Opinión
Ah, ese olorcito a carro nuevo…
“No hay peor olor que el que despide la bondad corrompida”. Henry David Thoreau.
En la sociedad y en la política, todo huele y los olores provienen de indivisas áreas de interacción social, por doquier emanan vahos o hedores consecuentes del sobrevenir cotidiano en el Estado social de Derecho, hoy en día, hay quien cree que la democracia es correlativa con la degradación del olfato, muy común afirmar que “el olor, lo lleva” como identidad o referente de una situación construida por el desarrollo del entorno.
Al asomar la nariz por la plaza de Bolívar en Bogotá, se percibe un raro almizcle que emana del palacio de Nariño, hace cuatro años se apreciaba un aroma a seguridad democrática combinándose con ese sibilino tufo de locomotoras tratando de arrancar, pero que se fue mezclando con el pétreo hedor de la alcaldía y efluvio de partisanos haciendo ronda.
Cuando se creía que esos bálsamos definirían las respuestas al desarrollo próspero del pueblo, cambiaron el cuestionario, para dar paso a la llegada de esas toxinas expelidas con la aparición de equipajes y equiperos destino Cuba, en incesante tránsito para hacer el lleva y trae, luego retenes extorsivos, atentados, petulancias de magistrados coligados a altas cortes hablando en voz baja y esa percepción pestilente que queda en la plaza cada vez que desde el balcón de Liévano se azuza a palomas y plebe.
De pronto, con la aparición de una suave brisa se empezó a respirar por toda Colombia un olor a ilusión capaz de crear unión nacional en torno a un partido, el de fútbol, que llevó al pueblo a determinar héroes y villanos hasta que ese tufillo de corrupción arrebató el delirio y el gobernante empapado en una loción ignota, desperdiga su inexplorada teoría sobre una tercera vía como aromatizante del hedor que empieza a fraguarse.
Ya el olor de la paz se percibe como emanación del estiércol de vaca, que a pesar de su esencia trae gratas evocaciones, transporta al husmeador al campo sin violencia, copioso en productos agropecuarios con apoyo de la política estatal y no la de fusiles amedrentando y despojando o necesarios para la mediana protección.
Esa extraña promiscuidad de teorías socioeconómicas propuestas como un espurio regalo de cambio del régimen, nos está llevando hacia la configuración de un Estado prosélito de la angustia de un Tirano próximo a la extinción, por suplirse como sanguijuela de las economías aventajadas de la región.
Emergen internacionalmente contaminantes hediondos que arriman a Colombia desde el llamado Foro de Sao Paulo, perfumadas con la avaricia que preconiza la cumbre de los BRICS (Brasil-Rusia-India-China-Sudáfrica), queriendo aparecer como oportunos salvadores de las economías y los contextos sociales de América.
Porque nada huele bien, el pueblo anhela un desodorante para erradicar los aromas nauseabundos que pululan y asoman en el país, incluso los provenientes de esa isla-charca usada por batracios enlodados que alardean y saltan entre sus propios desechos, apostando a instaurar la tiranía totalitaria sobre las faltas de los demócratas.
Nada más que al instaurar el Congreso, éste 20 julio, se empieza a remover olores que matizan fetideces de la traición con mentiras, inciensos de anarquía con analfabetismo político y obstinación insulsa por fracasados programas sociales, módulos de miseria, pasaportes para el hambre y licencia expedita para enriquecimiento personal de unos cuantos promotores y esbirros, trastornando la aparecida fragancia a carro nuevo en el Congreso, expectación para contrarrestar el destino que se vislumbra hacia el desgobierno y desazón de un pueblo bueno, trabajador y sobresaliente.
Y fue gol de Yepes.
Alfonso Suárez Arias
@SuarezAlfonso
Sobre el autor
Alfonso Suárez Arias
Aguijón social
Alfonso Suárez Arias (Charalá, 1956). Abogado en formación (Fundación Universitaria del Área Andina en Valledupar). Suscrito a la investigación y análisis de problemas sociológicos y jurídicos. Sus escritos pretenden generar crítica y análisis en el lector sobre temas muy habituales relacionados con la dinámica social, el entendimiento del Derecho y la participación del individuo en la Política como condicionamiento para el desarrollo integral.
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