico de la vallenatología; el VI Encuentro Nacional de Investigadores de la Música Vallenata (2017), con Julio Erazo Cuevas, el juglar guamalero; y el Foro Vallenato Clásico (2016), en el marco del 49º Festival de la Leyenda Vallenata, con Zuletazos clásicos.
Ha ejercido como corrector estilístico y ortotipográfico en El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad (2021) y Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020), donde además participó como prologuista.
Realizó la postulación del maestro cañamillero Aurelio Fernández Guerrero a la convocatoria Trayectorias 2024 del Ministerio de Cultura, en la cual resultó ganador; participó como Asesor externo en la elaboración del PES de la Cumbia tradicional del Caribe colombiano (2023) y lideró la postulación de las Procesiones de semana santa de Guamal, Magdalena a la LRPCI del ámbito departamental (2021), obteniendo la aprobación para la realización del PES en 2023, el cual está en proceso.
Sus artículos han sido citados en estudios académicos como la tesis Rafael Manjarrez: el vínculo entre la tradición y la modernidad (2021); el libro Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020) y la tesis El vallenato de “protesta”: La obra musical de Máximo Jiménez (2017).
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