Opinión
La caja de pandora
La vida transcurría bien o tal vez regular, pues la tregua unilateral decretada por la FARC había amainado el conflicto interno en forma sustancial. Los colombianos comenzamos a acostumbrarnos a la paz y a la ausencia, o por lo menos, a espacios más largos entre un atentado y otro, parecía que no hubiera guerra. Los hogares humildes de padres de policías, soldados y guerrilleros no lloraban muertes recientes. Empezábamos a respirar aires de paz, sobre todo, los que nunca hemos vivido un día de paz en esta Colombia sufrida y golpeada por los violentos.
Este panorama apacible de rebajar la guerra que a la mayoría del pueblo colombiano le parecía bueno y deseable, a una pequeña minoría de burócratas como el señor Procurador, al senador Uribe, a La paloma Valencia, La Cabal y otras especies de esa barahúnda violenta que contabiliza muertos en Twitter y amplifica la violencia en los medios, les parecía funesta y las Fuerzas Armadas colombianas cayeron ante ese canto de sirena de los azuzadores y la FARC también entró en ese juego truculento de romper la tregua y aquí fue Troya.
Se destapa la caja de Pandora la que ha traído de vuelta muertes, contaminación, atentados, apagones y temores a la población civil que, inerme, ve cómo la locura de los actores del conflicto armado despedazan al país y se despedazan entre ellos, mientras los azuzadores desde sus muelles sillones en cómodas oficinas de la capital y bajo protección especial con numerosos escoltas y camionetas blindadas pagadas por los colombianos, siguen regodeándose de los muertos y de la guerra sin que les pase ni un leve rasguño a ellos o a su entorno familiar cercano.
La paz se diluye lentamente entre agresivas confrontaciones armadas, voladuras de oleoductos y torres de energía eléctrica, campos minados y bombardeos, mueren decenas de soldados de la patria, mueren guerrilleros, campesinos e indígenas, mueren inocentes mientras que languidece en La Habana los diálogos de paz en un cruce comunicados insulsos donde cada bando desinforma hipócritamente a la opinión pública en una falta de transparencia y decoro, en la creencia de que el pueblo les sigue el juego. Cuán equivocados están, el pueblo colombiano, si bien quiere la paz, también es cierto que ha entrado en un estado de escepticismo tal, que solo escucha o lee los comunicados sin digerirlos, pues es tanta y tan burda la mentira que dicen los dos bandos que ya cansado no cree nada de lo que dicen gobierno y guerrilla en La Habana,
Como en el mito griego, Prometeo, en este caso La FARC roba el fuego a Zeus atacando los soldados en ese remoto caserío del Cauca y el gobierno, en este caso Zeus, crea el mito de que con la guerra de tierra arrasada puede dominar y exterminar a la guerrilla, en este caso este mito es Pandora. El gobierno, a través de las Fuerzas Armadas, desempolva los helicópteros y sus bombas y comienza la carrera desenfrenada de bombardeos y muertes de guerrilleros, esto consecuencialmente en la perversidad de la guerra trae respuestas y contra-respuestas en un escalonamiento de la guerra y en un recrudecimiento de la barbarie donde solo el pueblo sufre las consecuencias.
Cincuenta y más años de guerra demencial y ni gobierno ni guerrilla quieren reconocer que esa no es la vía, que en ese ejercicio desquiciado de la violencia no habrá triunfo del uno sobre el otro, que lo único que han conseguido es empobrecer al país, poner de luto los hogares humildes. El producto de su guerra se nota en los semáforos, donde los niños huérfanos piden monedas y en las zonas tuguriales las viudas lloran sus muertos y cubren sus miserias, mientras que en el congreso unos guerreros de escritorios libran sus batallas de pacotillas lanzando trinos que alimentan el morbo de los violentos y en los cuarteles se endurece el discurso guerrerista y en las montañas y en La Habana la guerrilla cada día saca un argumento nuevo para postergar la firma de los acuerdos.
El pueblo está fatigado de tanta cháchara demagógica de parte y parte, el pueblo está cansado de ese espectáculo de micrófonos entre gobierno y guerrilla, el pueblo está fastidiado de los azuzadores, el pueblo quiere ver la paz ya, porque la paz es factible, es cercana si hay voluntad, es necesaria y es justa después de tanto muerto. Necesitamos y aclamamos por una paz pronta y definitiva.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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