Opinión

Allí donde tengo el alma mía: Impresiones del EMMA

Armando Arzuaga Murgas

26/06/2012 - 11:15

 

Lácides RomeroDe pronto, el oyente sensible comienza a sentir que algo hay en la melodía que le es familiar. Uno sabe que el género musical es otro. Sabe que la técnica, incluso el cancionero es distinto.

Si bien hay motivos universales: el amor y el desengaño del amor; la ciudad, el pueblo, la infancia. Pero así como en el vallenato predomina lo narrativo y romántico, en el chamamé se expresa más lo descriptivo y bucólico.

Sabe Dios qué inextricable hilo conductor puede vincular concepciones de la música y del quehacer musical tan lejanas, como quedan vinculadas por un mismo influjo de savia las hojas del árbol distantes unas de las otras.

Es tal vez porque las hojas, aunque lejanas, hacen la misma sombra del árbol, o porque la música genera una hermandad armónica entre sus discípulos, como dos notas que, vibrando al unísono, producen el mismo acorde.

También el acordeón, la concertina -cuyo nombre técnico es acordeón de piano-, el bandoneón, están unidos por el mismo principio musical que hace brotar la melodía en cada hálito de aquel arrugado corazón que es el fuelle dentro de la resonante caja torácica del instrumento.

Y así, del mismo modo, se unen ritmos acompasados del Caribe, nostálgicos choros del Brasil, alegres chamamés de la Argentina; el siempre bienamado vallenato, esta vez en la desentonada voz de un italiano admirable que se enerva de júbilo al cantar el paseo “Así fue mi querer” de Gustavo Gutiérrez Cabello, aunque no le alcance la voz.

Músicas desde Rusia hasta Portugal pasando por las festivas danzas húngaras de Brahms, junto a lejanas reminiscencias orientales de la China, que es, según se dijo en el conversatorio con los participantes en el IV Encuentro Mundial de Músicas de Acordeón, el país del mundo donde más se vende acordeones.

En fin, una unión de talentosos instrumentistas reunidos no sólo para deleitar a los numerosos asistentes a la gala musical ofrecida en el auditorio de la Biblioteca Departamental, sino para honrar a los silenciosos operarios que hacen posible que un Alfredo Gutiérrez, un Emiliano Zuleta, un “Cocha” Molina, un Juan Mario De la Espriella, pongan a latir miles de corazones acompasados con la nota amena del acordeón, que es siempre -hasta en la puya- una nota melancólica.

Los técnicos del acordeón homenajeados en este IV EMMA, como cariñosamente lo resume su fundadora, Lolita Acosta Maestre, nos han dado a más de uno una doble lección.

Por un lado está la diligente vocación de servicio con que estos silenciosos artífices de las presentaciones vallenatas se entregan a su labor de sanadores de acordeones enfermos. Por otro, queda claro que tendemos a olvidar siempre aquellos oficios que, aunque ejercidos con muy bajo perfil, son siempre como el basamento de la estructura: están allí, haciendo lo importante, sustentando.

Lastimosamente, suele ocurrir que nos contentamos con admirar la magnificencia del edificio, lo cual no es malo. Pero usualmente, nos quedamos simplemente admirando la reluciente veleta del pináculo, que más de las veces… si se quita no pasa nada.

Aparte, por supuesto, de que el EMMA es ya una institución en Valledupar. No tiene aún el alcance publicitario que debiera. Pero juzguen ustedes lectores si no irá creciendo cada vez con mayor robustez un evento que en sólo cuatro años nos ha puesto en diálogo con culturas tan distantes y muchas veces cerradas; en ameno aprendizaje de experiencias fraguadas muchas veces en la carencia y en el afán de conocimiento, como el caso del maestro Lácides Romero, que ha convertido su acordeón en un multisonoro aparato musical a fuerza de ensayos fallidos y aciertos, de desarmar y armar, durante 10, 20, 30 años inclusive, y con el cual -él mismo afirmó- puede ejecutar cualquier melodía en la nota que le pidan.

Ése es el tipo de certámenes que además de generar una economía solidaria con la Ciudad, basada en el turismo cultural sostenible, representan una ventana abierta al mundo, y un resquicio por donde el mundo se asoma a Valledupar.

El EMMA llegará, al cabo de muy poco tiempo, a convertirse en una espectacular vitrina en la que quedará expuesta la grandeza de nuestro folclor e idiosincrasia, pues son muchas las aspiraciones y grandes consecuciones, y en definitiva, las alegrías que pueden brotar de un pedazo de acordeón.

Armando Arzuaga Murgas

Sobre el autor

Armando Arzuaga Murgas

Armando Arzuaga Murgas

Golpe de ariete

San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa.  Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.

@arzuagamurgas3

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