Opinión

El pueblo y la poesía

Diógenes Armando Pino Ávila

04/10/2017 - 03:20

 

 

Nací en un pueblo lleno de historias, crecí y jugué en unas calles arenosas, donde cobijada por la oscuridad de las noches, la leyenda deambulaba asustando el vecindario con sus gritos infrahumanos.

En esa época no nos quejábamos del abandono estatal. No nos causaba ninguna angustia la ausencia de tecnologías, vivíamos en un mundo mágico donde lo que hoy consideramos penuria era apenas algo rutinario y habitual. Disfrutábamos la palabra de los ancianos y gozábamos sus historias y anécdotas como parte del aprendizaje para la vida que debían cursar los niños y los jóvenes.

Nos encantaba oír a los mayores componer y recitar los versos sencillos con que festejaban galante y muy respetuosos el paso de una bella mujer o cuando con unos tragos de ron de caña en la cabeza nos deleitaban cantando la Gran miseria humana, decimas de Gabriel Escorcia Gravini, asombrándonos de que pudieran recordar la cantidad de decimas que contenía ese poema. En el repertorio popular de ese entonces recitaban una serie de poemas de Julio Flores, con una predilección sagrada por Flores negras. No podía faltar en ese reportorio el poema que José Antonio Restrepo escribió a Candelario Obeso aconsejándole que no persistiera en un amor imposible y al que el poeta momposino contestó blasfemo que se suicidaba y que iba al cielo y se la quitaba a Dios.

Hablaban de Julio Flórez con mucha admiración por su verbo florido y se deleitaban contando que el bardo era un genio borracho y osado que hablaba en versos y que con sarcasmo respondía insultos, recuerdo una anécdota que solían contar, donde el vates tirado en la cubierta de un barco a vapor, de los que navegaban por el Magdalena, reposaba una de sus borracheras y una señora extranjera que viajaba en el barco se acercó a verlo y con desprecio dijo: ¿Eso es Julio Flórez? El poeta en medio de los efluvios del alcohol respondió: Para que se dé cuenta que en Colombia la inteligencia anda hasta por los suelos. Nunca se averiguaba la veracidad de las anécdotas y por el hecho de ser contadas por los mayores de la comunidad sencillamente las dábamos por ciertas.

Nuestros ancianos eran asiduos oyentes de un programa que emitía por las tardes Radio Libertad en que los decimeros cantaban sus creaciones y a veces se enfrentaban con sus décimas en una piquería llena de humor y picardía, por la sonoridad del nombre aún recuerdo uno de esos repentistas de nombre Serapio Lechuga, me encantaba la construcción de sus versos y la forma ingeniosa como enfrentaba la piquería.

En las escuelas exigían a los alumnos el aprendizaje de poemas los cuales eran recitados en la plaza en el festejo y conmemoración de fechas especiales como el día de las madres y las fiestas patrias, siempre frente al alumnado de todos los colegios, los padres de familia y la comunidad en general. Ahí el alumno se lucía en público recibiendo los aplausos para orgullo de sus padres, de los profesores y de sus compañeros de colegio. Era regla general que los colegios realizaran en cada grado la hora literaria en las clases de castellano y que una vez al mes se hiciera un acto cultural para todo el colegio. En esas jornadas eran muy mencionados los poetas Guillermo Valencia, Juan de Dios Pesa y otros, recuerdo poemas como Ingratitud, Reír llorando, Verdad amarga, A solas y otros poemas que se repetían año tras año y que siempre eran disfrutados y aplaudidos.

En el bachillerato, nos encontrábamos con un bachiller que fungía de profesor de castellano y que hacía ingentes esfuerzos por enseñarnos el concepto de metáfora y otras figuras literarias que se contraponían al Indio Duarte que declamaba poemas gauchos que se volvieron muy populares. Con esfuerzo ese profesor trataba de enseñarnos que existían otros poetas y otra forma más elaborada de la poesía pero el querer general aprendido del pueblo reñía con esa arquitectura nueva del poema.

Por sí solos, descubríamos después a Mutís, Jota Mario, Gonzalo, Baudelaire, Victor Hugo, Rimbaud, Girondo, Pizarnik, Neruda entre otros. En esa exploración descubrimos la poesía de De Greiff y su fino humor y ahondamos en los versos de ese costeño inmortal y mamador de gallo impenitente El Tuerto López con sus poemas llenos de sarcasmo y caustico humor. La poesía existía en los pueblos y convivía con los cantos populares de tambora y vallenato.

Ahora parece que ha muerto, no se lee, no se escucha, los jóvenes corren embrujados detrás de letras insulsas de canciones y creen a pie juntilla que toda canción es un poema. Los poetas y  las personas que nos gusta el poema tenemos la culpa, se abusa de la metáfora, se utiliza un lenguaje plano que muchas veces por rebuscado no dice nada, hemos apartado la poesía del pueblo, hemos excluido a la juventud de la poesía. Hay la urgente necesidad de volver a los colegios y escuelas, hay que insistir en las tertulias y talleres, no dejemos morir la poesía.

 

Diógenes Armando Pino Ávila 

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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