Opinión
Valledupar y los perros
Valledupar es una ciudad amable, sin puertas y sin murallas, que enamora a nativos y visitantes, pero a todos nos falta valorar y amar más la ciudad.
El Guatapurí es un patrimonio de la vida y del paisaje, no obstante contaminamos sus aguas y deforestamos sus riberas. Tampoco respetamos el espacio público ni las leyes de tránsito. No practicamos la convivencia ni la cultura ciudadana.
Las calles están adornadas por la frescura de los árboles y la sana costumbre de mujeres de tener un jardín en la puerta de su casa; sin embargo algunas personas, con poco sentido de urbanidad y de conciencia por la ecología, llevan sus perros en las madrugadas para que defequen en los árboles o en los jardines de casas ajenas. No hay derecho a ese irrespeto contra la higiene y el entorno familiar. A las autoridades ambientales les corresponde vigilar esta situación.
Es cierto que los perros son mascotas agradables y divertidas y producen beneficios físicos, psicológicos y emocionales a sus dueños. Tener perros en un pueblo es muy fácil, existe patios grandes y espacios libres; pero en la ciudad, los dueños de perros deben preocuparse por brindarles buena alimentación, un espacio exclusivo para su hábitat, actualizar los registros de vacunas, y algo fundamental, educarlos en el hábito de eliminar sus excrementos, y por supuesto, el dueño debe responder por recogerlos.
Un amigo, que tiene perros en la finca, pero no en la ciudad, con sobrada razón se molestaba por alguien de madrugada paseaba un perro y lo ponía a defecar en el árbol cerca de la puerta de su casa. Al darse cuenta quien era, un día se levantó bien temprano y cuando aquel se acercaba, de manera elegante, le dijo: “Oiga, amigo. Estoy esperándolo para que me preste su perro, lo quiero amarrar al árbol para que muerda al animal que todos los días se defeca aquí”. Al día siguiente, el madrugador con su perro cambió de acera.
Otro amigo, vecino de Los Cortijos, que vive en casa de esquina, tiene árboles y un jardín, puso este letrero: “Por favor, los que tienen perros deben recoger los excrementos. Esta es mi casa y yo no tengo perro. Respeten mi casa”.
Como pronto empiezan las campañas políticas, encuentro muy oportuna esta anécdota. “En una ocasión, un señor que por las tardes paseaba a su perra Sacha, una loba siberiana que parecía una escultura de nieve, destellaba ternura en los niños y simpatía en los adultos, fue lanzado por sus vecinos al Concejo. Sus amigos inician el proselitismo electoral… “Tenemos el candidato, un abogado pensionado, honesto y buen amigo, con vocación de servicio. Una persona honorable, vive cerca del parque”.
-Pero a ese señor, yo no lo conozco- dijo más de uno de los visitados-.
Sí lo conoces, es ese que de tarde pasea a Sacha por el barrio.
-Ah, ese señor alto de bigote que pasea a la hermosura de Sacha, que a mis hijos y a todos nos encanta su blancura y su gracia al caminar. No se preocupe por esa blancura de animal, vamos a votar por su candidato.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
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