Opinión

El tráfico de armas en Colombia: un negocio más

Eber Patiño Ruiz

08/06/2015 - 06:10

 

El tráfico de armas en Colombia es un tema que no parece tener eco en el actual proceso de paz que se adelanta en la Habana. Este tema -que bien puede levantar molestia entre los negociadores-, ha sido muy pocas veces mencionado en informes.

Causa preocupación ver el informe realizado por las Naciones Unidas de la oficina contra la droga y el delito, donde se presentan las rutas establecidas para la entrada y salida de armamento y munición para los grupos alzados en armas; y no es de extrañas las triquiñuelas de las que se valen los traficantes de los países vecinos para inundar las selvas de armas.

Tampoco se han salvado los barcos que llegan a los puertos del pacífico y el atlántico; parece una redada sin fin, el ejército evitando el tráfico de armas y decomisando los cargamentos al tiempo que los traficantes tratan de introducir su mercancía al país. Estos últimos se han convertido en verdaderos expertos en navegación fluvial y terrestre, conocen nuestros ríos, nuestras selvas; expertos pilotos de pequeñas aeronaves que aterrizan en cualquier terraplén en medio de la selva ya no tan virgen como muchos creen que son nuestras selvas de la Orinoquía y la Amazonía.

La frontera con Venezuela, la más extensa de todas, es el verdadero fortín del negocio de las armas, donde  los extensos ríos del Orinoco, el Meta, el Guaviare, el Guainía y el Vichada, son las puertas abiertas de la vertiente hidrográfica del Orinoco. Pero también hay otros ríos que se suman a esta larga lista, como el rio Vaupés y el Amazonas; sin dejar de lado los ríos San Juan y el Atrato en el Pacífico, que desembocan en el golfo de Urabá. Es, sin duda, el gran puente y punto de enlace de Centro América y tiene su punto de partida en Panamá, donde el gran tapón del Darién, es límite fronterizo con Colombia y donde históricamente el control del estado es nulo. No se puede decir que con dos o tres naves “pirañas”, como se les conoce en la marina a las embarcaciones del ejército que hace presencia en estas aguas, ejerzan el verdadero control en la extensa zona fronteriza, porque los controles se han enfocado siempre en el narcotráfico, mientras que el negocio de las armas navega campante por nuestros ríos.

Todas estas venas fluviales son las grandes puertas abiertas de Colombia. Por ahí entran las armas y todo tipo de contrabando, desde licores, cigarrillos, ropa, electrodomésticos y comida en general.

En el Norte del país, ya no es por agua sino por el desierto, aprovechando la rica diversidad geográfica que nos ofrece el trópico, la zona de La Guajira es conocida también por ser un bastión del tráfico de armas.

Ninguna frontera colombiana se salva de la penetración de traficantes y de todo tipo de contrabando, y si a estos males le sumamos el apoyo de otros países que, por debajo de la mesa, nos atacan haciéndose los de la vista gorda comulgando así con la doctrina filosófica guerrillera, seguiremos siempre en el ojo del huracán donde convergen intereses políticos y económicos de toda las regiones.

Sin embargo, no se puede ceder terreno en la lucha contra el tráfico de armas. Cada arma que entra al país representa muchos muertos. Las armas de nada valen si no las usa alguien y, en el caso de nuestro país, escuchar el estruendo de las balas en las montañas, es lamentar la muerte de alguien, es padecer del amedrentamiento, sucumbir al miedo, al desplazamiento forzado, o lo más inhumano, una mina quiebra-patas.

Hoy cabe una pregunta que muchos nos hacemos y no tienen todavía respuesta: ¿Por qué las municiones en el mercado negro de Colombia, tienen el sello INDUMIL?

¿Qué pasa con los controles de venta de armas y munición para los civiles? ¿Cuáles son las estrategias del gobierno para controla este tráfico de influencias que permite a cualquiera persona obtener un arma de fuego? ¿Son las autoridades del ejército y la policía los encargados de esta propagación de munición y armas en las calles? Caben muchas preguntas y pocas respuestas.

Habría que desplegar otra larga lista de preguntas para cuestionar la labor que viene desempeñando la industria militar. Bajo qué amparo puede fabricar y vender armas a otros países con el fin de “establecer” la  paz, pero a la vez vender armas como un negocio más, sin discutir las utilidades que éstas generan y preguntar también hacia dónde va este dinero.

En  una publicación de la revista Semana del 29 de junio de 2012, titulada Armas: este es el negocio, uno se sorprende por la laxitud de los gobiernos involucrados en la fabricación y venta de armas. Es un negocio tan próspero que no importa si el país está en bancarrota o aguantando hambre, o inundado, o cualquier otra circunstancia adversa, la compra de armas y munición será siempre la prioridad, con el discurso de que la utilización de las armas es la que permite la estabilidad social, política y económica amparados en la ley.

La frase del general Santander “Si las armas nos dieron la libertad, las leyes nos darán la justicia” se aleja de nuestra realidad y estamos más cerca a decir “las armas nos oprimen la libertad y las leyes nos quitan la justicia”. Por eso, hablar de paz y vender armas no encaja en ningún análisis, y no se necesita ser un gran estudioso del tema para entender el doble discurso del gobierno.

El gobierno debe dar cuenta de las miles de armas que hay en manos de civiles, diferente a las instituciones que hacen uso de ellas como: las empresas de vigilancia, de escoltas bancarios y personales entre otros sectores.

 

Eber Patiño

@Eber0

Sobre el autor

Eber Patiño Ruiz

Eber Patiño Ruiz

Hablemos de…

Eber Alonso Patiño Ruiz es comunicador social, periodista de la Universidad Católica del Norte Sede Medellin, Antioquia. Su gran pasión es la radio y la escritura. Tiene dos novelas terminadas y una en camino, un libro de cuentos y otro de historias fantásticas; tres libros de poesía: Huellas, Tiempos y Expresión del alma.

@Eber01

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