Opinión

El apostolado de Guillén

Alberto Muñoz Peñaloza

07/04/2015 - 05:40

 

Joaco Guillén y Diomedes Díaz / Foto: DiomedezDiaz.co

Lo conocí una tarde de marzo, calurosa como la que más, y descubrí su sonrisa eterna, encubridora de timidez y retadora cuando se lo propone. Él apareció con mi hermano Rodrigo, mientras avanzaban en el tema de siempre, las primeras escaramuzas musicales de Diomedes Díaz.

Tan pronto como estreché su mano me invitó a la puerta y de entrada “estrenó” otra de las canciones que hago para ustedes, vivan mis seguidooorees! Tremendo sonido desde aquel renolcito cuatro, noble como el propietario y enchollao’ como el ídolo.

Valledupar era el pueblo grande que buscaba afanosamente convertirse en ciudad, pese a ser capital del Cesar, desde el 21 de diciembre de 1967. La música se abría paso entre la maraña de dificultades que “atormentaban” a la capital del vallenato. Se mantenía el embotellamiento y a fuerza de los atracos se canceló la operación nocturna del transporte interdepartamental.

No obstante, la magia seguía intacta lo mismo que el encanto a propios y visitantes. La retórica poética del río Guatapurí, durante su recorrido barrial, atraía miradas, versos y turistas. Pocos barrios se extendían por la territorialidad “como verdolaga en playa” y era evidente el sabor macondiano que tejían, leyendas, mitos, cuentos, versos, canciones, parrandas y sancochos. El vallenato iba en ascenso. El periplo musical de Alfredo Gutiérrez, la égida musical de Los Playoneros del Cesar, el devenir de Bovea y sus Vallenatos, las andanzas interioranas e internacionales de Pedro García, Pablo López y los antecedentes del “pollo vallenato” Luis Enrique Martínez, el maestro Alejo Durán, el auge de festival vallenato y la aparición fulgurante de los Hermanos López, con Jorge Oñate y, luego, los Hermanos Zuleta, presagiaban mejores días para e género musical que despertaba resistencia en Barranquilla, en Cali pero cautivaba en gran parte de la región Caribe.

En 1973, precisamente con el tema “Festival Vallenato” del fonsequero Geño Mendoza, el venezolano Nelson Henríquez, ganó el congo de oro en el carnaval de Barranquilla. El año siguiente, 1974, Jorge Oñate con los Hermanos López lo ganaron en franca lid, a grupos de la talla de Nelson Henríquez, Adolfo Echeverría y otros, no propiamente vallenatos, mientras los Hermanos Zuleta, alcanzaban un éxito descomunal con su LP Río Crecido.

En 1976, Rafael e Israel, el gran Binomio de Oro, saltó a la palestra y grababa por primera vez el cacique de la Junta, Diomedes Díaz, con el recién elegido rey, Nafer Durán. En 1977, Diomedes y el Debe López, grabaron dos discos de larga duración, con éxitos como “Tres canciones”, Cristina Isabel y más.

Joaquín Guillen, bien conocido como Joaco, era un taxista con aire de guía turístico pero todos sus conocimientos, su sabiduría y entrega, iban siempre en función de hablar del cacique Diomedes Díaz. El pasa cintas de su carro, era fiel a la disposición del propietario, para sonar, todas las veces, canciones interpretadas, o inspiradas, por Díaz Maestre. La alcahuetería llegaba a niveles insospechados. Diomedes, en su primer trabajo discográfico “saludó” a Adalberto Guillén, hermano de Joaco y en el segundo, ya con El Debe López, a Graciliano Guillén y Germán Guillén, los príncipes del Alto, tío y padre de Joaco.

Pasó el tiempo y fue cimentándose una relación de amistad que perduró en el tiempo y que de manera premonitoria, el gran cacique, señaló siempre con el índice de la sinceridad, el afecto y la grandeza humana. Los amigos venidos desde el tiempo escolar suelen conocerse mejor y esconden con facilidad resentimientos que vuelan libres como el viento y deambulan en mentes ajenas, sin lesionar el afecto, el cariño y la gratitud. Desde entonces vi en Joaquín a un amigo que admiraba, cuidaba, protegía y defendía a su amigo, quien levaba anclas desde la adversidad, en el mar insondable de la competencia, para ganar un espacio, pulso a pulso, codo a codo, sin más merecimientos que la lucha diaria y el decoro en el bolsillo para asumir desaires, desprecios y negaciones, como nuevas oportunidades para proseguir el camino, en la seguridad de que lo que quería y sabía que podía hacer, valía la pena y ameritaba defender a capa y espada. Ese hombre convencía a sus usuarios de las bondades del alto volumen y de escuchar siempre los cantos de Diomedes.

Merodeaba marzo, ese mediodía ardiente, que calcinaba motores y de repente se elevó en el panorama vallenato la certidumbre de que Diomedes Díaz, iba rumbo al éxito sin menoscabo del buen momento del jilguero Jorge Oñate, del pulmón de oro Poncho Zuleta y el paso triunfante de Rafael e Israel. Se enseñoreó La Locura, con el conejo Juancho Roís, un compendio de éxitos y una propuesta fresca en el vallenato que inundó de alegría a sus seguidores. Luego vino la unión con el gran Nicolás Elías “Colacho” Mendoza, dupleta exitosa que trajo consigo éxitos continuos y el debut de Joaco Guillén, en los trabajos discográficos del cacique, con un saludo exclusivo y muy a tono con el cariño que lo motivó. Aquel negrito, caporal en el barrio El Carmen y mariscal en su pueblo natal, El Alto de la Vuelta, promovió el vallenato y nos acostumbró a degustar la música de su pupilo con el sabor leal de lo que se hace por amistad. Él, forjó una relación respetuosa sin más apuros que ver sonreír a su amigo.

Durante la travesía de Diomedes con el consagrado Colacho Mendoza, la sapiencia musical, el entusiasmo creativo y el éxito creciente, no se hicieron esperar. Fue así como en el segundo semestre de 1978, se vinieron con su primera producción musical: Dos Grandes, luego en 1979, llegó primero el álbum Los Profesionales y después “Para mi Fanaticada”. En el corte inicial el saludo llegó Y es que yo, si conozco el mundo, cierto ¡Joaco Guillén! De ahí en adelante el afectó se agigantó y lo que siguió fue el ensanchamiento de una relación amistosa que derivó luego, cuando nadie lo esperaba ni lo creería, en la designación de Joaco como representante del cacique de la Junta, Diomedes Díaz. Recuerdo que a los pocos días, en el estreno como tal, en medio de una de uno de sus canciones, lo comunicó en plena caseta:

En esto de agrupaciones influye mucho un representante. Yo a cambio de mi dirección le exigí a mi compadre Joaquín Guillén, como mi hermano que es, que dirigiera mi porvenir, que dirigiera mi conjunto. Así lo hizo y me salvó…

Hubo rupturas, separaciones, pechiches, encuentros, desencuentros y reencuentros. Frases altisonantes se escucharon pero se las vio partir en las nubes del olvido. Sin embargo, el árbol florecido de la amistad, de la hermandad y el compadrazgo se mantuvo en pie y sigue firme pese a la partida final del cacique.

Hay que ver a Joaco contando anécdotas, historias y momentos, relacionados con la vida de su compañero y amigo. He tenido la fortuna de compartir set con él, con Jaime Pérez Parodi, Álvaro Álvarez, Lucho Mendoza Sierra y otros y otras que lo conocieron mejor que los demás. Pero lo de Joaco Guillén, contiene sentimientos de admiración, de respeto, de consideración, de hermandad y de familiaridad, con conexión directa a la gratitud inmensa que le profesa. Lo vi llorarlo, a moco tendido, en la Tarima Francisco el Hombre, susurrándole sus gracias eternas por dejarlo en el sitio en el que, por su tozudez, lo ubicó cuando ni el mismo Joaco lo creía.

Ahora Joaquín Guillén, sigue ahí, siempre ahí, en conversatorios alusivos a nuestro querido Diomedes Díaz. Hace el duelo hablándonos de él, se divierte y le pagan por eso. O sea que el Cacique lo prospera, como siempre y Joaco, ni corto ni perezoso le replica pesos a la vieja Elvira: mire mama Vira, aquí le mandó su hijo esta platica. Como quien dice: ¡madre he ahí a tu hijo; hijo he ahí a tu madre!  

 

Alberto Muñoz Peñaloza

@albertomunozpen

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

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