Opinión

¡Canta conmigo!

Alberto Muñoz Peñaloza

22/09/2015 - 06:20

 

Casa de la Cultura de Valledupar / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co Sin precisar el año, me asiste el recuerdo de la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López, recién inaugurada y, en una noche sin estrellas, el marco resplandeciente de la lámpara mechera que iluminaba la fritanga de Marcelina, con cóctel a bordo, luego de abrirse la muestra de pintura en la Sala de Exposiciones Alfonso Araujo Cotes, el gran Gustavo Gutiérrez Cabello y el siempre recordado, Fredy Molina, la recorrían, de punta a punta, de cuadro a cuadro, de obra a obra, con el misterio de quien descubre lo escondido.

Aquella noche, escuché por primera vez una alusión directa a la búsqueda de la paz. Armandito Muegues, encorbatado de principio a fin, aconsejaba a dos que discutían –con ardor contagiante- de política y otras preocupaciones locales. Vivan en paz, dijo él, acuérdense que a quienes no viven en paz los persigue Chorrobalín. Se fue, regresó y se marchó de nuevo.

La paz, definida en sentido positivo  es un estado a nivel social o personal, en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una unidad; definida en sentido negativo, es la ausencia de inquietud, violencia o guerra. Es una actitud, para muchos, que constituye un regalo personal y se da a los demás como contributo para el entendimiento colectivo. El equilibrio social pende de la suma de aportes personales que hacemos, desde nuestro interior y se nutre además, de la capacidad para aceptar a todos como son, de perdonar y ser mejores cada día en lo que somos, hacemos, decimos y tenemos. También en lo que escuchamos, toda vez que uno de los obstáculos mayores para la anhelada paz, reside en la poca disposición para escuchar lo que los otros expresan. Imponer la propia verdad se ha convertido en meta indispensable, pese a los efectos devastadores que casi siempre avienen, cuando se ignora el criterio que parte de los demás. La paz social involucra a otros, no alcanza la personal para garantizar el entendimiento plural y es por ello que, desde el ejercicio religioso, se insiste en la práctica al gesto pacífico, a la manifestación oral y al desprendimiento a través de actos que la posibiliten. No obstante, se predica pero no se practica, se anuncia pero se cumple poco.

La incontinencia verbal, cuando se trata de atacar a alguien, no siempre con razones justas, es la prueba fehaciente del despropósito que alinea, a quien lo hace, de lado de lo que se opone a la paz que se pregona. Dijo Gandhi que “Una persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo entero”. Así nos mostramos a veces, como enfrentados al resto, todo por la turbulencia interior que desata una guerra interna cuya descarga se traduce en la patadera descomunal al perro que inofensivo ladra, como despotricar sin consideraciones de quien no satisface nuestras apetencias  y a elogiar, sin límites, a quien no lo merece sólo como pago adulador por satisfacer lo que nos place. Ese tipo de violencia, pasiva en concepto de algunos, equivale a disparar directo, desde el arma letal de la injusticia personal, al corazón de la emocionalidad ajena sin reparar las consecuencias sobrevinientes.

El bailarín y coreógrafo Víctor Ullate, indica que “Cuando todo el mundo es capaz de ponerse en la piel de los demás sin ningún tipo de remordimiento”. Eso es la paz. Se trata de un ejercicio diario que se convierte en raro hasta cuando es posible convertirlo en hábito. Es esa la vía expedita para optimizar el intercambio relacional sin dar paso a la violencia. Por su parte Guillermo Fesser, periodista y escritor, lo puntualiza: Aquí paz y después gloria. Paz es cuando, al escuchar las tonterías que dice tu vecino, en lugar de entrarte ganas de pegarle un puñetazo, te apetece invitarle a tomar unas cañas para discutir el asunto. Y gloria es cuando, sorprendentemente, el vecino se viene arriba y paga él la ronda”.

Encualquier momento, el prodigioso Pablo Neruda, concibió y escribió su Oda a la Paz:

(…) Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga

conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero,
el fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.

Yo no vengo a resolver nada.

Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo.

Durante años, quien escribe, habla o comenta sobre la guerra, tiende a ser elogiado, exaltado y hasta se lo heroiza. A quien promueve, busca o habla de la paz, se le sataniza sin contemplaciones. Se le descalifica, se le trata con desdén y eso hace más espinoso el camino. Pese a ello, soñadores de paz la sueñan, la buscan y son tan perseverantes que en ocasiones la encuentran. El presidente Juan Manuel Santos insiste en su búsqueda. Que nos llegue a Colombia para vivir un buen presente y forjar un futuro mejor. Sigue adelante la Escuela Vallenata de Paz, con estoicismo y avivamiento, pese a todo lo que se opone a ella y marcha contundente, con la fuerza que depara la tozudez de los hechos.

Este sábado, 19 de septiembre, el nieto de Gandhi, Arun, disertó con énfasis en la no violencia: La violencia no es sólo la violencia física que nos mantiene preocupados, es también la violencia pasiva: la violencia no física que cometemos todos los días. La explotación de las personas, la discriminación contra las personas, el desperdicio de recursos, la creación de las disparidades en la sociedad, algunas personas son ricas, algunas personas son muy pobres, todas esas cosas son formas de violencia. Es ese tipo de violencia pasiva, no física, que genera la ira en la víctima, y luego se traduce a la violencia física para conseguir justicia. Una sociedad no violenta y un individuo no violento sería uno que vive en armonía con toda la creación; uno que tiene mucho amor y respeto para todo el mundo, que considera que todos son iguales, aprende a compartir cosas con otras personas, y a no ser egoísta ni egocéntrico.A sus81 años se mueve porelmundo para compartir las enseñanzas de su abuelo, quien -pese a su gesta por la paz- fue asesinado.  

Nuestros creadores culturales se esfuerzan, día a día, por esa paz esquiva que anuncia un mejor amanecer. Pintan, dibujan, esculpen, danzan, escriben, sazonan y cantan, desde el alma, ese querer colectivo que simboliza la apremiante necesidad de escucharnos, leernos, respetarnos, valorarnos, servirnos y abrazarnos, fundirnos en el gran abrazo cultural que destaque la grandeza humana que nos identifica como seres especiales, desde la nada.

Hernando Marín, ese gigante del verso y la composición vallenata, tejedor de ilusiones cantadas, hacedor de cantos y silencios, creador de paraísos interiores y océanos insondables en nuestra espiritualidad, contador de historias, relatos y cuentos, soñador contumaz. Marín, partió a la eternidad, pero nos legó su invitación, que ahora reitero:

(…) y oír en la voz del pueblo 
un canto en mi tierra 
yo quiero cambiar 
la guerra por paz y amor 
quiero encender con una luz 
el sentimiento y el corazón 
del pueblo de Valledupar 
quiero enlazar la melodía 
de cuatro versos 
para que ustedes 
me acompañen a cantar 
coro 
canta conmigo mi pueblo 
y el viejo Valledupar (bis) 
canta que tu canto es como 
la luz del cielo 
canta porque tu naciste 
para cantar 

 

Alberto Muñpoz Peñaloza

@Albertomunozpen

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

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