Opinión
Cirujanos estéticos, sombríos marchantes de la miseria humana
Antes que todo, deseo manifestar que no pretendo criticar ni demeritar las cirugías estéticas que buscan una solución ante situaciones extremas, como puede ser una quemadura, o un ataque con ácido, o un accidente, entre otras causas.
Solo me voy a referir a los procedimientos estéticos que se hacen por dictámenes sociales; muchos de ellos por modas que pretenden la cosificación del ser humano; sobre todo la cosificación de la mujer en una sociedad fatua que pretende mostrarla como un objeto de decoración más que se pone en el centro de una sala.
Nunca he entendido como una persona, hombre o mujer, puede someterse a una cirugía estética solo por seguir los nuevos postulados de belleza física, o por lograr un ascenso social o laboral, o para ganar un reinado de belleza, a los que la sociedad colombiana es una verdadera adicta, o para enamorar a un traficante de drogas, como si eso fuera un gran logro en la vida de una mujer.
Pero, ¿de dónde nos viene este culto al cuerpo?
Primero que todo habría que pensar que es tan antiguo como la humanidad misma. Todos los pueblos del mundo han decorado sus cuerpos de diversas maneras. Y si pensamos en los griegos veremos que algunos atletas, sobre todo aquellos que ganaban carreras, entre otros, eran considerados luego semidioses. Es el caso de Antinoo, el hermoso efebo que enamoró al emperador Adriano.
En el Medioevo se produciría un cambio radical. El cristianismo comenzó a condenar todo tipo de abalorios o menjurjes, y se comenzó a exaltar una belleza espiritual no física.
A comienzos del siglo XVI, Juan Ponce de León va tras la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, al menos eso cuenta una leyenda que decía que se encontraba en lo que hoy es la región de La Florida (USA). Pero anteriormente Herodoto (s IV a C) ya había hablado de la existencia de una fuente con esas propiedades y, luego, Alejandro Magno habría ido tras su búsqueda.
Esa temática de la eterna juventud va a retomarla Oscar Wilde en su libro El retrato de Dorian Grey. Su protagonista, un hombre dado a las bajas pasiones, se mantiene fresco y lozano a pesar del paso del tiempo y de su vida abyecta; es su retrato el que va envejeciendo y transformándose en poco menos que un monstruo. Virginia Woolf, en su maravilloso libro Orlando, nos trae la vida de un hombre nacido en la época isabelina y que no solo no envejece ni muere sino que en plena época victoriana un día se despierta siendo mujer
Luego, en el siglo XX, más exactamente en los años 60, fue la escuálida Twiggy la que impuso la supuesta belleza de mujeres esqueléticas, supongo que sufría de una severa anorexia, muy diferentes a las mujeres soberbias, como Hélène Fourment, que pintaba Rubens, y en el siglo XIX están las mujeres de Renoir.
Recuerdo a mi abuela como una de sus herederas. Una mujer sin complejos, que se sentía bien en su cuerpo, poseía una hermosa cabellera, con la cual diariamente se hacía una enorme moña, no se maquillaba, y se vestía muy bien; ésa era, digamos, su única vanidad. Su verdadera belleza estaba en su inteligencia y en su autonomía; y aunque había nacido en 1900 nunca fue una mujer sumisa ni dócil, como la mayoría de las mujeres de su generación.
En lo que a mí respecta, recuerdo que siendo una adolescente me dijeron que debía operarme la nariz; en esa época, comienzos de los años 70, era algo común. Siempre e invariablemente dije NO. Y desde entonces he repetido una y otra vez que hay que saber envejecer. No somos eternos, ni me interesa ser eternamente joven. Pienso que lo mejor que me ha pasado en la vida es precisamente eso: envejecer. Sobre todo ahora que estoy pensionada y que no tengo que rendirle cuentas a ningún jefe (hombre o mujer).
Cuando me miro al espejo y veo mis arrugas me digo a mí misma que ellas son el reflejo de las sendas que he seguido en mi vida, ahí están, son testigos de mis éxitos y de mis fracasos, de mis alegrías y de mis tristezas, no borraría ninguna de ellas ni por un minuto. Hacen parte de mi ser, son un libro donde está escrita mi vida.
Ahora bien, de un tiempo para acá he escuchado decir que operarse, o sea hacerse una liposucción, o aumentarse los senos o las caderas, en fin todas las barrabasadas que se han inventado los médicos, muchos de ellos inescrupulosos, lúgubres marchantes de la miseria humana, es una inversión. No entiendo cómo alguien puede endeudarse solo por pretender tener el cuerpo o la cara que ha visto en Internet y que cree que le sentaría a las maravillas. Considero una verdadera atrocidad decirle a una hija menor de edad que se le va a dar como regalo de sus quince años una cirugía cualquiera, debería ser prohibido; por eso apoyo incondicionalmente la propuesta de ley del senador Mauricio Lizcano, aunque debo aclarar que no soy su seguidora ni mucho menos su admiradora.
Ninguna menor de edad debería ser sometida a una cirugía innecesaria, sin contar que no tiene la madurez para poder entender el modelo de belleza que la sociedad actual, banal y fútil, espera de ella. Hacerlo es participar de un mundo que pierde sus valores éticos, que pierde su norte, y que enseña que sólo en la apariencia física está la felicidad.
Por otra parte, no hay que olvidar el papel funesto que han jugado muchas veces los medios de comunicación al exaltar esa belleza de origen traqueto y venderla como una forma de éxito social. Colombia ha sufrido cambios enormes en estos últimos treinta años, muchos de los cuales han sido producto de esa alianza tenebrosa de narcotráfico y política. Afortunadamente, hay miles y miles de mujeres que saben que solo con la educación y un trabajo digno podrán convertirse en personas autónomas.
Por eso aplaudo que medios, como The Guardian, comiencen a mirar más allá del espejo en el que supuestamente nos miramos todos los días y nos muestren esa otra realidad que nos agrede día a día.
Por último, quisiera decir que ninguna de las mujeres que conozco que se han operado me parece que han quedado bonitas; por el contrario, cuando las veo me parecen desfiguradas, y algunas que eran hermosas se convierten en aspirantes a monstruos, como Frankenstein, el personaje de Mary Shelley; sobre todo aquellas que exageran con los labios, o con las caderas o con los senos.
Berta Lucía Estrada
Sobre el autor

Berta Lucía Estrada
Fractales
Berta Lucía Estrada Estrada (Colombia,1955) es escritora, ensayista, poeta, dramaturga, antologadora, crítica literaria y de arte. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado doce libros, más siete escritos al alimón con Floriano Martins (esta escritura al alimón comprende cuatro piezas de teatro, dos novelas cortas y un poemario). Ha recibido seis premios de poesía; tres con obra publicada.
Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en revistas como Altazor (Chile), Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura, Revista Acróbata (Brasil), Blanco Móvil (México), Nueva York Poetry, La otra (México), AErea (Chile y España), EntreTmas (Nueva Yoork) y Aleph (Colombia). Es una colaboradora asidua de las publicaciones de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná – UNIOESTE y del programa de radio Pegando la Hebra, dirigido por María Vicenta Porcar Pedro (Valencia-España) donde colabora con el aparte Palabra de Poeta y además tiene un espacio llamado Poliedros; dedicado a entrevistas y a la presentación de libros.
Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, portugués, rumano, griego, italiano e inglés.
3 Comentarios
Me dan miedo todas las cirugías, me gusta la mujer que soy,sobre todo emocionalmente ahora en los cuarenta, pero reconozco que la juventud es hermosa y a veces es duro luchar con ese pequeño demonio que alimentado por los medios te grita al mismo tiempo que susurra: que bien te verías sin ese surco junto a la boca.
Interesante paralelo entre belleza y literatura que bien valdría un estudio completo. Algunas personalidades operadas hasta la exageración terminarían en una novela de horror.
Buenas tardes Aura Elena y Jhon Muchas gracias por la lectura y por los comentarios que han dejado en este espacio; no solo me parecen muy acertados sino que me enriquecen mucho. Un cordial saludo Berta Lucía Estrada
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