Opinión
En estos pueblos de Dios
En estos pueblos de Dios, regados en la geografía de este Caribe fiestero, poblado de gentes alegres de comportamiento desenfadado; en estos pueblos del Caribe colombiano la vida transcurre lentamente, las distancias son más cortas y el trato entre las personas es más directo, no nos gustan los protocolos, nos tuteamos en el trato con conocido y con el que acabamos de conocer, somos francos y abiertos.
El hombre de la costa Caribe de Colombia es en esencia un hombre creador y aunque parezca ser un conformista, no lo es, lo que pasa es que a diferencia del resto de colombianos, el costeño muestra su inconformismo de una manera diferente, por ejemplo, si no le gusta tu nombre, te lo cambia, te rebautiza con un apodo y listo, con desfachatez de ahí en adelante te llama por el remoquete que te puso, andando el tiempo todo tus conocidos te llamarán así y al final te acostumbras que te llamen por el sobrenombre.
Hace treinta o más años, llegó una empresa a Tamalameque con el propósito de construir la carretera Tamalameque-El Banco-Pinto, con ellos trajeron gran cantidad de trabajadores del interior del país, ellos se asombraban de la forma como se llamaban entre sí los tamalamequeros, pues era normal escuchar llamados a «Manteca de burra», «Martín kolino», «Bigotegato», «Juan Platino», Pica-pica», «Mafufo», «Casifeo», «Culeperro», en fin los tamalamequeros se llamaban entre sí por los apodos, incluso a algunos le llamaban por su propio nombre y le apedillaban con el nombre de la mamá: «Fermín Dionisia», «Chiqui Felicidad», «Sandra Bony», «Sandra Ligia», «Sandra Eva».
Andando el tiempo, ya entrados en confianza con los interioranos comenzaron a llamarlos por apodos y era común llamar a «Ligerito», «Me voy cagando», «El eléctrico», «Timbo grande», «Cara’enalga», «Siete polvos», «Pichaloca». Uno de los cachacos, como llamaban a los interioranos en general, era malgeniado y pendenciero, permanentemente estaba amenazando a los costeños, un día en un descanso en el trabajo se le ocurrió decir que el que le pusiera un apodo a él, era hombre muerto, pues nada le importaba darle tres o cuatro puñaladas y largarse para su tierra, un tamalamequero apodado «Fermín Dionisia» lo escuchó y en forma socarrona le dijo: ¡Serás el único! De ahí en adelante todo los trabajadores le llamaron así, «El único» y el cachaco se moría de risa, pues le causó gracia la forma tan sencilla y original como le bautizó Fermín.
El costeño nunca está conforme con el nombre de las cosas, por eso las llama por otro nombre, veamos a las burras las llama polencas o menecas; a las piedras las llama merolas o peñones, a la mamá la llaman La vieja, a Barranquilla la llaman Quilla o La arenosa, a Tamalameque sencillamente los llamamos Meque, a Chiriguana le dicen Chirigua, a la cárcel de máxima seguridad de Valledupar se le llama La Tramacúa, en fin a todo le queremos llamar por otro nombre, nunca estamos conforme con los convencionalismos existente, queremos innovar, crear, dejar volar la imaginación, siempre en la mamadera de gallo que es la vida de la costa.
El costeño enfrenta la vida con alegría, como si fuera una fiesta y su obligación es gozársela, por eso somos fiesteros, alegres, dicharacheros, informales, francos y directos, es una equivocación decir que el costeño es flojo, no, no lo es, el costeño trabaja a un ritmo diferente, pues las inclemencias de un clima soleado con altas temperaturas le obliga a hacer pausas para renovar sus bríos, pero en ese ínterin socializa, contando cuentos, charlando, mamando gallo con los compañeros de labores, pero de que trabaja, trabaja, ya quisiera ver a cualquier interiorano trabajando bajo nuestro brillante sol a temperaturas cercanas a los cuarenta grados.
El costeño no desaprovecha ninguna oportunidad para hacer relajo, para mamarle gallo a la vida, es tal su alegría que por eso ha poblado de fiestas su calendario, Festival vallenato, festival de cumbia, festival del porro, festival del burro, festival de tamboras, festival del mango y hasta festival de panochas en Rinconhondo. ¿Quién dijo que somos flojos? Flojos no, en estos pueblos de Dios somos fiesteros y dejen de joder.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
El autor hizo un perfecto retrato del individuo de la Costa Caribe de Colombia Me gusto su narrative y el buen uso de las palabras regionals, Felicitaciones.
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