Opinión

Nuestra triste obsesión por las etiquetas

Juan Marcelo Rodríguez

11/05/2016 - 06:40

 

Poniéndome a pensar, el problema que tiene Colombia es que no sabemos vivir sin categorizar.

Me encontraba leyendo la poca agradable noticia del atentado en Cartagena a la excandidata de la Gobernación del Cesar, Imelda Daza, y no pude dejar de pensar que su historia está directamente relacionada con el genocidio a miembros de la UP. Investigando a profundidad lo que pasó con este partido surgido en los años 80´s, hallé un sancocho de ideas contradictorias que, según los paramilitares y el Gobierno, habría sido el corolario de esta masacre.

Unos decían que la UP era una estrategia de las FARC para dominar políticamente el país, otros argüían que la mayoría de los miembros eran militantes de las fuerzas revolucionarias y no pretendían dejar de lado el ideal que se había cultivado aquel 14 de junio de 1964 en Marquetalia.

Considerando la lectura, me pude dar cuenta que la mayoría tenemos ese preconcepto, concebido en nuestra memoria colectiva, de creer que todo debe estar catalogado. Nuestra vida, nuestras acciones, nuestros ideales, nuestras emociones, ¡todo!, absolutamente todo debe ir encasillado en algún recodo.

Nos esforzamos de forma vehemente por buscar una definición que se adecue a lo que pensamos sobre algo. Y en ese mismo sentido, es válido afirmar que funcionamos con la ley de los prejuicios. Entonces, porque me agrada leer literatura de tendencia izquierdista, soy guerrillero. Y si me gusta tener el cabello largo y barba abundante, soy marihuanero. Tal vez un día se me da por querer aprender ballet. Si ese fuese el caso, todos mis conocidos arremeterían contra mí diciendo que soy un varón y eso es cosa  de “mariquitas”. O porque mis padres son de familias pudientes y son profesionales, ya se deben considerar buenas personas o, como le gusta decir a la élite chibcha aborigen con delirios europeos, “gente de bien”.

Son meros prejuicios subyacentes. No solemos decirlos en nuestro día a día, porque iría en contra de la lógica formal que tiene una conversación. Pero los sacamos a flote en esos conflictos menores que son poco frecuentes, empero, importantes para medir nuestro grado de tolerancia y aceptación al otro. Y precisamente el “Usted no sabe quién soy yo” es un ejemplo de ello, y es causa de que nos creamos parte de esa “gente de bien” que goza de beneficios (que son básicos para tener buena calidad de vida) en comparación con otras personas.

Hablo de un “nosotros” porque en Colombia, cada quien se mira superior a alguien, y ese alguien cree que está por encima de otro alguien, y así sucesivamente. Ese afán por tener calidad de vida es tan notorio, que tratamos siempre de compararnos con los demás, y nuestro limitado intelecto se vanagloria por ello.

He ahí la irracionalidad que tienen las categorías, las generalidades; esas que nos salvan de la agobiante tarea crítica que todos deberíamos asumir. Y es que ese criterio no se trata de diferenciar quién es “gente de bien” y quien es de aquel inframundo de “pobretones” que la misma sociedad ha creado, sino de ser amable y mostrar valores ante los demás sin tener en cuenta el estrato. En los colegios se debería enseñar a tratar mejor a las personas; no solo ese ideal competitivo y afán por poseer, sembrado en el terreno académico del capitalismo occidental.

Creo, sin lugar a dudas, que precisamente esa es la causa de la marginalidad: Considerar al otro como un ser que no tiene la capacidad adquisitiva que tengo yo, y que por ese hecho tenga que catalogarlo como mala persona. La inclusión social no es únicamente el no tratar mal a personas marginadas, también es la aceptación del otro en espacios comunes.

Lo que se viene en Colombia (si es que se firma la paz) es el posconflicto. Exguerrilleros andarán en las mismas calles que nosotros y se reintegrarán a la vida de civiles, paralela a la nuestra. No podemos permitir que nuestra compulsiva obsesión por las etiquetas los catalogue como monstruos, porque solo depende de nosotros inhibir esa fútil costumbre que ha traído violencia.

 

Juan Marcelo Rodríguez

@jjmarchelo12 

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Franklin Moya y Leo Durán: dos compositores de gran nivel

Franklin Moya y Leo Durán: dos compositores de gran nivel

En esta columna, iniciaremos hoy una serie de escritos, como un homenaje y mano a mano, entre compositores e intérpretes de nuestra m...

Como en las casas de Mompox

Como en las casas de Mompox

  Estos pueblos del río, del Río Grande de la Magdalena, de lo que se ha dado por llamar la “subregión de la Depresión Momposin...

¿Y si en Colombia el poder radicara en la sociedad y no en los políticos?

¿Y si en Colombia el poder radicara en la sociedad y no en los políticos?

  Hay interrogantes que nos planteamos todos los días: ¿si en algunas naciones del viejo continente han logrado la separación de l...

El Vallenato en los Planes de Desarrollo

El Vallenato en los Planes de Desarrollo

Hace menos de quince días los colombianos acudimos a las urnas a elegir nuestras autoridades locales, corporaciones públicas, depar...

El fallo de las alucinaciones

El fallo de las alucinaciones

Dejemos la hipocresía a un lado, vamos a debatir con honestidad. Yo, al igual que muchos colombianos, consumo droga. No marihuana, ni ...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados