Opinión
Los Zuleta, el Old Parr y yo
I
Me parece que la idolatría es un pretexto cínico para no razonar, un acto de estupidez suprema a través del cual se cede a otro la mente y hasta el cuerpo. Por eso prefiero admirar, me resulta menos insensato y ridículo. Más allá de cualquier dificultad personal que haya afrontado en su vida (me sucede igual con Allan Poe, Van Gogh, Hector Lavoe), admiro mucho a Poncho Zuleta, sí, considero que es el más grande cantante vallenato de todos los tiempos, sin restarle valor a los otros.
Poncho Zuleta tiene una voz portentosa, palpitante, vaquera, que enardece la carne y, al mismo tiempo, hace temblar el alma. Es un verdadero juglar, además de cantar, compone canciones, hace versos, toca la guacharaca y la caja, refiere cuentos con palabras y dichos que exagera o incluso inventa. Es un enamorador, parrandero y bebedor de Old Parr “por antonomasia” (esta expresión es más de él que mía). Diomedes Díaz y Jorge Oñate, quienes protagonizaron una de las riñas folclóricas más renombrada de la historia del vallenato, coincidían en expresar que él era el cantante a quien más admiraban. De alguna manera esto demuestra que Poncho también es un buen colega, cualidad que es difícil de encontrar en el arte.
II
El vallenato que más me conmueve es Tarde de verano de Emiliano Zuleta, el hermano entrañable de Poncho. Esa es una canción nostálgica que habla de un mar de aguas azules, del momento en que se oculta el sol, de un acordeonero que quisiera ser pintor para pintar la hermosura de Cartagena. Por supuesto, Emiliano pinta con sus canciones y sus melodías historias de amores, hermandad, música, compadres, violencia.
Emiliano tiene una voz ronca que le otorga un sentimiento parrandero a sus canciones. Es un artista puro, poco amante de las multitudes, un acordeonero que destila cadencia, poesía. Sus contiendas con Poncho han sido populares, aunque quizás no han sido contiendas, sino más bien una especie de piquería concertada donde él ataca con canciones y Poncho responde con anécdotas jocosas.
III
Thomas Parr fue un inglés supersentenario que (afirman) vivió más de 150 años. Convertido en una celebridad nacional por su edad y habiendo presenciado unos diez reinados británicos, murió en 1635. Así, tanto la gente del común como la realeza, lo llamaron de manera cariñosa el viejo Parr (Old Parr). A mediados del siglo XIX, los hermanos Greenlees, que eran escoceses, seleccionaron su historia para ponerle un nombre al whisky que hoy es una de las marcas más vendidas en Colombia, Venezuela y Japón.
El Grand Old Parr, en muchas ocasiones, me ha conducido a la alborada, a improvisar versos, a sensibilizar a los amores esquivos. Es miembro esencial de la parranda, es leyenda que se toma, que encumbra. Cuando me tropiezo con el Old Parr, la voz de Poncho y las melodías de Emiliano, una fuerza alucinante me hace pensar que el odio es cariño, que la alegría es nostalgia, que lo mortal es inmortal. Por ejemplo, en este momento, mientras escribo y escucho Mañanita de invierno, no puedo dejar de creer que soy un viejo de barba gris que tiene una voz bestial y que toca el acordeón con finura. Así que, quizás en un arranque vampiresco de la suerte, me dispongo a darle un sorbo más al vaso con sangre dorada que tengo al lado del computador.
Carlos Cesar Silva
Sobre el autor
Carlos Cesar Silva
La curva
Carlos César Silva. Valledupar (Cesar) 22 de noviembre de 1986. Abogado de la Universidad Popular del Cesar, especialista y magister en Derecho Público de la Universidad del Norte. En el 2013 publicó en la web el libro de artículos Cine sin crispetas. Cuentos suyos han sido publicados en las revistas Puesto de Combate y Panorama Cultural. Miembro fundador del grupo artístico Jauría. Cocreador del bar cultural Tlön.
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