Opinión

En lo que has quedado

Diógenes Armando Pino Ávila

15/04/2016 - 06:05

 

Todas las tardes y prima noche, acostumbro pasear a mi nieto, bien a pie o en una moto pequeña, me encanta que la brisa golpee mi cara, disfruto esa sensación de libertad, pero disfruto, gozo más la presencia de mi nieto, sus preguntas infantiles, el deslumbramiento que muestra cuando le cuento la historia de algunas calles que cruzamos, algunas leyendas ancestrales de mi pueblo.

Paseando con él, recuerdo las noches sin fluido eléctrico, donde la oscuridad me detenía en casa y aprovechaba para estar con mis hijos y contar cuentos, para jugar a las adivinanzas y trabalenguas, para mostrarles en el firmamento la Cruz del sur y mostrarles mi estrella, la más brillante de esta constelación y regalárselas, diciendo que esa era la estrella de la familia. Otras noches, siempre sin luz, jugábamos a componer versos, donde siempre ganaba mi hija, con las consiguientes rabietas de mis otros hijos, porque ella siempre ganaba.

No obstante, esas noches de juegos con mis hijos, aparte de uno que otro fin de semana, debo confesarles, en ese tiempo vivía enredado en otras cosas, la lectura, la bohemia, la parranda, las mujeres, los paseos, el trabajo. Tal vez por la edad, por irresponsabilidad, no les dediqué el tiempo suficiente a mis hijos en esa etapa de primera infancia. Me preguntarás si los quería, contestaría que sí, a mi manera. Me preguntarás si les atendía, contestaría que sí, a mi manera, de prisa. Si me preguntas si les brindaba tiempo para estar con ellos, te contestaría que sí, de acuerdo a los intereses que tenía en ese entonces.

Creo que todos los de mi época hacíamos lo mismo: Hijos a temprana edad, queriéndolos, pero sin dejar de lado a los amigos, la parranda, las diversiones, las mujeres. Podemos concluir que sí, le dábamos cariño, afecto, atención y cuidado, pero no de calidad. En la sociedad machista dónde nos criamos, creíamos que el cuidado y la atención de los niños correspondía a las mujeres y por tanto nos sentíamos liberados de esa responsabilidad de padre. Juventud y cultura machista, puedo decir ahora, nos marcaron ese derrotero irresponsable.

Hoy, cuando los años han dejado caer la nieve blanca de las canas en mi cabeza, cuando el tiempo se ha encargado de mostrarme la vida y desencantarme de tantas cosas, cuando los recuerdos de los días pasados han logrado crear costras en las heridas que la vida me ocasionado, encuentro que lo vivido no es para arrepentirse, pues lo vivido, ya es cosa del pasado. Hoy con la edad y aplacados los ímpetus de juventud, trato de recuperar el tiempo perdido. Trato de hacer con mis nietos lo que no alcancé a hacer con mis hijos, por eso no pierdo la oportunidad de estar al lado de ellos, de gozarme sus travesuras y de sonreír de sus pequeñas diabluras, sin que ellos me vean. De ser su cómplice en algunas de sus aventuras infantiles, de alcahuetearles uno que otro berrinche. De ser su amigo, su parce, su llave, su amigo y confidente.

Por eso, cuando los conocidos me ven con ellos, y algunos entrando en confianza me dicen «En lo que termina uno», como si atender a los nietos, pasear con ellos, cuidarlos, gozárselos fuera algo inherente a los achaques asociados a la edad. Siento una pena grandísima por ellos, por los que se expresan de esta manera, por los que creen que atender a los nietos es un estado de decadencia del hombre. Siento infinita tristeza por ellos, pues veo que a pesar de tener mi edad o ser mayores que yo, no han alcanzado la madurez suficiente para comprender que el tiempo que no se gozó con los hijos, Dios nos da una segunda oportunidad para gozarlo con los nietos.

Creo que este goce no debe perderlo nadie, si tienen la oportunidad, primero de tener sus hijos a temprana edad, deben gozarlo con ellos, pero si no lo hicieron aprovechen esta última oportunidad para gozarla con los nietos. Pienso que fue un sabio quien resumió lo que se siente al lado de los nietos, cuando dijo:

"Si yo hubiera sabido que los nietos eran tan divertidos, los habría tenido primero".

 

Diógenes Armando Pino Ávila 

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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