Opinión

Porque tengo treinta y cinco años

Diego Niño

10/11/2014 - 06:30

 

Porque tengo treinta y cinco años, sé que existió un mundo en el que hacer tareas era una aventura.

Para hacer un trabajo era necesario ir a la Biblioteca Luis Ángel Arango. Había que tomar una buseta que se internaba por avenidas mayores y calles menores, cruzando todos los estratos de la geografía bogotana hasta arribar a la calle 19. De allí había que caminar por callejones en los que era inevitable recordar las historias sobre atracos y violaciones. Al final de la travesía se encontraba en la Sala General a los compañeros del colegio arracimados en torno al libro que ofrecía las respuestas al cuestionario, o quien mejor resumía la investigación. Si había suerte, entre el auditorio estaba el amigo que prestaba el cuaderno a cambio de una empanada. En caso contrario tocaba esperar que desocuparan el libro, lo entregaran para reclamar la ficha y hacer el trámite que ellos hicieron horas atrás, pero en la  más abyecta soledad.

Porque tengo treinta y cinco años sé que existió un mundo en el que el amor no necesitaba intermediarios electrónicos.

El amor se construía a partir de los trabajos en grupo, de las venturosas visitas a la Luis Ángel y de los escasos recreos. Cuando “la traga” era del dominio público, los implicados, por una conjura del destino, quedaban solos en el último rincón del salón. Uno contra uno. Ella siempre imperturbable. Él hecho un manojo de nervios gracias a que tenía que decir todo lo que guardaba entre pecho y espalda. Ella tenía que ir masticando cada frase, y al final de un plazo no mayor a lo que restaba de la jornada, aceptar o declinar la oferta. Sólo dios sabe qué pasaba por esas cabezas durante las siguientes horas (que imagino eran un infierno de dudas). Al final del día, ella daba el dictamen que era inapelable. Se daban un beso o la espalda por una eternidad que en ningún caso duraba más de un mes.

Porque tengo mis treinta y cinco años, sé que existió un mundo en que era posible esconderse por algunas horas.

Bastaba caminar hasta un parque. Acostarse a contemplar el tránsito de las nubes mientras se sopesaban pensamientos o se rumiaban nostalgias. Sólo se trataba de dejarse llevar por las ideas que peregrinaban a la misma velocidad de las nubes, hasta encallar en una conclusión razonable. Existía la certeza que nadie interrumpiría la contemplación porque no existían los celulares. Más aún, un buen porcentaje de casas no tenían teléfono fijo; así que la mamá ni siquiera podía entregarse a la tarea de llamar a las casas de compañeros de colegio.

Porque tengo treinta y cinco años tengo la certeza que existió un mundo más juguetón, menos amargo, que se fue por las cañerías del progreso…

 

Diego Niño

@diego_ninho

 

Sobre el autor

Diego Niño

Diego Niño

Palabras que piden orillas

Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.

@diego_ninho

2 Comentarios


Stefany 10-11-2014 09:56 AM

Cuánto se aprendía en las bibliotecas...

Diego Niño 27-11-2014 12:08 PM

Espacio que se ha perdido por cuenta de la internet.

Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

El Vallenato y la política

El Vallenato y la política

  Nuestro Folclor Vallenato y la política siempre han estado de amores, y cuando se acerca la época electoral esa pasión se incr...

Deimer Marín traicionó a su papá

Deimer Marín traicionó a su papá

Deimer me hizo llorar dos veces: primera, con ese clamor de paz expresado en la canción de su padre Hernando Marín, ...

La bruja de mi pueblo

La bruja de mi pueblo

  En mi pueblo a la edad de ocho años comencé a tenerle miedo a las brujas, eran normal los corrillos y tertulias que se formaban e...

El síndrome de Agualongo

El síndrome de Agualongo

  Pasada la campaña electoral de segunda vuelta y viendo los resultados me vienen a la cabeza varios interrogantes, de algunas de ...

El pueblo y la poesía

El pueblo y la poesía

  Nací en un pueblo lleno de historias, crecí y jugué en unas calles arenosas, donde cobijada por la oscuridad de las noches, la...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados