Opinión
Democracia en crisis
La primera vez que escuché el término democracia, me lo definieron como el gobierno del pueblo para el pueblo, me hablaron de un Estado igualitario, del derecho a elegir y ser elegido.
En la universidad me hablaron de los atenienses y el senado; de los franceses y una revolución ideológica, de donde brotaron los postulados de la libertad, solidaridad, la inocencia como presunción, entre otras; me hablaron de los fines del estado, cómo: servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución; facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la Nación; defender la independencia nacional, mantener la integridad territorial y asegurar la convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo.
Por otro lado me dijeron: como se trata de una democracia, el gobierno lo ejerce el pueblo, los dirigentes no son más que funcionarios, atenidos al mandato de la ley y al querer del pueblo. Me dijeron que el sufragio era un acto soberano por el cual el ciudadano que de manera libre y voluntaria elegía a su dirigente.
Hoy observo a Colombia en el modelo democrático ideal, una soberanía en manos del pueblo, pero que recibe una consentida injerencia de los Estados Unidos en decisiones internas. Centenares de compatriotas privados de la libertad bajo el manto de la sospecha. La familia reducida a la miseria y la ignorancia, incapaz de discernir entre una buena propuesta política y una inconveniente, entre la pared del hambre y la espada de la libertad, declina su derecho y sucumbe a la tentativa del poderoso que compra su conciencia legitimando la tiranía de los grupos económicos que patrocinan títeres en el poder.
Líderes impuestos bajo el poder de la idea editada en el papel moneda que se proclaman salvadores y niegan la existencia del estado como ficción jurídica que representa el conglomerado, es la democracia vestida de Luis XIV (El Estado Soy Yo). Es la idea con rostro, es la carencia de argumentos válidos para un debate sano, en un país polarizado, ni siquiera entre la izquierda y la derecha, polarizado entre dos magnates que juegan a ser benefactores del pueblo (SANTOS y URIBE), ya no existe el poder de discernir, pues el pueblo delegó este poder en el dirigente, asistiendo a ciegas al vaivén ideológico del que opina por él, como si aún existiera el virus monárquico que proclama el postulado (El Rey no se erra).
Los Estados modernos no se financian de la “guerra” y del saqueo a otros pueblos, sino que su economía se basa en el libre mercado, la explotación de sus recursos naturales y la producción intelectual de su gente lo hacen viable financieramente, y este como ficción jurídica que representa el pueblo satisface las necesidades generales y regula la economía, en Colombia sucede un caso muy particular, el estado no satisface necesidades, ni asume decisiones en cuanto al orden y la economía, sino que ésta labor la ejercen personas, tal cual como en las monarquías, en la calle uno escucha de la obra de Samper, de Uribe, de Pastrana, de Santos y de cuanto cacique local exista, jamás se escucha que la obra la hizo el estado, familias enteras salen a reclamar méritos en la inversión del dinero de todos.
Los mandatarios inmortalizan sus nombres en placas pomposas y vallas publicitarias donde muestran su imagen y la gente lo reconoce como el mecenas que facilita los recursos para la solución, desconociendo que todos participamos de la financiación de la obra y que la valla no debería llevar nombre ni rostro de persona alguna, si no el nombre del Estado Colombiano.
En elecciones pasadas, por la imprudencia de un líder local se discutió quien era el verdadero dueño de la chequera, si el presidente o su vicepresidente, se les olvidó decir que la chequera es del pueblo y que se ejecuta de acuerdo a la ley que representa el querer popular.
Me temo a éstas alturas que nuestro modelo democrático está en crisis, que el postulado de la libertad está lejos de la urna, y de las opiniones, que la auto determinación de los pueblos está distante de la realidad y que nuestro sistema electoral antes de garantizar la rotación y la libre escogencia de los dirigentes es un mecanismo de refrendación de los poderosos en la silla del verdugo.
Wladimir Pino Sanjur
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