Opinión
Los laberintos del poeta Luis Mizar
Las dificultades de la vida son una metáfora de la fábula del laberinto, y a veces tenemos la suerte de Teseo y encontramos a una Ariadna que nos entrega el hilo salvador para salir victoriosos.
La vida del poeta tiene muchos laberintos, y el hilo que lo salva del olvido son sus versos. Uno de esos laberintos es la soledad del proceso de la escritura, pero aparecen los seres intangibles que dialogan en los aposentos de la memoria para vencer el desolado espanto.
El poeta Luis Mizar Maestre no tiene prisa. Cuando descubre que la poesía lo persigue, se detiene, se abraza a ella y caminan juntos, inseparables, como hermanos gemelos en el vientre de la madre. Hoy es un experto incitador a la epifanía de la palabra. El poeta es un descubridor de itinerarios. Viaja por el invierno y apresura la tristeza en los zapatos de Vallejo, por el regocijo del venado en la tarde mansa del jaguar y por las lágrimas de la noche en el lienzo de Penélope. Disfruta el desfile de la lluvia en la intimidad de sus colores y bendice al árbol que suelta sus ramas antes de que la muerte deslice la cuerda.
En estos momentos el poeta Mizar, como lo describe en sus “Psalmos Apócrifos”, está en un laberinto donde lo asedian los días apretados de sal y el toro de cornamenta brava. La diabetes le ha deteriorado su salud y tiene que someterse cada dos días al tratamiento de diálisis. Su madre, Carlina Maestre, que era su hada de cabecera, murió hace dos años, y este golpe de ausencia maternal lo afectó sensiblemente. Por la enfermedad no pudo continuar con el contrato temporal de catedrático en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Cesar. Ahora vive la encrucijada de otro laberinto, el de la desidia de las instancias oficiales de cultura que no valoran ni apoyan su obra poética y sus aportes a la difusión de la estética, en defensa de la vida.
Mizar es un poeta reconocido a nivel nacional, sus poemas han sido publicados en varias antologías, ganador del Concurso Internacional de Poesía Carlos Castro Saavedra (1996), conferencista y profesor de talleres de “creación literaria” en varias ciudades del país. Pero el poeta, aquí en Valledupar está sometido a una absurda tramitología de extensos requisitos que le exige la administración de la Casa de la Cultura Municipal para pagarle la módica suma de diez millones de pesos por 500 libros que entregó desde el año pasado y el director ha repartido en diferentes eventos académicos.
Antes, con presentar la cuenta de cobro y entregar los libros, era suficiente para que se efectuara el pago; pero el poeta debe presentar, entre otros requerimientos, un certificado de propiedad intelectual que lo entrega en Bogotá, el Ministerio del Interior. El poeta lo solicitó desde el mes de febrero a través de internet, y tres meses después le responden que el libro no existe (Kafka se debe estar revolcando en su tumba). Nos preguntamos si está vigente La Ley Antitrámite que simplifica los procesos, y la obra del poeta es muy reconocida, ¿Por qué tantos requisitos para cancelar una cuantía menor? Y ahora que la necesita con urgencia, en razón de que permanece recluido en una clínica de Bogotá.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
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El universo kafkiano es uno de los tantos males que viven los escritores y artistas. La mediocridad de los funcionarios públicos y su deseo permanente de se adulados por los que ellos consideran inferiores, les impide entender su miserable vida. Berta Lucía Estrada Autora de la columna Fractales
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