Opinión
Si el servicio militar es obligatorio, ¿por qué la educación no lo es?
Parece una contradicción sin justificación que en nuestro país, para el gobierno sea más importante reclutar a los jóvenes en las calles, y en cuanto pueblo cojan desprevenidos a los campesinos, y los monten en un camión, dejando a las madres con el corazón en la mano, a sabiendas de la suerte que correrán sus hijos.
El castigo por no tener un cartón de bachiller que medio los salve de la maraña de la selva es el siguiente: después de tres meses los llevarán a patrullar los montes que bien conocen los grupos insurgentes, y que ellos apenas descubren con miedo en la miel de ser emboscados en medio de una callejón sin salida, como bien lo saben hacer las guerrillas colombinas, que son expertas en ataque y retirada a mansalva, sin dejar de lado las minas quiebra patas.
Qué bueno sería contar la otra historia:
Que en las calles y en los pueblos hicieran batidas para recoger a todos los muchachos que no han podido estudiar y llevarlos a una institución y educarlos para que de verdad sean los hombres del mañana, y que en la casa, queden las mamás con el corazón henchido de orgullo porque sus hijos de verdad le van a servir a la patria y no la patria servirse de ellos, que pasados tres o cinco años regresen llenos de sabiduría y con las herramientas necesarias para empezar a transformar sus comunidades olvidadas por el estado.
Esta sería otra Colombia.
No la que ve a sus soldados desmembrados en plena juventud y lisiados por el resto de vida que les queda y ser objeto de manipulación mediática del gobierno para justificar su política de la guerra para llegar a la paz, para después mostrarlos como héroes, como si fueran mercancía de la que hay que mostrar para poder vender y generar lástima y dolor cargado de un odio silencioso por él.
Sería otra Colombia, si se invirtieran los mismos billones de pesos destinados a la guerra, en educación; en colegios dignos. Profesores del más alto nivel educativo dedicados única y exclusivamente a educar desde los primeros años del infante.
Sería otra Colombia, si la educación fuera realmente una asunto de estado, asi como lo es justificar que vaya a la guerra un adolescente e ingrese a las filas y con un discurso insuflado de nacionalismo crea su comandante y jefe que ya está preparado psicológicamente para ver los horrores de un enfrentamiento y ver caer en combate a sus compañeros.
Sería otra Colombia si la ciencia y la tecnología se impartieran en las aulas de clase, que las becas no fueran para los hijos de los politiqueros y sus secuaces; que las universidades fueran en realidad templos a la sabiduría y el conocimiento y no lugares burocráticos de paso del gobierno de turno.
Si el servicio militar es obligatorio, ¿por qué la educación no lo es?
Qué bueno sería hacerle esta pregunta a los señores ministros de justicia y educación, para escuchar sus discursos huecos y evasivos que no responden a la pregunta y que no llega a ninguna conclusión sabia y menos una razón justificada de las dos posiciones.
El ministro de justicia tendrá como justificación, que es deber de todo colombiano defender la soberanía y salvaguardar la patria a como dé lugar.
La ministra de educación sacará sus falsas y acomodadas estadísticas de un país que no conoce y dirá que estamos en el mejor momento de la educación como nunca antes en la historia colombiana.
Y es que si analizamos esta situación, vemos que, entre menos educación reciban los pueblos alejados de las grandes urbes, es más fácil encontrar a los muchachos desprevenidos tomando en las discotecas y en las calles, pues es razonable pensar que un adolescente que no estudie, así quiera hacerlo, pero no tiene los recursos, deba necesariamente que trabajar en lo primero que le resulte en su pueblo para poder sobrevivir o decida viajar a las grandes ciudades a engrosar los cordones de miseria y violencia.
No es extraño ver en las filas del ejército un grueso número de campesinos, que no es difícil descubrir en sus rostros una acentuada desnutrición y rostros curtidos por el sol, que en muchos casos desde temprana edad estos jóvenes trabajan para mantener a sus hermanos y que al estar reclutados dejan sus familias a la deriva. Y esa tragedia no es de ahora, pasa con mucha frecuencia, pero eso parece no importar a la hora de llenar un batallón con los nuevos contingentes que saldrán a los montes a combatir a un enemigo que no conocen y en una guerra en la que son ajenos, pero se convertirán en los protagonistas de la novela pasados los meses y los años.
En este país del realismo mágico se puede pensar que un día no muy lejano, a todo aquel joven que cojan en la calle sin hacer nada, lo lleven a un aula y le enseñen su cultura, lo formen en valores, en arte, en música, en letras, en danza, lo animen a soñar en un mejor país, y no deambular por ahí sin ilusiones sin nada que mostrar y aportarle a la sociedad.
Esto es lo que podríamos hacer:
Cambiar los más de cuatrocientos cincuenta mil uniformados por docentes y dejar solo los doscientos cincuenta mil docentes para que porten el uniforme y las armas amparadas por la constitución.
Cuando se logre hacer ese cambio de paradigma, el servicio militar ya no será obligatorio y la educación será gratuita para todos sin distingo de raza, religión, región y color político. Esto se puede hacer, solo hace falta que la guerra no sea otra forma de gobierno y la paz un espejo donde haya que borrar el negro para que se vea lo blanco.
Eber Patiño Ruiz
Sobre el autor

Eber Patiño Ruiz
Hablemos de…
Eber Alonso Patiño Ruiz es comunicador social, periodista de la Universidad Católica del Norte Sede Medellin, Antioquia. Su gran pasión es la radio y la escritura. Tiene dos novelas terminadas y una en camino, un libro de cuentos y otro de historias fantásticas; tres libros de poesía: Huellas, Tiempos y Expresión del alma.
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