Opinión
Los avales y los votos
Por estos días preelectorales, en cada pueblo de nuestra patria, se dan disputas intestinas donde los aspirantes a las alcaldías municipales se pelean el favorecimiento de los directorios de los partidos buscando ser beneficiarios del aval que les permita inscribirse ante la registraduría nacional, como candidato de tal o cual partido político.
Los políticos departamentales y nacionales, conocedores de esta necesidad creada por ellos mismos, a través de la Ley, se aprovechan de esta urgencia y explotan la necesidad que del aval tienen los precandidatos y por tanto imponen reglas y condiciones que el pobre aspirante acepta con tal de tener el dichoso papel que le permita su inscripción.
El votante raso, que ya comienza a polarizarse en favor del aspirante de su preferencia, se mueve en torno a su candidato y en consecuencia se alindera en el grupo que dio la posibilidad para que su candidato pudiera inscribirse. La trama hábilmente urdida por los políticos es ingeniosa, ellos saben que los partidos no tienen votos, saben además que el aval no le garantiza votación al candidato a la alcaldía, conocen que el votante se incentiva y se entusiasma electoralmente por lo local y que el ambiente político se caldea en cada municipio en torno a los candidatos a la alcaldía y no en torno de los partidos, y por supuesto, también saben que el candidato que lleve su aval atraerá a sus huestes electorales para que depositen su voto y que este a la postre atraerá estadísticamente cifras electorales para su agrupación.
Esa trama urdida por la necesidad del aval que incentiva lo local, hace que el pobre candidato a la alcaldía priorice primero la consecución de su aval, luego el de los concejales que jugarán por el partido por donde él se inscribe, pero al hacer cuentas se percata que con una sola lista de concejales no podrá sumar los votos necesarios para llegar a la alcaldía, entonces comienza a hacer alianzas con otros grupos o a conseguir avales de concejo de parte de otros partidos para tener los suficientes candidatos a concejo que en operación avispa atraigan a los votantes que le darán posibilidades de triunfo. Por lo tanto, la proliferación de candidatos a los concejos municipales es copiosa.
En este punto entran los candidatos a la asamblea departamental, los que no tienen votos en los pueblos, pero pegados de los vales de los candidatos a las alcaldías y a los concejos y, además, con unos pesos engrasan las maquinarias electorales y se benefician de la puja electoral que se da en los pueblos y como trofeo se llevan una votación de personas que no los conoce ni ellos conocen. Es esto lo que hace que en cada municipio aparezcan votos a todos los candidatos a asamblea, incluso a los que nunca han llegado en su vida al pueblo.
Después de los candidatos a la asamblea vienen los candidatos a la gobernación, ellos representan para los candidatos a la alcaldía y los concejos y también para los de asambleas, la principal fuente de financiación, ya que facilitan recursos económicos para el desarrollo del debate electoral y la campaña propiamente dicha. Candidato a la gobernación que se respete debe apoyar al mayor número de candidatos a la alcaldía de los pueblos, ´para así sacar la ventaja electoral a su oponente y alzarse con el triunfo el día de los comicios, incluso apoyan candidatos de grupos contrarios y opositores en una componenda de “tú me haces la campaña y yo te pago”.
A todas estas, el votante raso se despedaza en defensa de su candidato a la alcaldía y al concejo y en enconada disputa política se enfrenta con su paisano, con su vecino, con su amigo y hasta con sus familiares en una lucha donde no da, ni pide cuartel, una pelea que no es la suya y que enardece sus instintos y pasiones y que causa enemistades y rencores y que rompe la armonía local y distorsiona el mundo del municipio por espacio de cuatro años, donde el único perdedor es el pueblo-pueblo y los ganadores son los electos, los partidos y los financiadores de los diferentes candidatos.
Después de elecciones el político se regodea diciendo que tiene tantos votos, es decir es el dueño de una cauda electoral que le permite exigir burocracia y contratos para perpetuarse enquistado en el poder.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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