Opinión
Nos veremos en misa
“No es pobre el que tiene poco sino el que mucho desea, a veces se gana y a veces se aprende”.
Ya muy tarde, cerca del anochecer, el hombre exhausto se reclinó en una silleta del parque, abrió los brazos sobre el respaldo y se extasió mirando el límpido cielo azulado que pronto se tornaría en negro indefinible por la oscuridad, la que ansiosamente esperaba y estimaba era su protectora.
Dormitó hasta que el particular silencio le despertó, y, animoso, caminó entre las sombras a la pared trasera de la casa que eligió para saltar el muro que da a un patio interno, tal vez casi de cuatro metros de altura, se dejó caer al interior y permaneció inmóvil por un instante, escuchando, oliendo, analizando ese mundo desconocido pero que ambicionaba recorrer con la intención de sustraer por lo menos un elemento de valor que receptara el habilidoso comerciante-reducidor del barrio y le proporcionara algún dinero.
Recorrió sigilosamente los tres cuartos de la casa, esculcó pacientemente, rebuscó en la sala, anduvo por la cocina y se tomó un jugo de naranja que había en la nevera, quedaron solo dos jarras plásticas con agua, no logró relacionar objetos de valor, ni una porcelana, reloj, caja fuerte, dinero, televisor y nada, ni computador. Así que entendió para sus adentros que estaba malgastando el tiempo. Se arriesgó entonces al único cuarto ocupado, abrió la puerta muy lentamente y observó a Dioselino, dormido profundamente, arrullado por el reconocido ruido de un viejo ventilador que intentaba amainar la ola de calor a esa hora, un poco más de las 2 de la mañana.
Tampoco pudo detectar cosa alguna de ganancia y precio en ese cuarto habitado, entonces lentamente retrocedió y se dispuso a encontrar una salida, había perdido horas valiosas en una casa sin riquezas materiales a la vista, buscó por donde evadir ese encierro que lo ahogaba con esa extraña modorra causada por la soledad y los ronquidos ronroneantes de Dioselino, el curita del barrio que vivía en ese cuarto mientras lograba adaptar uno confortable en la casa-cural de la iglesia que el obispo le había encomendado construir.
Anselmo, el frustrado ladronzuelo estaba a punto de la desesperación, por deducción espontanea calculó que ni armas habría en esa casa, por lo que se acercó al dormitorio y tocó pausada pero firmemente, de un salto desde la cama se escuchó, ¿Quién?,- Yo, y se abrió la puerta, se miraron a los ojos y gritaron atónitos por la sorpresa. Dioselino pensaba rápido y no encontraba respuesta.
Anselmo calmadamente le dijo, amigo, colabóreme, entré aquí a robar pero no encuentro nada y ahora no sé cómo salir, la puerta tiene doble llave y esa cerradura no es fácil para mí, estoy cansado y adolorido solo quiero irme al rancho aunque no tenga nada para llevar. Dioselino más que sorprendido, aturdido y somnoliento buscó las llaves y se dirigió con Anselmo a la puerta principal.
Ya destrabada la cerradura, Anselmo le dijo al cura,-tíreme una liga compa, mire que estoy jodido-. Dioselino le reveló quien era, le echó una bendición y le entregó el único billete que tenía, uno de 5.000, pensó:- bueno, en la mañana hago ayuno ahora me tomaré el juguito para pasar el susto-. El ladrón le agradeció con un gesto y le dijo alejándose apresuradamente.-nos vemos el domingo en misa.
Ah, la sociedad cambia muy rápido, ya estos curas y estos ladrones no se ven.
Alfonso Suárez Arias
@SuarezAlfonso
Sobre el autor
Alfonso Suárez Arias
Aguijón social
Alfonso Suárez Arias (Charalá, 1956). Abogado en formación (Fundación Universitaria del Área Andina en Valledupar). Suscrito a la investigación y análisis de problemas sociológicos y jurídicos. Sus escritos pretenden generar crítica y análisis en el lector sobre temas muy habituales relacionados con la dinámica social, el entendimiento del Derecho y la participación del individuo en la Política como condicionamiento para el desarrollo integral.
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