Opinión
Editorial: El papel de la familia en el posconflicto
La reciente Marcha en contra de la Educación de género fue probablemente una de las manifestaciones populares más importantes del año 2016 y, como no podía ser de otro modo, se acaparó de gran parte de los debates.
No cabe duda del carácter masivo de esta manifestación, de la relevancia que supone el tema de la familia para una gran número de colombianos, y, por lo tanto, una lectura profunda y contextualizada es necesaria para entender el verdadero significado de esta protesta.
Antes de todo es necesario, despejar ciertas dudas. Las manifestaciones del pasado 10 de agosto en Valledupar no fueron homofóbicas ni tampoco irrespetuosas (salvo en algunos casos particulares que no podremos tratar por falta de espacio). Las multitudes se portaron de manera cívica, anulando incluso la vulnerabilidad debida a la poca presencia policial.
La mayoría de los carteles que se observaban se centraban en el tema de la familia y de cómo padres y madres desean preservar un formato de familia considerado como “original”. Los mensajes alusivos al concepto de Educación debatida por la ministra Gina Parody fueron muy marginales, exponiendo así el hecho de que poco se sabe de lo que es en realidad la Educación con perspectiva de Género, la Ideología de género y las finalidades de cada uno.
Se impuso pues el mensaje de defensa de la familia como simple y espontáneo temor ante cualquier iniciativa o experimento que busque modificar la influencia o el campo de acción de la familia. Se impuso también el conservadurismo de una sociedad que desconfía naturalmente de las intromisiones y reformas poco claras.
Algunas lecturas subrayan una jugada maestra de la oposición, y es cierto que estas manifestaciones fueron usadas políticamente con el simple fin de desacreditar un gobierno que está negociando un acuerdo de paz con las FARC. Esto debe ser también fuente de reflexión. Las manifestaciones del 10 de agosto no deberían interferir con la pregunta planteada en el plebiscito por la paz (dos temas totalmente diferentes), pero sí revelan el significado que tiene la familia en la sociedad actual. La protesta a favor de la familia no es una protesta contra la paz, sino todo lo contrario: la evidencia de que la familia es el mayor capital que tiene Colombia para hablar de Paz.
Ésta es una de las realidades expuestas en la marchas del 10 de agosto: después de más de 50 años de conflicto fratricida, y en una sociedad en gran medida excluyente (debido a sus altos niveles de corrupción, a su incapacidad de generar empleo, su sistema fallido de salud y su modelo de educación elitista en el que las escuelas públicas son relegadas a los últimos puestos), la familia es el último baluarte, la única institución social integradora, protectora y transmisora de valores en la que se pueda confiar en este momento en Colombia. Y en ese contexto, las marchas vinieron a reivindicar el papel de esa valiosa y respetable red social.
Las lecciones son evidentes. La tarea de construir la paz pasa primero por construir confianza y transparencia. Consolidar el papel del Estado como defensor de cada ciudadano, centrarse en que la sociedad genere prosperidad, cuide la salud de todos y eleve sus niveles de educación. Sólo entonces, podremos construir un diálogo entorno al respeto a la diversidad que no repose únicamente sobre los temores y los instintos, evitando confusiones que afecten a la familia o la educación de los niños.
PanoramaCultural.com.co
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