Opinión

La parábola del esmoquin

Eddie José Daniels García

20/04/2016 - 06:20

 

Vargas Llosa e Isabel Preysler / Foto: La Vanguardia

Una de las prendas masculinas que siempre me ha llamado la atención  desde que comencé a presenciar espectáculos televisivos, reinados de belleza y  grandes conciertos musicales, hace ya  varias décadas, es el esmoquin.

Aunque la palabra es un anglicismo, “smoquin”,  prefiero la forma castellanizada porque me parece más sonora y más  llamativa en la pronunciación. Y paralelo al esmoquin, he admirado también el frac, prenda muy utilizada por la realeza europea, y, por supuesto, el sacoleva, que es el vestido con que antiguamente  se posesionaban en Colombia los presidentes de la república. Una costumbre que se mantuvo inalterable hasta Julio Cesar Turbay Ayala y fue interrumpida alegremente por Belisario Betancur en 1982, quien prefirió asumir la jefatura del Estado vistiendo el tradicional Everfit bogotano.  

Desfilan por mi mente, las históricas presentaciones que hicieron en Cartagena, amenizando el concurso nacional de belleza  en distintas épocas, Julio Iglesias, José Luis Rodríguez “El Puma”, Camilo Sexto, José Luis Perales, Raphael, Roberto Carlos y otros cantantes de reconocido prestigio internacional, siempre vistiendo el llamativo esmoquin, que ha sido la prenda masculina más elegante,  más atractiva y considerada la joya del diseño masculino, desde su aparición a comienzos del siglo XIX.

También recuerdo a Fernando González Pacheco, el insuperable animador bogotano, de origen español, vistiendo su impecable esmoquin durante el desarrollo de los  programas “Compre la orquesta”, “El precio es correcto”, “Caiga en la nota”  y últimamente  “El programa del millón”, espacios que deleitaron por mucho tiempo a los televidentes colombianos.

A pesar de que siempre he sido un  fanático del vestido entero, de la corbata, del chaleco cachemir,  de la bufanda  y de otras prendas de vestir muy utilizadas en la región andina, y he admirado al esmoquin por la elegancia que refleja,  nunca  me he decidido, tal vez por físico descuido, a comprar uno. Y no lo he hecho, a sabiendas de que un esmoquin me sería de mucha utilidad, pues lo luciría en los matrimonios, en las ocasiones especiales adonde soy invitado, y, también, cada vez que me toca oficiar como maestro de ceremonia en los grados del Simón Araújo o me asiste el compromiso de realizar la presentación de alguna obra literaria. Porque como dice Pilar Castaño en su libro “Un hombre en el espejo”, publicado hace algunos años, un pantalón y unos zapatos negros, una camisa blanca mangas largas, unas gafas oscuras y un esmoquin, son prendas de vestir que no deben faltar,  por ninguna causa,  en un  guardarropa masculino.  

Sin embargo, en dos ocasiones, pasaron ya varios lustros, por simples casualidades, estuve ad portas de tener un esmoquin enalteciendo mi ropero personal. La primera sucedió a finales de 1988. Un amigo entrañable, docente como yo en el Simón Araújo, conocedor del afecto que siempre he sentido por esta prenda, se presentó a mi casa una mañana temprano, y mi sorpresa fue grande al verlo con un esmoquin en la mano. Sin saludarme, en el acto me expresó: “Toma, Daniels, te quiero hacer este regalo porque sé que lo vas a apreciar”.  Por esos días, el papá había muerto en la villa del Tuerto López, y entre las prendas que se repartieron, él y un hermano, a mi amigo le tocó el esmoquin. “También  traje varias corbatas, pero no te regalo unas, porque yo sé que tú tienes bastante”, me dijo. Como era de esperarse, mi agradecimiento fue sincero.

Por supuesto, quedé muy complacido con el obsequio. Según mi amigo, a él le quedaba apretado y su padre era tan delgado como yo, así que al medírmelo me quedó perfecto, igual como si me lo hubieran hecho a la medida. A la semana siguiente, 3 de diciembre, se realizaron los grados del Simón Araújo, y sin pensarlo dos veces, me presenté a la sesión solemne luciendo mi esmoquin. Complementé la vestimenta portando un bastón de madera tallado a mano, de una colección que he venido haciendo hace varios años. Mi elegancia de ese día se llevó todas las miradas. Era lógico, sobre todo, en una ceremonia donde muchos profesores, rompen la etiqueta, y  acostumbran a presentarse mal vestidos, con suéteres o luciendo camisas de mantel. Como recuerdo, una foto de esa fecha, vistiendo de esmoquin,  enriquece  uno de mis álbumes personales.

Lamentablemente, la felicidad de tener esta añorada prenda terminó muy pronto. A los pocos días, estando en mi casa, departiendo con mi amigo unos buenos tragos, escuchando vallenatos de Jorge Oñate, Poncho Zuleta y, algunos asomos de salsa, repentinamente, el obsequiante me dijo: “Daniels, tú sabes que yo te regalé el esmoquin”. Le respondí, “Claro que lo sé y  te lo agradezco”. Se quedó unos segundos silencioso y enseguida expresó: “Ahora quiero que tú me hagas un regalo y no me digas que no”. “Y qué quieres, le pregunte”. Levantó la mano y señaló con el índice: “Quiero que me des esta mesita”. Se refería a uno de mis carrobares preferido, y que a él siempre le había llamado la atención. Me negué al pedido, y quise convencerlo de que me pidiera otra cosa. Ante la negativa, me dijo: “Entonces, si no me quieres regalar la mesita, devuélveme mi esmoquin”. Se lo traje enseguida, y con él en la mano, se marchó  inmediatamente.   

La segunda oportunidad que tuve de vestir un esmoquin sucedió a finales de enero de 1992. Un amigo sincelejano, dueño de un almacén tradicional y prestigioso en esta ciudad,  se presentó a mi residencia, y al no encontrarme, me citó de urgencia a su almacén, y le comentó a mi esposa, disque para hacerme un regalo. Le cumplí de inmediato y ante el ofrecimiento que me hizo, que escogiera lo que más me gustara, sin fijarme en precios, me acerqué al área de vestidos enteros y seleccioné un esmoquin. Apenas me lo vio en las manos me dijo: “Eddie, no te preocupes, es tuyo; pero, ven acá, ahora quiero que me hagas un favor”. De qué se trata, le respondí. Enseguida me dijo: “En el Simón Araújo hay una niña que hacía noveno grado y lo perdió con tu materia, necesito que la ayudes, porque ella colaboró mucho con las fiestas del 20 de enero”.

Y desde luego que me negué rotundamente. No tanto porque no quisiera ayudarlo, sino porque ya éste era un caso juzgado y conocido por toda la comunidad educativa del Simón Araujo. La alumna de la referencia había casi que abandonado los estudios por dedicarse a proclamar su reinado como candidata a las fiestas del 20 de enero, donde, por cierto, había quedado de virreina. En el colegio, desde diciembre se habían  rendido los informes, se habían  hecho todas las habilitaciones, y ya no existían posibilidades de ayudarla. El amigo comprendió mis argumentos, me dijo que él tenía otra información al respecto y  me pidió que olvidara el caso. El esmoquin, tristemente, regresó a su lugar. La muchacha repitió el curso, nunca más me dirigió la palabra y se graduó de bachiller dos años más tarde. Cursó estudios universitarios, creo que en Bogotá, se recibió en derecho y hoy es una prestigiosa abogada en Sincelejo.

Como vemos, ha pasado ya más de un cuarto de siglo que me sucedieron estos episodios infaustos, y aún hoy, habiendo incrementado el amor que le tengo a esta prenda, todavía no me he decidido a comprarla. No obstante, me emociono y pienso en hacerlo cada vez que veo a los artistas del mundo, a los escritores famosos  y a los personajes de las altas esferas sociales vistiendo de esmoquin, con corbatín mariposa y cuello de pajarita. Pero, lógicamente, que una condición especial para lucir su elegancia, son la estatura y la talla de la persona. Hace apenas unas semanas me animó mucho ver al nobel peruano Mario Vargas Llosa, vistiendo de esmoquin, con su nueva conquista, en la portada de una revista de farándula. Me motivé tanto, que por fin, tomé la determinación de acercarme a un almacén y poner punto final a la graciosa parábola del esmoquin, dilema que me viene dando vueltas en la cabeza hace muchísimos años.  

 

Eddie José Daniels García

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

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